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Copérnico y el 'Hubble' LUIS REDONDO ÁLVAREZ

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GASPAR MEANA
Tenemos que asumir que gran parte de nosotros está detrás de nosotros mismos, incluidas nuestras reconfortantes y rancias leyendas
Copérnico, el principal creador de la nueva astronomía, nació a orillas del Vístula, en Tour, Cracovia, en 1473. Además de sus labores como eclesiástico, ejerció de médico y en su diversidad de conocimientos fue a la astronomía a la que con mayor intensidad se dedicó, siendo en esta disciplina, más que un innovador, «el innovador» que cimentó con riesgo, pero sólidamente, las bases de una astronomía moderna, con demostraciones científicas creíbles y evidencias rigurosas aún vigentes en la actualidad, demoliendo y conmocionando las verdades absolutas que apoyaban los conceptos de Aristóteles y Ptolomeo.
Éstas también eran asumidas como verdades eternas por las jerarquías eclesiásticas, por lo que el opúsculo coperniquiano fue interpretado por algunas de ellas como un demoledor de las Sagradas Escrituras, mas, a pesar de ello, las bases antiguas siguieron vigentes hasta bastantes años después de la muerte del creador del 'Revolutionibus Orbiam Coe' y del 'Commentariolus'. Estas obras, al parecer, no sembraron dudas ni con los dioses antiguos ni con la fe medieval hasta años después de la muerte de su creador.
Es indudable que la revolución copernicana se nos presenta con un extraordinario rigor científico de nuestro sistema planetario y, además, como una eclosión espontánea de escasa dimensión, pues las aportaciones de Copérnico inicialmente sólo fueron reveladas apenas a una docena de amigos. Las hicieron llegar también, aunque indirectamente y con una dedicatoria zalamera, al vértice de la Iglesia, su Santidad Pablo III, por lo que algunos de sus contemporáneos consideraron que esto último era un mecanismo defensa para evitar ser acusado de sacrílego, con lo que eso conllevaba.
'Revolutionibus Orbiom Coe' le sumió en un mar de dudas y recelos, por lo que decidió no entregarlo a la imprenta en Nuremberg, Alemania, hasta 1543, por cautela y un cierto temor; o posiblemente esperaba que la lógica científica de sus aportaciones fuera aprobada incluso por la propia Iglesia. Por ello, cuando hizo entrega de copias, pidió consejo al cardenal Von Schonberg y al científico, además de clérigo, Retico. Ya en la última época de su vida demandó ayuda a Su Santidad para evitar el riesgo de la excomunión. Al parecer, en esta demanda incluía garantías 'post-mortem' para evitar cualquier medida excluyente en el mas allá.
Copérnico, con su obra, tuvo el mérito de sacar del letargo medieval las erróneas creencias sobre el sistema solar que estaban adormecidas (quiero creer que por pereza) por quienes ejercían el monopolio del saber y diseñaban e imponían la ética sobre cuerpos y almas de la orbe. En mi caso, pienso que fue quizás el hombre más importante -o uno de los más importantes- de su milenio, por su aportación a la diversidad en el acervo cultural. En esta diversidad de conocimientos considero que era paralelo y homologable, aunque en diferentes parcelas, al propio Leonardo da Vinci.
Ya en nuestro milenio, los nuevos científicos son capaces de ver parcialmente el infinito haciéndonos grandes aportaciones de manera tan parcial que, por cada interrogante que aclaran y que pasa a ser una dudosa afirmación, incorporan en su avance otros cien interrogantes para los que no tienen soluciones próximas ni a largo plazo y calculando tiempo en generaciones, como mínimo. Este ojo fisgón y husmeador que es el 'Hubble' nos dice que toda la materia, incluida la vida animal y vegetal, de nuestro minúsculo mundo, hasta la de las más lejanas galaxias, responde al mismo tipo de estructura fundamental, que, sintetizándola con exceso, se articula de la siguiente forma: las partículas se juntan en átomos, los átomos en moléculas, las moléculas en estrellas, las estrellas en galaxias, las galaxias en grupos de galaxias, los grupos en cúmulos, los cúmulos en supercúmulos, los supercúmulos en murallas galácticas con millones de miembros, etcétera. ¿Dónde está el fin?
Tenemos que asumir que gran parte de nosotros está detrás de nosotros mismos, incluidas nuestras reconfortantes y rancias leyendas. Por lo que es lógico preguntarse qué había antes del Big-Bang, la gran explosión. Por lógica, podríamos decir que nada, pues el tiempo empezó a contar a partir de este hecho, ocurrido hace 15.000 millones de años, según unos, y 20.000, según otros. La cómoda respuesta es Dios, ese dios supremo que -a mi juicio- quienes con más rigor lo interpretan son los masones, al definirlo como «el arquitecto del mundo», aunque la respuesta pueda ser irreal y no deje de ser un placebo más, porque, cuando se apague la vida -dentro, espero, de millones de años, si no hay un suicidio colectivo antes-, la materia seguirá y también las fuerzas expansivas y gravitatorias. Esta grandiosa trinidad son el Todo, el holo grecolatino, además de la paternidad y la maternidad, y no la basada en la fe, aunque, evidentemente, ésta consuela.
Mas antes de que acabe la vida -modestamente, pienso-, este sentir colectivo debe renunciar a las crueles paternidades e instalarse con un sentido adulto en la fraternidad, caminando por esta autopista colectiva hacia metas infinitas. Una vez aceptada, aunque sea traumáticamente, la orfandad, e instalados en la fraternidad, lo único que nos legitima ante cualquier clase de ética es la vida. Ese es el único milagro que hay que perpetuar y exportar después, si se puede; el único proyecto real y el único mesianismo que nos salvará a las futuras generaciones.
Por último, nuestra galaxia, según las últimas aportaciones científicas, es atraída a 40 km./seg. hacia otra más próxima llamada Andrómeda. Estas galaxias y otras próximas corren a 600 km./seg. hacia el cúmulo de Virgo, y todas las mencionadas hacia un cúmulo gigante llamado 'Cúmulo de Hidracentauro'. Además de esto, cientos de miles de galaxias y de cúmulos se sienten atraídos por una gran energía gravitatoria llamada 'El Gran Atractor', hacia el que, al parecer, nos dirigimos todos, sin saber nadie, muy bien lo que es: «Todos los de este Universo infinitamente finito, como dijo Albert Einstein, si es que sólo hay uno».
¿Dónde metemos al Dios-arquitecto, al Dios-necesidad? ¿En qué parte del cielo metemos al Paraíso? ¿No será demasiado para un solo Dios, el arquitecto incluido, incluso para un solo Dios-energía?

LUIS REDONDO ÁLVAREZ
EX SINDICALISTA Y MEDALLA DE PLATA DE GIJÓN

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