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El rechazo a la anécdota y al sentimentalismo romántico

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Su teoría poética, en la que no es difícil ver conexiones con el movimiento cubista de Apollinaire, Max Jacob, Reverdy o Cendrars, por citar sólo algunos de los nombres, se resume en una actitud de rechazo a la anécdota y al sentimentalismo romántico y en una sola frase: «Hacer un poema como la naturaleza hace un árbol».

Basilio Fernández nunca olvidó del todo sus inicios como poeta creacionista. No es difícil rastrear, incluso en sus poemas más personales, los de su última etapa, imágenes que remiten a los años de su formación literaria.

Su obra siempre guardará una fidelidad a cierto irracionalismo, en el que hay huellas de los libros de influencia surrealista que escribieron Aleixandre o Cernuda. A partir de algunos de los 31 poemas que reunió en el cuaderno Solitude, optional april, y de los que en esta antología se publican trece composiciones, alguna tan hermosa como «Una tarde de Italia», encontramos una voz más discursiva y teñida de un desasosiego existencial, en la que vemos las marcas de un nuevo camino.

Ahí está el hilo del que tirará el poeta astur-leonés para encontrar más adelante, incluso cuando parece hacer ciertas concesiones a la estética garcilasista que se impuso en la inmediata posguerra, su tono mejor y más personal.

¿Son Basilio Fernández y Álvarez Piñer epígonos de la Generación del 27, como han indicado algunos críticos, o pertenecen a la promoción siguiente, la de 1936? Sus fechas de nacimiento, 1909 y 1910, respectivamente, coinciden con las de poetas tan destacados de esta primera generación de posguerra como Miguel Hernández, Luis Rosales o Leopoldo Panero.

Guillermo de Torre ha subrayado que entre 1920 y 1935, además de los diez autores que constituyen el núcleo principal de la Generación del 27, hay otros dos grupos importantes que convergen con el anterior y entre los que incluye a creacionistas y a ultraístas.

Ahí tienen sin duda acomodo las primeras obras de Basilio Fernández y Álvarez Piñer, aunque, como escribió Dámaso Alonso en su muy citado artículo de 1948 «Una generación poética (1920-1936)», «la generación existe y tiene interés para la historia de la cultura; pero para la historia de la literatura no existe más que el poeta individual, mejor dicho, la criatura, el poema».

Más allá de modas, tendencias o clasificaciones generacionales, la poesía de Basilio Fernández sigue viva, y eso es lo importante. En su obra vemos, pese a que en sus 60 años de dedicación literaria hubo también períodos de silencio, una extraña coherencia que relaciono con su concepción del poema como lugar para el hallazgo verbal y el diálogo con la tradición (de Lope a Góngora, de Garcilaso a Medinilla), pero también como espacio en el que se revela la recreación y la destrucción del paraíso (¿el de la infancia, tal vez?) a causa de las erosiones de la vida y del viento de la historia. Entonces, un poema -y claramente los que corresponden a sus últimos años de vida, en los que asoma también Ezra Pound- se hacen más ásperos y densos, menos convencionales:

«Poco a poco trepa la hiedra del ocio resignado, / se tambalea la usura, se reprime la vida, / quedan maneras olvidadas en el azogue de los espejos, / muestras de amor perdido igual que fuegos fatuos / o ríos caudalosos que terminan en nada».

Esta antología de Basilio Fernández nos da ocasión de encontrarnos con un poeta que hizo su obra desde una discreta penumbra en la que encontró, como luces en la oscuridad, las palabras que hoy nos devuelven una existencia más llena y extraordinaria de lo que él mismo, conjeturamos, pudo llegar a pensar.

La poesía, a veces, nos salva de nosotros mismos.

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