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Cómo ser una buena madre...

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Por Monseñor Martín Dávila Gándara / En vista de los muchos males sociales que resultan de la declinación de la influencia paterna, una de las más importantes funciones que la madre moderna.
debe desempeñar es ayudar a mantener o restaurar la posición de la autoridad del padre en la familia. Al hacerlo así, cumplirá su papel como esposa y madre en la mayor medida posible que cuando deja que su esposo sea la figura menos prominente. Este era el secreto del éxito de los padres de antes. Aunque trabajaban doce horas al día, su papel preponderante en el hogar estaba garantizado y protegido por la madre.


¿Qué significa ser madre? ¿Y cómo se puede desempeñar apropiadamente dicha función? Se llega a ser madre en el momento en que se tiene un hijo, pero ¿cómo y cuándo se adquieren las aptitudes para realizar dicha labor? Si se trata de una función vital en la sociedad, son muy contados los casos en que se otorga la importancia debida o se incluye siquiera en el plan de estudios escolares de la gente joven. Lamentablemente, son pocos los hogares en que se le da la importancia necesaria, pues en muchas familias ambos cónyuges se ven obligados a trabajar. En consecuencia, pasan poco tiempo con sus hijos. ¿Cómo van aprender entonces a realizar su cometido las jóvenes que esperan con ilusión la llegada de un hijo? ¿Cómo pueden hacer para saber cuál es la mejor forma de orientar a sus pequeños?

A pesar de que tantas pautas y valores tradicionales de la vida van cayendo en desuso en la vertiginosa sociedad de hoy en día, las claves más importantes para realizar la labor de la madre sigue siendo las mismas desde hace milenios: *amor *el buen ejemplo *la disciplina y la ilustración (patrón claro de lo que está bien y lo que está mal) *aceptar al niño tal como es *fe en que cada niño tiene la posibilidad de desarrollarse plenamente como ser humano *la oración *mucha ayuda de Dios *más amor.

La madre puede dar mayor contribución a la familia como corazón del hogar y compañera de su esposo, no como su cabeza. Los hijos deben aprender de ella a amar a los demás y a entregarse generosamente con espíritu de sacrificio. La madre nunca debe subestimar la importancia de su papel. Porque de ella depende el crecimiento emotivo de sus hijos, y ese crecimiento los preparará mejor para vivir vidas felices y santas que cualquier educación intelectual que puedan recibir.

Casi todos nosotros conocemos personas que han recibido la más esmerada educación que las universidades pueden otorgar, y sin embargo, han llevado vidas miserables porque nunca han adquirido la capacidad de amar. Por otra parte, también conocemos hombres y mujeres cuyos alcances intelectuales están por debajo de lo normal, pero cuya vida está llena de felicidad porque sus madres les enseñaron cómo amar a otros seres humanos. Por consiguiente, ayudando al hijo a satisfacer sus necesidades emocionales básicas de amar y ser amado, se le proporciona algo tan necesario como el alimento para su pleno desarrollo.

Por lo tanto, la madre deberá reflexionar respecto a aspirar a una carrera mundana llevada por el deseo de demostrar que es tan inteligente como los hombres o tan capaz en los asuntos mundiales como ellos(ya que se sabe que sin son capaces). El padre debe seguir siendo una figura pública. La madre es la figura hogareña por excelencia. Al enseñar a su hijo el significado del amor altruista, logrará alcanzar un bien mayor que cualquier otra realización de que son capaces los seres humanos.

La madre es la persona más importante que el niño conocerá en toda su vida. su parentesco con él trascenderá, en lo profundo del sentimiento, cualquier otra relación que probablemente tenga, “inclusive la su compañero de matrimonio”. Ya que como señalamos arriba, él aprenderá de su madre lo que realmente es el verdadero amor. de la ternura que ella muestre y de la seguridad que le dé, le inculcará actitudes hacia otros seres humanos que vivirán siempre con él.

Sin embargo, la dependencia del niño con respecto a su madre comienza a menguar muy pronto después del nacimiento y continúa menguando cada vez más a medida que crece. En sus primeros años, naturalmente él dependerá de la madre casi por completo, no sólo para alimentarse, sino también para ejecutar sus actos más elementales. Pero pronto aprenderá a caminar y a hacer otras cosas por sí mismo; cuando vaya a la escuela, podrá vestirse solo, cuando llega a la adolescencia y luchará por la libertad que los adultos conocen, tratará de deshacerse de su dependencia tan violentamente que la madre tal vez tema haber perdido todo dominio sobre él.

Su tarea es ayudarlo a alcanzar el justo medio y en hacer por su hijo solamente lo que él no puede hacer por sí mismo, con ello evitará dominarlo o mimarlo demasiado. La madre dominante toma todas las decisiones por su hijo y lo trata como si no tuviera mente propia; la madre que se dedica con exceso a su hija no permitirá que ella sea frustrada en ninguno de sus deseos o que se le prive de ningún placer que su corazón desee.

