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De Nueva Delhi a Udaipur, un fantástico recorrido por un país de fuertes contrastes

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De Nueva Delhi a Udaipur, un fantástico recorrido por un país de fuertes contrastes. El pulso de las calles, las tradiciones y los majestuosos templos.

Al llegar a Nueva Delhi, capital de la India y centro geográfico del Rajastán, el peso del mundo sobreviene sobre las espaldas.

El viajero occidental deberá dejar el romanticismo de lado, amoldarse de pronto a un calor espeso, a olores diversos y a veces innominados, y salir del aeropuerto por una ruta compleja, de tránsito enloquecido y llena de carteles que anuncian reparaciones variadas: una perforación aquí indica los trabajos de ampliación de las redes de subterráneos con vistas a los próximos Juegos de la Commonwealth; algún camión, más tarde, avisa desde un letrero en la culata que ha de tocarse furiosamente la bocina para conseguir el paso.

En un país de más de mil millones de habitantes, el viajero no supondrá encontrarse con espacios vacíos: la India es un territorio de contrastes, sí, pero también por eso, un sitio abigarrado donde se tiene la sensación de que todo lo humano se expone en las calles con una naturalidad que, a primera vista, shockea.

El malestar será inicial y apenas duradero. A poco de ganar una calle, el viajero deberá rendirse a la explosión de mil colores, a la bonhomía de las gentes y a la magnificencia de templos y fortalezas.

El Rajastán, que es el gran estado del Noroeste indio, también configura la zona más buscada por el turismo internacional porque contiene un número extraordinario de sitios y monumentos históricos que conviven, muchas veces, en tensión con la modernidad.

Le llaman "Golden triangle" (triángulo de oro) por la forma en que aparece en el mapa, y cuenta con treinta y dos distritos en un área de más de 300.000 kilómetros cuadrados.

Territorio de príncipes, su historia se remonta al siglo VI, tiempos del imperio mogol, cuando el clan de los rajputs estableció reinos subsidiarios del sultanato de Delhi. De ahí que buena parte de la arquitectura combine elementos islámicos, persas e incluso turcos.



Todas las voces



La India cuenta con treinta idiomas diferentes y alrededor de 2.000 dialectos, aunque la Constitución admita como oficiales el uso del hindi y el inglés. Al tiempo, se han listado 22 idiomas más, reconocidos en el ámbito administrativo. Sin embargo, el inglés es omnipresente y, en Delhi, resulta muy común encontrarse con mucha gente que domina el español con bastante soltura: el Instituto Cervantes ha abierto una sede allí, donde en los últimos tres años la matrícula de inscriptos ha observado un incremento sensibilísimo.

Nueva Delhi es el punto ideal para partir al resto de los estados del Rajastán. La ciudad combina cosmopolitismo y tradición de manera inaudita: de una arteria que podría confundirse con cualquier otra de una urbe europea, se desemboca, de pronto, en un mercado atestado donde las especias y las telas típicas revelan una epifanía de los sentidos: los vapores de curry, cardamomo y comino flotan en el aire; los saris (tal el nombre de los vestidos que llevan las mujeres) encandilan por el brillo y las tramas alucinantes estampadas en las telas. La Puerta de la India, un arco memorial que recuerda a los caídos durante la Primera Guerra Mundial y las Guerras Afganas -comparable al Arco de Triunfo francés- en un parque adyacente al centro cívico y administrativo, revela buena parte de la idiosincrasia de los habitantes.

Allí se reúnen familias enteras, todas las tardes, y es el punto de encuentro obligado para grupos de jóvenes que llevan sus radiograbadores y se juntan para bailar las canciones del pop local.

Sin embargo, es en Agra, a 205 kilómetros de Delhi y tras cuatro horas y media de viaje, que India devela su primer plato fuerte: el Taj Mahal, cima de la arquitectura mogola y uno de los íconos del país frente al mundo. En rigor, se trata de un mausoleo de mármol blanco erigido en un complejo de jardines, que conserva los restos de Mumtaz Mahal, la esposa favorita del emperador musulmán Shah Jaha, construido entre 1631 y 1655. Llegar hasta él requiere un buen trecho de caminata entre columnatas, canteros y fuentes.

El estanque central refleja, al caer la tarde, la cúpula del mausoleo por lo que es muy común que el público rodee las aguas y se impresione por la nitidez de la imagen proyectada. Pero si la magnificencia del edificio, al que se accede luego de dejar el calzado en una suerte de garita, nos hace sentirnos trasladados a tiempos remotos, el camino de salida hacia el centro de Agra guarda sorpresas conmovedoras: pequeños templos de la religión hindú donde las mujeres encienden inciensos y cantan sus letanías, dominan el sendero. El viajero tendrá la posibilidad de ingresar en ellos y participar de las ceremonias desde respetuosa distancia. Si muchos occidentales llegan hasta India detrás de una busca espiritual, tomará en esos pequeños reductos devocionales contacto directo con los ritos del hinduismo, que son festivos y suceden varias veces por día.



