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Memoria del futuro de Murcia

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Sin lugar a dudas, 2009 pasará a la historia de Murcia como el año de la tensión entre cultura y progreso. Tensión producida entre los que defienden la conservación de los restos arqueológicos encontrados en el entorno del Palacio de San Esteban, y los 'modernos' que promueven la construcción del 'parking', arruinando tal hallazgo.

Sea como fuere, asistimos a la reedición de la vieja disputa: atenienses y espartanos, lares y penates, fieles e infieles, jacobinos y girondenses, en suma, progresistas y conservadores.

Los promotores y defensores del 'parking' alardean de satisfacer una necesidad primaria «creada», y en ese afán, enarbolan la bandera del progreso, que también significa aumento de poder y libertad, al más puro estilo decimonónico, cuya cima se alcanzaría en el primer tercio del s. XX.

A los modernos hay que reconocerles el hallazgo de una libertad a la que no debemos renunciar. Pero también hay que imputarles que la radicalización de tal postura supuso la ruptura con la historia y con la tradición.

El paradigma moderno se basaba en el principio de que el modo de ejercer la razón es el único modo de ejercerla, y que la universalidad defendida por esa razón es la única forma de entender la política o la justicia, y que el sentido de la esencia y la existencia humana viene dado por la atención y entrega a esos principios.

Pero el primado de esa razón emancipada, y la consideración de la función como exclusivo principio operativo, acabó produciendo monstruos cuyo ápice más alto encontramos en la 2ª Guerra Mundial, el terror de la bomba atómica, los campos de exterminio, la guerra fría, etc. Desde entonces, ser moderno ya no es tan moderno.

Así que cuando ese modo de ejercer la razón quebró, hecho divulgado por Horkheimer y Adorno en 1947, emergió el sentimiento de que se había acabado la historia, la universalidad, incluso el destino histórico de occidente, en suma: quebró el verdadero sentido de la vida humana, como hicieron ver Heidegger y Sartre.

La crítica más vulgar e infecunda a la modernidad consistió en afirmar que no había forma alguna de ejercer legítimamente la razón, y por tanto, ninguna forma legítima de universalidad, justicia, política, etc.

Pero como la modernidad llevaba asociada la idea de progreso y esta a su vez la idea de novedad, al quebrar la idea de modernidad también lo hizo la idea de novedad.

Se entiende ahora, por qué en la postmodernidad se produce ese afán por la historia y entonces proliferan los museos, las novelas históricas, los archivos y las conservaciones arqueológicas.


A donde voy: no estamos en la modernidad sino en la postmodernidad, pero no entendida de manera estéril «prohibiendo prohibir», sino advirtiendo que los modos legítimos de los principios éticos, políticos, y artísticos son plurales: la verdad no es de vía única sino plural.

He ahí, a mi juicio, el hallazgo de la postmodernidad.

Y si damos por bueno este posicionamiento plural entonces podemos decir que: 1. No se trata de respetar lo viejo por viejo, sino por bueno porque es más respetable la bondad que la vejez.

Y en mi opinión, los restos hallados en San Esteban son viejos y buenos; lo que sucede es que no son restos con los que nos identificamos como si fuesen iberos o romanos ¿Dudaríamos de unos restos a base de columnas y ábacos, capiteles, frontones, etc.? Son restos árabes.

Tanto da.

Son restos de una cultura que también fue la nuestra y que es susceptible de ser interpretada porque ahí también están nuestros orígenes, como pone de relieve nuestra cultura en el nombre de nuestros pueblos, nuestro vocabulario, nuestra huerta, etc. 2.

Entiendo por respetable aquella forma de expresión cultural, que es susceptible de interpretación, y por tanto que desde ella también podemos re-inventarnos, sin que tal proceso suponga pérdida o mengua de nuestra identidad.

Cuando eliminamos o marginamos lo que no es como nosotros, en el fondo es porque dudamos de la autenticidad y fortaleza de lo nuestro.

Cuando acogemos y respetamos lo distinto, flexibilizándonos para acoger lo diferente sin perder la identidad, reflejamos el convencimiento de que lo nuestro es bueno y por ello queremos hacer partícipes a los demás.

Esta última idea no va en la línea del «buenismo antropológico» sino en la línea de que el futuro, a buen seguro, será mestizo y heterogéneo.

Ciertamente, la memoria no es el pasado, sino el presente del pasado. Como decía San Agustín en sus Confesiones: sólo existe el presente.

El pasado no existe más y el futuro aún no existe todavía por lo que, para este santo, lo que hay es: presente del pasado (memoria), presente del presente (contemplación) y presente del futuro (esperanza).

Y desde el presente, la patria está tanto en el origen como en el futuro: no es sólo la tradición que asumimos sino también el proyecto, la meta, el fin que buscamos «aún sin haber estado antes en ella».

Concluyo: la conservación de los restos arqueológicos del jardín de San Esteban son una oportunidad, son memoria del futuro, porque los hombres sólo inventamos el futuro cuando rasgamos el pasado, que es como creer que el personaje que interpreta una obra de teatro es simultáneamente el autor del guión.

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