La madre que mima con exceso puede privarse de los zapatos que necesita para comprar una muñeca a su hija; deja de hacer lo que está haciendo para ayudar a su niño a buscar el libro de caricaturas que ha extraviado; come las sobras del refrigerador mientras da la comida recién preparada a sus hijos.

La madre demasiado indulgente es un personaje común en la literatura. Probablemente toda mujer mexicana ha visto películas y programas de TV y leído historias en las revistas y periódicos en los cuales se señalan estos defectos. Sin embargo, cada nueva generación de madres parece practicar la misma conducta extrema. Algunas se disculpan diciendo que quieren dar a sus hijos todas las ventajas de la vida. semejante intención es laudable, tal vez, pero el método es impráctico. Si se quiere hacer lo mejor para un hijo, déjese que se desenvuelva a fin de que pueda afrontar la vida por sí mismo. Al sobreprotegerlo, se le niega su derecho a desarrollar sus propios recursos a sí fracasa el propósito de la misión de madre.

Si se pudieran ver los innumerables ejemplos de trastornos mentales causados en su mayoría por el hecho de que las madres no separan de sus faldas a su hijo, podría entenderse fácilmente porqué “por el bien del yo emocional de éste” la madre debe hacerse el firme propósito de ayudarlo a desarrollarse como persona independiente.

Los sacerdotes y psiquiatras con frecuencia ven los problemas desde ángulos diferentes, aunque ostentan asombroso acuerdo al apuntar con precisión otras formas de la conducta maternal que dañan gravemente al niño. Su consejo puede ser resumido de la siguiente manera:

NO SEA USTED LA AUTÓCRATA QUE SABE SIEMPRE MÁS QUE SU HIJO. El hijo puede tener su propio modo de hacer las cosas, el cual puede parecer ineficaz o que constituye pérdida de tiempo. La madre debe tener paciencia y dejarlo hacer las cosas a su modo dándole así la oportunidad de aprender por vía de ensayo y error.

Debe de evita este tipo de Madre que se siente Superior: tener lástima a su hijo, tomando las responsabilidades por él, sobreprotegiéndolo y consintiéndolo y provocándole vergüenza. Este comportamiento da como Resultado en los Hijos: A que Aprendan a tener lástima de sí mismos y a culpar a otros. Critican a los demás. Se sienten inadecuados. Esperan que los otros le resuelvan sus problemas. Y a la vez sienten la necesidad de ser superiores.

NO SEA UNA MÁRTIR. Naturalmente, la madre tiene que hacer sacrificios. Pero no debe llegar al extremo de que su hijo se sienta culpable cuando se niegue a sí misma algo que a justo título debe ser suyo, para darle a él lo que en justicia no le corresponde. Una mártir típica trabaja en una lavandería hasta en la noche para pagar la colegiatura de su hijo. Antes de su graduación, él le pidió no aparecer en la ceremonia, pues le dijo que iría vestida tan pobremente que él se encontraría en una situación embarazosa.

Tampoco sea una Madre Permisiva o con baja autoestima; éstas en su comportamiento se vuelven esclavas de sus hijos, ceden a todo lo que piden. Se sienten culpables al decir “no”. Habiendo terribles resultados en este comportamiento en los Hijos: Teniendo ellos pocas relaciones sociales. No respetando los derechos de los demás. Comportándose egoístas y tiranos.

NO CREA USTED QUE TIENE EL HIJO PERFECTO. Algunas madres, cuando su hijo obtiene bajas calificaciones, aparecen en la escuela para determinar, no qué pasa con él, sino qué pasa con los profesores. Cuando una madre semejante sabe que su hijo ha sido castigado por desobediencia, cae sobre las autoridades de la escuela y demanda una apología. Por medio de sus actos, mina el respeto del niño para toda autoridad, incluyendo la suya propia. Probablemente la madre se sentirá en terreno firme cuando su hijo sea canonizado en San Pedro, si llega a la conclusión de que él tiene los mismos defectos y debilidades humanas que se ven en los hijos de los vecinos.

Pero tampoco debe se Madre Perfeccionista; el comportamiento de tal madre es exigir perfección de todo y en todo encuentra errores. Es la que se preocupa demasiado por “el qué dirán”. Es la que Presiona al hijo para que la haga quedar bien. El comportamiento de este tipo de madre produce terribles resultados en los Hijos: Por que ellos creen que nunca son lo suficientemente buenos. Se vuelven perfeccionistas. Se sienten desalentados. Se preocupan de la opinión de los demás.

NO SE VALGA DE SU LECHO DE ENFERMA PARA TIRANIZAR. La madre “gimiente” finge enfermedad para ganar simpatía y obligar a sus hijos a hacer lo que ella quiere. ¿Quién podría rehusarse a cumplir el último deseo de un moribundo? Con este sistema, frecuentemente consigue lo que quiere “por un rato”. El resultado general y final, sin embargo, es que sus hijos pierdan a la vez el respeto y al simpatía por ella.