Hacia Jaipur

Las rutas de India no son recomendables para el conductor occidental: el tránsito responde a una lógica muy propia del lugar; la mayoría de los caminos son de doble mano y esquivar la multitud de camiones que recorren el país de Norte a Sur con mercancías, puede convertirse en un acto de arrojo. Para llegar a Jaipur (capital del Rajastán) desde Agra es necesario transitar 235 kilómetros; allí existen dos lugares obligados para el visitante, el Fuerte Amber y el Palacio de los Vientos.

El primero es una construcción que data del siglo XVI, enclavada en una colina que el turista puede remontar a pie o montado sobre un elefante. Desde su mirador más alto se asiste a una vista única de Jaipur y de los jardines
que rodean la construcción amurallada. Durante las festividades religiosas, buena parte del pueblo se congrega allí y recorre el paraje.

El Palacio de los Vientos, en cambio, ocupa una zona comercial en pleno centro de Jaipur. Es necesario atravesar hordas de mercaderes antes de entrar. La vista exterior del edificio, emplazado entre construcciones modestas, estremece: casi mil ventanas con sus celosías ocupan la totalidad de la fachada.

Construido en 1779, era la residencia del harén del marajá: por esas ventanas las mujeres, cuando salían de sus claustros, se asomaban a la vida citadina sin ser vistas. La forma del edificio (conserva poco más que la fachada) responde a la figura de la cola de un pavo real, el ave nacional de la India.



Nimaj, detenido en el tiempo



Hay una perla en nuestro itinerario, un alto entre Jaipur y Jodphur al que conviene atender; se trata del pueblo rural de Nimaj, fundado en el 1453 A.C. Detenerse allí se recomienda porque representa una experiencia de alto impacto sensible. Todo el caserío parece detenido en el tiempo: una calle principal donde se agrupan negocios de telas y víveres que desemboca hacia algunas arterias laberínticas de viviendas.

Los pobladores salen a recibir al viajero, los niños corren a saludar. El "Nimaj Palace" preside el lugar. Alguna vez fue un palacio, la construcción corresponde al siglo XV; hoy es un hotel sin demasiado lujo, reciclado con comodidades básicas. En el parque hay una piscina que, por las noches, se abre a un millar de constelaciones y por donde los murciélagos sobrevuelan. Desde allí parten safaris y excursiones a los labrantíos de los alrededores.

No hay televisión ni wi-fi, pero redunda en sensaciones inolvidables: el atardecer entre sus calles, los vendedores ambulantes de bananas, la peluquería al raso y un templo que parece venido de otro mundo, que no coincide con el paisaje, dueño de una cúpula multicolor, una suerte de calidoscopio de pinturas luminosas.

Ya en Jodphur, apodada "Ciudad azul" porque los habitantes han pintado los frentes de sus casas con ese color; creen que así mantienen alejados al calor y los mosquitos. Es la segunda ciudad más grande del Rajastán. En verano el calor resulta agobiante; es común que la temperatura ascienda a los sesenta grados.

Desde el Fuerte de Meherangarh, enclavado en una roca a cien pies de altura, se asiste a una panorámica impactante de la ciudad: una cuadrícula azul apenas intervenida por los techos blancos. Los edificios que componen el Fuerte están magníficamente conservados y éste cuenta con un museo donde se obtiene real dimensión del lujo que otrora gozaron los marajás, que hoy siguen existiendo, devenidos en empresarios, pero sin poder político.

En Udaipur, la ciudad con mayor cantidad de palacios a la vista, parada siguiente a Jodphur, las edificaciones majestuosas rodean inmensos lagos artificiales que los majarás dispusieron para reposar de la canícula. Es muy frecuente que allí se filmen películas, tanto de la industria local como de Hollywood. Alrededor de los palacios que rodean el lago de Pichola, quedan registros del rodaje de "Octopussy" (1983), donde el británico Roger Moore interpretaba al Agente 007.

Navegar por los lagos de Udaipur y bordear la majestad de los palacios, ahora transformados en hoteles de lujo, restaurantes o centros de convenciones, bajo el pleno sol, es una experiencia gozosa.

El City Palace está abierto a los visitantes. Inaugurado en 1559 es uno de los más grandes del mundo; para su decoración se usaron azulejos especialmente traídos de Japón y su trazado representa las imágenes de los dioses Krishna y Ganesh.



Un mundo dentro del mundo



Viajar a India representa, sin dudas, un hito en la vida de cualquier occidental: quien busque algún tipo de revelación, seguramente la encontrará.

Se trata de algo más que un mero acontecimiento de índole religiosa: entre encantadores de serpientes, taxis que son motonetas reacondicionadas, mercados de apariencia infinita, colores que el viajero jamás soñó conocer, aromas y sabores exóticos pero, sobre todo, el contacto directo con su gente, amable y de trato diáfano, la India -en su multitud de facetas, en sus dimensiones de continente antes que país, en sus contrastes y tiranteces entre modernidad y tradición-, como ningún otro lugar del mundo, tiene la capacidad de revertir para siempre los valores estandarizados de nuestra vida en sociedad. Es un mundo dentro del mundo. Es una experiencia intransferible; es necesario estar allí.

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