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La sensualidad de los objetos Ana Prada

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Vista a cierta distancia parece un bosque, una planta trepadora, un dibujo pop de conexiones neuronales. A un palmo, el espectador ve uñas pintadas con esmalte azul grapadas a la pared, atractivas y en cierta forma escalofriantes. Las obras de Ana Prada (escultora, fotógrafa, artista, nacida en Zamora, afincada durante media vida en Valencia, residente en Londres desde hace dos décadas) juegan continuamente con las lecturas.

Y con la idea de piedra preciosa: transformar objetos cotidianos (pinzas, peines, sacapuntas, botellas de agua mineral) en otros objetos que tienden a resultar orgánicos. Prada, que llevaba 15 años sin exponer en Valencia, estará en la Sala Parpalló hasta el 14 de febrero, mostrando una obra que quizá no sea una retrospectiva, pero que no deja de ser un recorrido por su trabajo.

Mientras el periodista aguarda para hablar con ella (en el anexo del Convento de la Trinidad que aloja la Parpalló) aparece por la puerta el pintor y escultor Miquel Navarro, gozoso con las obras y mucho menos con la forma en que la prensa tiende a explicarlas, porque se pierde lo que hay detrás. ¿Y qué hay detrás, señor Navarro? "Un mundo de una gran sensualidad personal.

Una visión muy sensible de lo diario, de lo de sí misma. Sublima los objetos cotidianos a obras de arte, y los lleva al territorio del arte más bello y también analítico.

A mí no me suele gustar el arte analítico, pero cuando la belleza se une a lo analítico me parece extraordinario". Navarro se marchará poco después de saludar a Prada.

"Pensé en esta exposición para esta sala. Un espacio arquitectónico espectacular y difícil. Con mucha pared. Muy lineal. Que da un efecto repetitivo".

El reto, cuenta la artista, consistió en introducir la sorpresa en ese escenario previsible.

Y en el acto de montar (con ayuda) porque, salvo las fotografías, las obras se hacen para la exposición: se clavan, se cuelgan, se grapan, se adapta su tamaño, las materias primas (los objetos cotidianos) se cortan y se unen cada vez, de manera que ninguna obra es exactamente igual a como lo fue en otra sala.

Prada juega con las versiones. El mismo trabajo, cambiando formalmente sólo el color, produce reacciones distintas, grados diferentes de tensión. A primera vista, la Parpalló parece llena de objetos pop.

Pero esa apariencia esconde una crítica (un análisis) sobre la sociedad de consumo, o sobre los límites del ornamento en el arte, o sobre la violencia contra las mujeres. Algunas obras transmiten sexualidad; otras, cierta perversión. Vista de lejos, una de ellas parece una medusa, o el sexo de una mujer. De cerca: medias, clavos, pared.

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