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La entrada de la tecnología en las aulas desterrará las tizas y las pizarras verdes

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El colegio del futuro es un lugar hipertecnológico sin tizas ni pizarras verdes, ni siquiera cuadernos, donde los niños hacen cosas como interactuar digitalmente con sus maestros, comer siempre comida ecológica y leer a los clásicos en una tableta electrónica.

Al ir a hacer un dibujo utilizan rotuladores ergonómicos, y al salir del salón dejan cargando el ordenador en un armario especial. Antes o después del recreo, además, son conducidos a una habitación oscura para jugar, y aprender jugando, con una máquina que responde al nombre formidable de mesa de aprendizaje lúdica interactiva, una especie de consola gigante con una gran pantalla en medio diseñada para incentivar otra cosa de nombre impresionante: la inteligencia múltiple infantil.

Se llama mesosfera.

Imponente, aparcada en un rincón oscuro por su naturaleza exquisita –es muy sensible a la luz–, la mesosfera triunfó en la feria de recursos para la educación que acabó ayer en la Fira de Barcelona –Expodidàctica– no solo por la curiosidad de los visitantes, que se acercaron, preguntaron y tocaron, no solo porque sus aires galácticos la convirtieron en el objeto más exótico del salón, sino porque fue considerada uno de los productos más innovadores, didácticos y creativos de la feria, y galardonada con uno de los llamados Premios Innova (al igual que el proyecto Toktok, una comunidad educativa on-line para niños hospitalizados). El futuro es una mesa que enseña a los niños a pensar.

Proyecto en pruebas

Aunque no es futuro en el sentido estricto: hay un ejemplar disponible, aparte del que fue exhibido en la Fira, que se encuentra en el Colegio Montserrat, en Barcelona –en una habitación relativamente oscura–, en fase de, por decirlo de alguna manera, pruebas; porque la mesosfera es un invento reciente y aún se desconocen sus alcances. «Lo que queremos --explica Carles Sanz, director técnico del proyecto--, es apoyo institucional para poner a prueba la mesa. Una prueba amplia. Necesitamos que tanto los profesores como los alumnos la conozcan, y sepan todo lo que pueden hacer con ella».

El colegio del futuro, según Expodidàctica, es un lugar sin tizas ni pizarras verdes, porque las pizarras son, por supuesto, digitales e interactivas; según el modelo y el fabricante hacen cosas como conectarse al ordenador de un estudiante, o a los de todos, de modo que lo que sale en la pizarra sale también en todas las pantallas, y viceversa: lo que escribe o dibuja un alumno también se escribe o se dibuja en la pizarra. Es la alegría de una especie endémica: los que viven un infierno cada vez que los obligan a pasar al frente.

Según Expodidàctica, en el colegio del futuro no hay cuadernos porque hay ordenadores, y de hecho cada pupitre viene con uno de serie; las puertas no tienen bisagras, y en los extremos son de goma, de forma que los niños jamás se pillan los dedos; los libros, gracias a un artilugio, los forran los padres en 20 segundos, las taquillas vienen con cargador incorporado (para los ordenadores) y los maestros confían ciegamente en una especie de trípode invertido que, en palabras de un distribuidor, «hace las veces de reproductor de diapositivas, retroproyector y escáner»: y que se llama visualizador. En el colegio del futuro todo es rápido, automático, digital, ecológico y divertido.

Aunque la verdad es un tópico: el futuro ya está aquí.

MAURICIO BERNAL
BARCELONA

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