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España, lejos del Apocalipsis

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Las épocas de grandes dificultades económicas no sólo alimentan un lógico pesimismo. También auspician profecías catastrofistas que vaticinan futuros apocalípticos. Para algunos, la estrecha vigilancia que ejercen ahora los mercados financieros sobre las economías, unida a la paulatina retirada de los estímulos fiscales y monetarios, conducirá inexorablemente a mayores dificultades crediticias para familias, empresas y Gobiernos, las cuales deprimirán la demanda, la producción y el empleo.

Naturalmente, los países menos disciplinados tienen más que temer. España, propensa a los excesos, desde luego. Nada parecen contar las amplias oportunidades de inversión que ofrece nuestro país ni la buena salud comparativa de sus instituciones financieras.

Creo que nuestras dificultades económicas no justifican una actitud en extremo pesimista, pero también creo que reclaman una acción de política económica bastante más enérgica y articulada que la desplegada hasta ahora. Ello debería permitir que España tomara el tren de la recuperación económica del área euro en 2010. En realidad, es un camino que parece dibujarse ya, pero con un pulso muy débil y en un marco de excesiva fragilidad institucional y política.

Como en las demás economías desarrolladas, la recuperación de la economía española ha de basarse en la reanimación de la demanda interna y en un incremento de las exportaciones. La reactivación del consumo y la formación bruta de capital encuentran un obstáculo en la elevada deuda de familias y empresas, pero nuestra pertenencia al euro le brinda un entorno de abundancia de recursos financieros y bajos tipos de interés que acabará impulsándola, si se acompaña de las actuaciones de política económica adecuadas. Por supuesto, las ayudas dirigidas a las compras de bienes duraderos y equipos o al sostenimiento del empleo han de ser un complemento importante.

En lo que atañe a las exportaciones, hoy no es posible una devaluación que las haga crecer con rapidez, como ha sido habitual en la salida de todas las crisis que ha atravesado España. Ésta es una de las razones de la lentitud con la que avanzará la recuperación. Pero no por eso su papel dejará de ser esencial. La trayectoria que han seguido en los últimos años es una base para el optimismo. En efecto, durante la primera década de este siglo, que cierra el año en curso, nuestras exportaciones han crecido más que la de los otros grandes países de la UE, si se descuenta Alemania, como pone bien de relieve un estudio reciente del Banco de España (Boletín Económico de enero de 2010). Nuestras ventas al exterior se han beneficiado de dirigirse a regiones dinámicas y de poseer un mix de productos en el que predominan aquéllos con mercados de un crecimiento superior a la media. Pero detrás de ese aumento ha habido ganancias de competitividad importantes, a pesar de un ascenso sensiblemente mayor de los costes laborales unitarios. Esta aparente paradoja esconde un esfuerzo ímprobo de mejora de la competitividad en las empresas exportadoras que reflejan bien las bases de datos de empresas disponibles.

Este comportamiento puede mejorarse aún, si se presta atención a las producciones más intensivas en tecnología y se acomete un mayor esfuerzo por penetrar en los mercados más dinámicos de los países asiáticos, del norte de Europa y de EE UU. Además, se debe ganar competitividad con una moderación en el alza de salarios, una mejora de la productividad, y, desde luego, con medidas encaminadas a la innovación y la difusión tecnológica. Por último, reestructurando el sector turístico y favoreciendo la exportación de servicios de otra índole. La fortaleza lograda por muchos de ellos en los años pasados (comercio, transporte, informática, comunicaciones y servicios a empresas) debe contribuir a afianzarlos en el mercado internacional.

El necesario logro de que los salarios y la productividad caminen de la mano requiere una reforma de la negociación colectiva, que facilite la aplicación de la cláusula de descuelgue de los convenios con sólo el acuerdo de empresarios y trabajadores. No es justificable que en un marco de destrucción masiva del empleo los salarios hayan crecido sensiblemente (un 6% de aumento durante 2008 y 2009, según lo pactado en convenios).

Por otra parte, la consecución de un patrón productivo sólido exige una mayor cualificación laboral y ésta no se incentivará sin un aumento de la proporción de contratos permanentes, lo que exige eliminar la actual brecha de coste entre el contrato laboral y el permanente, basada en el ascenso notable de las indemnizaciones por despido. Es casi ocioso decir que la contratación laboral permanente estabiliza los planes de consumo de las familias y ofrece incentivos a la formación de los trabajadores.

En fin, la economía española se encuentra en estos momentos bajo la atenta mirada de unos mercados financieros a los que se les ha exigido prudencia en las asunciones de riesgo en el marco de la actual crisis. Sólo hay que devolverles la confianza en el potencial de crecimiento con que cuenta nuestra economía, haciendo que las actuaciones públicas se dirijan a incrementar la eficiencia económica y al cultivo de la capacidad emprendedora.

Rafael Myro es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid.

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