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Gilbert K. Chesterton, el inglés que sucumbió a la llamada de Roma

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El martes se cumplen 75 años de la muerte del gran escritor británico. Su legado literario ha conocido gran fortuna editorial en España.
En el elogio fúnebre que de Gilbert K. Chesterton (Londres, 1874-Beaconsfield, 1936) hizo el sacerdote y novelista Ronald Knox –otro gran personaje y gran converso–, se nos define al escritor inglés como “un profeta en época de falsos profetas”. A tanto llegaría esta condición que el propio Papa Pío XI le nombró Defensor de la Fe, quizá para establecer cierta justicia poética a propósito de la ruptura con Roma de un Enrique VIII que ostentó el mismo título.
En realidad, la obra de Chesterton –lúcido, paradójico, brillante, alegre, inteligente– fue una magna y muy personal contribución a la experiencia histórica y literaria del catolicismo, oficiosamente a la cabeza de tantas mentes preclaras que sintieron desde Inglaterra la atracción de Roma, de Belloc a Muggeridge y de Hopkins a Evelyn Waugh. El vicepresidente de la Sociedad Chestertoniana Italiana, Paolo Gulisano, biógrafo del escritor, explica el perfil humano del maestro de la paradoja: “Un hombre sin malicia, sencillo y profundamente humilde que, pese a haber experimentado personalmente el dolor, hizo el canto de la alegría”. Para el dominico inglés Aidan Nichols, posiblemente Chesterton deba ser considerado nada menos que un “padre de la Iglesia” del siglo XX. Por todo ello, está en marcha el runrún de su beatificación canónica.

Beatificado por el canon literario lo está desde hace mucho: según Gulsiano, “raramente se encuentran páginas que hablen de fe, de conversión y de materias doctrinales con tanta claridad y mordiente, y al mismo tiempo tan despojadas de excesos de sentimentalidad o moralina”. Quizá por esto Chesterton, pese a haber sido en ocasiones menospreciado, ha venido consolidándose como uno de los escritores del siglo XX, capaz de atraer la atención de católicos y de no católicos que, pese a su condición, no han dejado –así lo haría Jorge Luis Borges– de señalar el influjo total que el catolicismo tuvo en su obra. El propio Borges define la lectura como una de las formas de la felicidad y reconoce que Chesterton es el escritor que más horas felices le ha dejado. “Al leer a Chesterton nos embarga una peculiar sensación de felicidad”, remacha Alberto Manguel, quien también indica cómo los juegos de palabras chestertonianos rápidamente pasan a ser juegos de pensamiento. Ese profundo gozo de Chesterton por la vida parte del asombro de su infancia espiritual y le lleva a “optar valerosamente por la felicidad” pese a haber conocido sufrimientos–la muerte de su hermano, de una hija- de los que forjan el alma para siempre.
En la celebración de su aniversario, el lector español de Chesterton está de enhorabuena, en tanto que editoriales como Ciudadela, Renacimiento y Acantilado han traducido en los últimos tiempos lo mejor de su obra: los artículos de Correr tras el propio sombrero y Lo que está mal en el mundo, El hombre que fue Jueves, El Napoleón de Notting Hill....

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