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El Metropolitan neoyorquino ya expone el 'Retrato de un hombre' de Velázquez

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El museo de Arte Metropolitano de Nueva York expone desde hoy Retrato de un hombre, una pintura recientemente atribuida por los expertos al maestro español Diego Velázquez y que forma parte de la muestra Velázquez redescubierto.

"Es de una presencia deslumbrante", subrayó el responsable del departamento de pintura europea del museo neoyorquino, Keith Christiansen, sobre esta pintura que desde hoy se puede contemplar junto a otros trabajos de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1599-1660) hasta el 7 de febrero de 2010.

Junto al misterioso Retrato de un hombre, el Metropolitan ha ubicado otros cuadros que pertenecen a sus fondos como los retratos del conde-duque de Olivares (1638), de la infanta María Teresa (1651) y de Juan de Pareja, además de la Cena en Emaús (1622-23). Incluye también un retrato de la infanta María Teresa, de Juan Bautista Martínez del Mazo (1612-1667), discípulo de Velázquez.

Christiansen explicó que al mirar al desconocido de esa pintura de Velázquez "uno se siente en contacto directo con el personaje. Lo imaginas, pero en vez de mirarte directamente, en una extraordinaria comunicación entre uno y la pintura, lo ves como situado tras un cristal tintado".

"Y es entonces cuando uno imagina el efecto de la pintura tras el barniz. Algunos cuadros no mejoran después de limpiarlos, pero éste se ha transformado", señaló el experto del museo neoyorquino.

Christiansen y el director del departamento de conservación del museo, Michael Gallagher, han calificado de "fascinante" la historia de esta pintura que durante muchos años estuvo colgada en la institución y que pasó por diversos cambios en cuanto su atribución e identificación, hasta que en septiembre pasado los expertos confirmaron que era un Velázquez. El profesor Jonathan Brown, autor de la obra más autorizada en inglés sobre el pintor español, lo ha reconocido como tal.

Tras eliminar varias capas de barnices y de su restauración, apareció el autógrafo del maestro español, que en esa tela reflejó de manera informal a un caballero, de mirada intensa y con rasgos semejantes al que se cree un autorretrato que Velázquez incluyó en su famoso Rendición de Breda, que está en el madrileño museo del Prado y fue pintado hacia 1634-35.

Los expertos del museo neoyorquino señalaron a la prensa que el mismo rostro de mirada "orgullosa, casi arrogante (de La Rendición de Breda), es el que nos mira aquí".

Retrato de un hombre, el nombre definitivo de la pintura, llegó a la colección de la institución en 1949 como parte del legado del banquero estadounidense Jules Bache (1861-1944). Bache, que dirigió una de las más importantes firmas de correduría bursátil de EEUU antes de la Segunda Guerra Mundial, era también un filántropo y coleccionista de arte, que adquirió obras de renombrados maestros como Rafael, Rembrandt, Tiziano, Durero, Gerard David, Giovanni Bellini, Sandro Botticelli o el mismo Velázquez. De origen alemán, el banquero estadounidense fue también uno de los grandes benefactores de la prestigiosa institución neoyorquina.

Pero antes de pertenecer a Bache, ese Velázquez fue adquirido hacia 1811 por Johann Ludwig Reichsgraf von Wallmoden-Gimborn, hijo ilegítimo de Jorge II de Inglaterra y más tarde perteneció a la colección de Jorge V, rey de Hanover y duque de Brunswick-Lüneburg y de Cumberland. En 1926 llegó a manos del banquero neoyorquino, que lo había adquirido al marchante Joseph Duveen.

En esa época la pintura fue considerada como un autorretrato del mismo Velázquez, y como tal se clasificó cuando años después entró a los fondos del Metropolitano, pero en 1963 se describió como una pieza perteneciente a la escuela del maestro sevillano y en 1979 se le quitó la asignación a Velázquez.

Nadie se dio cuenta de que su calidad se había diluido después de tantos retoques como se le hicieron y de la capa tan gruesa que tenía, además de un barniz muy descolorido. Ahora el profesor Brown describe la tela como "una pintura de estudio rápida, más bien informal, en la que la cabeza está más terminada que el traje y el fondo, que está ligeramente pintado de gris sobre un cálido rosado".

"Creo que es una pintura terminada, en el sentido de que el artista paró cuando quiso, y que no llegó al más alto nivel de acabado", dijo Gallagher, que subrayó que Velázquez lo pintó "con integridad y sinceridad. Es de una extraordinaria habilidad".

Algunas áreas de la obra, explicó, están tratadas someramente, con la calidad de un boceto, como ocurre con el jubón que sólo se sugiere, para resaltar el rostro y la intensa mirada del misterioso desconocido.

Consideró que "el delito de las restauraciones previas fue intentar darle un tono más acabado, oscureciendo algunas zonas y contorneado el cabello, que le daba un resultado más artificial".

El misterioso caballero retratado por Velázquez, dijeron los expertos, está ubicado "más como un observador que como un participante directo en la acción".

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