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Las bodas civiles superan ya a las religiosas

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El último bastión que quedaba por conquistar al proceso de secularización vivido en España desde la muerte de Franco ha caído. Las bodas civiles celebradas en 2009 fueron más que las religiosas. Nunca había sucedido nada semejante y hace sólo diez años habría sido imposible pronosticar que ocurriría con tanta rapidez.

En 1999, de cada diez bodas, siete se celebraban en iglesias. Quedaban lejos los tiempos en que las parejas debían reservar parroquia para la ceremonia con más de un año de antelación, pero todavía eran relativamente pocos quienes optaban por el Juzgado o el Ayuntamiento para unirse en matrimonio. El año pasado, quedaron en minoría quienes se dieron el 'sí' ante un altar. Y todo parece indicar que serán cada vez menos.


En 2007, tras un crecimiento continuo de los civiles y una caída persistente de los religiosos, los matrimonios por la Iglesia superaron aún en casi 19.000 a los celebrados en el Juzgado o alguna dependencia municipal. El año siguiente terminó con algo muy parecido a un empate: la diferencia no llegó a 5.000, para un total de casi 200.000 enlaces. Ahora, los datos del primer semestre de las dos únicas comunidades autónomas que publican sus registros (Andalucía y País Vasco) son tan claros que permiten adelantar, con absoluta seguridad, que en 2009 y en el conjunto de España fueron más los civiles que los religiosos.


En ambas comunidades autónomas, tan diferentes en sus tradiciones y composición social -Andalucía registra el 20% de las bodas que se dan en España y aún son mayoría quienes pasan por la vicaría, Euskadi ha vivido el proceso de secularización más radical-, el resultado es idéntico: en términos relativos, las bodas civiles han ganado casi cinco puntos porcentuales, los mismos que han bajado las católicas. Los matrimonios religiosos acogidos a otras confesiones no tienen relevancia alguna, salvo en Melilla. Fuera de esa ciudad autónoma, en ningún lugar llegan ni de lejos al 1% del total.


Como en el entorno


Los datos de esas dos comunidades autónomas se ven reforzados por la opinión de los expertos. Varios demógrafos consultados por este periódico ratifican que la tendencia decreciente de las bodas religiosas se está acelerando mes a mes. Una hipótesis conservadora situaría en no menos de 10.000 la ventaja de los matrimonios civiles en 2009. Es decir, que entre quienes se casan cada vez son menos los que optan por una ceremonia religiosa. Pero es que, además, el número de quienes deciden casarse, de una forma o de otra, también desciende.


Es lo mismo que está sucediendo en los países de nuestro entorno más inmediato. Lo normal es que caiga el número de matrimonios -y no sólo por el envejecimiento de la población-, y que los religiosos desciendan aún en mayor medida. En Italia, país de inequívoca tradición católica, los enlaces civiles están ya en torno al 40% del total. En Francia, donde el laicismo tiene un gran peso, superan el 70%.


Los especialistas ya habían advertido de que una parte no desdeñable de las bodas canónicas desde hace bastantes años no respondían a la existencia de creencias religiosas en los cónyuges, sino a «razones estéticas y para no disgustar a padres y abuelos», explica el sociólogo Javier Elzo, autor de la más importante serie de estudios sobre los jóvenes y sus valores que se hace en España.


Lo que ha sucedido es que, por un lado, las bodas en juzgados y ayuntamientos han ganado boato con el tiempo. Y, por otro, los padres de los jóvenes que se casan hoy -y sus abuelos, si viven- presionan mucho menos que antes para que la ceremonia se realice en una iglesia por la sencilla razón de que sus propias creencias religiosas se han ido debilitando, si es que alguna vez las tuvieron.

Esos dos factores confluyen con un tercero que se refiere a los propios novios: en tres comunidades autónomas (Madrid, Cataluña y País Vasco, que suman casi un tercio de la población española), dos de cada tres jóvenes aseguran no tener nada que ver con la Iglesia.

En el resto del país, la proporción no es tan alta, pero en el mejor de los casos la mayoría se declara católica no practicante, como recuerda Alfonso Pérez-Agote, catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y autor de varios informes para el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre el peso de la Iglesia en la vida española.


Hay otro factor que explica la caída de los enlaces por la Iglesia: en un país en el que sólo la crisis económica ha conseguido detener lo que parecía un crecimiento imparable del número de divorcios, el matrimonio canónico se presenta como una opción «para toda la vida, y los curas no se privan de decirlo», explica Javier Elzo. La contradicción se hace patente a los jóvenes de forma muy especial: el matrimonio religioso aparece a sus ojos como indisoluble y la realidad de su entorno más inmediato les muestra numerosos casos de rupturas de parejas. Eso es lo que, a su juicio, explica también la caída general del número de matrimonios, aunque en los civiles se note poco aún.


La caída continuará


¿Tiene vuelta atrás el fenómeno? Los especialistas consideran que a corto plazo sólo cabe seguir pensando en nuevos retrocesos de los matrimonios canónicos. Una opinión que lleva a pensar que en algunos lugares empezarán a convertirse casi en una rareza. No hay que pensar demasiado en el futuro porque basta con mirar lo sucedido en los últimos meses. Datos provisionales del Instituto Vasco de Estadística (Eustat) muestran que en la provincia de Álava, uno de los grandes reductos del catolicismo no hace demasiado tiempo, sólo se celebraron dos bodas por la iglesia en enero de 2009, y cuatro en febrero. En junio, uno de los meses preferidos por las parejas -en la parte central del año es cuando más bodas religiosas se han celebrado tradicionalmente- apenas fueron 27.


Elzo está convencido de que las bodas canónicas seguirán descendiendo durante un tiempo, pero prefiere no hacer pronósticos a largo plazo, porque en países del entorno inmediato se está produciendo «una reconstrucción del universo religioso y no solamente neocatecumenal como cabría pensar en España». Elzo se refiere a Francia y a ciertas zonas del norte de Europa, donde se detecta un repunte de la religiosidad de los jóvenes o al menos un freno a la caída. Ello podría llegar a España en algún momento y reflejarse también en la elección en mayor medida de las bodas canónicas.


Lo que parece claro es que la Iglesia no recuperará su primacía en ese terreno. «Durante años, esas ceremonias tenían un valor social añadido. La Iglesia admitía a regañadientes que se casaran en sus templos parejas sin creencias religiosas o con muy escasa religiosidad, pero al mismo tiempo eso le permitía ocupar un lugar importante en la sociedad civil. De hecho, era el último ámbito en el que lo ocupaba», explica Pérez-Agote.


El peso de la inmigración


Eso parece haberse acabado. Pero la inmigración puede contribuir también a cambiar algunas cosas. En su mayoría, los extranjeros que llegan a España a trabajar proceden de países de tradición católica y suelen ser practicantes. De hecho, son muchas las parroquias donde los inmigrantes -en general, latinoamericanos- empiezan a tener una presencia notable. Incluso a ser mayoría. «Por ahí puede llegar una recuperación», apunta el catedrático de la Complutense.


De fondo, late una realidad que los sociólogos tienen muy bien estudiada: el matrimonio fue durante el franquismo -entonces, sólo se concebía socialmente el religioso- la forma de legitimar las relaciones sexuales; más tarde, legitimó la prole. Hoy, como demuestran las cifras (uno de cada tres bebés nace fuera del matrimonio), empieza a no tener valor ni siquiera en relación con los hijos. Así se explica que cada vez se case menos gente. Y eso afecta sobre todo a los matrimonios religiosos. La sociedad española se encamina, también en esto, hacia una nueva etapa.

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