También debe de tener cuidado en no ser una Madre Controladora; ya que dicha madre se comporta exigiendo siempre obediencia. Trata siempre de ganar. Insiste en tener siempre la razón y el hijo esta equivocado. Este comportamiento de la Madre Controladora da catastróficos resultados en los comportamientos del hijo: Uno de ellos es la Rebeldía. Se siente que debe ganar o tener siempre la razón. Esconde de sus deseos. Se siente ansioso. Busca vengarse. Renuncia, miente, roba, elude. No tiene disciplina propia.

NO SEA USTED UNA “MUCHACHA FASCINADORA”. La maternidad no es una tarea para una mujer que piensa que el trabajo ordinario de la casa como es: “preparar los alimentos, tender camas, lavar la ropa” no son labores dignas de ella. Por supuesto, las madres deben tratar de mantener una apariencia agradable, pero también deben darse cuenta de que son más atractivas cuando están cumpliendo los deberes del hogar. La madre hará que la familia se avergüence si ella insiste en actuar y vestir como una adolescente; y si adopta una actitud de menosprecio hacia las tareas domésticas, enseñará a sus hijos que la maternidad y sus responsabilidades no son dignas de respeto.

También hay Madres que piensan que tienen todos los derechos y que sus hijos están obligadas con ellas y en su comportamiento están muy preocupadas por ser justas. Dan, pero con condiciones. Este comportamiento da como resultado en el Hijo: Que no confíe en los demás. Que sienta que la vida es injusta. También se siente explotado y aprende a explotar a los demás.

Es importante considerar por parte de las Madres que tienen familias pequeñas.

Si sólo se tiene uno o dos hijos, debe tratarse de crear para ellos oportunidades semejantes a las que existen en las familias numerosas, para desarrollar su carácter. En particular, deben combatirse las tendencias egoístas, un peligro común en la familia pequeña. Desde el momento que se puede concentrar toda la atención en el niño, se tiende a preocuparse por él en mayor grado y acceder a sus caprichos con más frecuencia que los padres de una familia numerosa. Hay un peligro natural, por lo tanto, y es que se acostumbre a salirse con la suya y no reconozca que los demás tienen deseos que hay que tener también en cuenta.

Al educar al hijo único, puede ayudar el recordar que la abnegación es la virtud de la que proceden todas las demás. Como el respeto, la tolerancia el autocontrol, la empatía y la simpatía. Por tanto, se deberá combatir vigorosamente la tendencia a hacer todo por él y no permitir que carezca de nada. A fin de que pueda aprender a tratar con los demás, hay que estimularlo a cultivar amigos. Habrá que invitarlos a la propia casa, donde el niño será el anfitrión y, por consiguiente, tendrá que esforzarse para agradarlos.

Finalmente, debe darse al niño la libertad de desarrollarse a su modo. Los padres deben dominar el impulso de preocuparse en exceso cuando enferma, de vigilarlo en sus juegos, de ver constantemente a su profesores para estar seguros de que éstos cumplen bien con su trabajo. Semejante conducta mostraría una tendencia a interferir anormalmente en los asuntos del niño. A menos que se evite, se llegará finalmente a tratar de disponer dónde debe trabajar y con quien debe casarse, se le hará difícil incluso tomar decisiones por sí mismo.

Por último terminemos éstas consideraciones con la oración de una madre:

Dios Padre Celestial, te pido que hagas de mi una mejor madre. Ayúdame a entender a mis hijos, a escucharlos con paciencia y responder a sus preguntas con amabilidad. Ayúdame a actuar con ellos con la misma consideración que les exijo. No permitas que me ría jamás de sus errores, y nunca me burle de ellos ni los ponga en ridículo cuando me hagan sentir molesta. No permitas jamás los castigue por motivos egoístas y para demostrarles mi autoridad. Ayúdame a no tentar a mis hijos a robar ni a mentir. Y guíame momento a momento para que pueda demostrar con todas mis palabras y actitudes que la sinceridad y el amor y sobretodo el amor a Dios es el origen de la felicidad. Te pido que atenúes mi mal carácter, y que cuando esté de mal humor, Señor, ayúdame a refrenar la lengua. Que no olvide jamás que mis hijos son niños y que no debo esperar de ellos consideraciones de adulto. Que no les arrebate la oportunidad de cuidarse solos y de decidir por sí mismos. Bendíceme con la grandeza de saber acceder a todos sus pedidos razonables y también aquellos privilegios que en mi opinión les resultarían perjudiciales. Hazme imparcial, justa y bondadosa. Y hazme digna de ser amada, respetada e imitada por mis hijos. Amen. Abigail Van Buren.

Parte de este escrito esta tomado del libro el Manual de la Familia Católica del Rev. Padre George A. Kelly.

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