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Un Van Gogh diferente a través de sus cartas

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La correspondencia de Vincent Van Gogh constituye un testimonio de primera mano de su más que sorprendente evolución en su breve carrera de artista, según se pone de manifiesto en la exposición que dedica a sus cartas y su pintura la Royal Academy of Arts.

Vincent van Gogh (1853-1890) no es el único creador que ha dejado una enorme correspondencia- baste citar por ejemplo al por él tan admirado Eugène Delacroix-, pero ninguna como la suya desnuda con tan profunda sinceridad no sólo al artista sino también al hombre.

Van Gogh fue un creador de enorme productividad: de vocación tardía, en sólo diez años nos dejó más de 2.000 obras, de las que unas 600 aparecen mencionadas en alguna de sus cartas.

Éstas van dirigidas principalmente a su hermano y confidente, Theo, pero también a otros miembros de su familia, como su hermana Willemien, y a colegas artistas como Émile Bernard, Anton van Rappard o Paul Gauguin, entre otros.

Es difícil saber cuántas cartas escribió en total: hay constancia de 819 aunque por referencias en las cartas por él recibidas se cree que pudo llegar a dos mil, es decir más o menos el mismo número que pinturas y dibujos.

Tras su suicidio, Theo conservó la correspondencia a él dirigida y la viuda de éste, Jo van Gogh-Bopnger, publicaría una primera edición en 1914. Ahora, con ayuda de los especialistas Leo Jansen, Hans Luijten y Nienke Bakker, del museo Van Gogh, de Amsterdam, Thames & Hundson ha publicado una edición completa y anotada en tres idiomas, además de una edición íntegra en la red, de toda las cartas del artista holandés.

A los esfuerzos de esos tres expertos se han sumado los de la británica Anne Dumas, de la Royal Academy of Arts, que ha seleccionado de entre todo ese ingente material cerca de cuarenta cartas originales para exponerlas junto a unas 65 pinturas y una treintena de dibujos en esa prestigiosa institución londinense.

La selección de las obras ha estado guiada por algunos de los temas principales que dominan la correspondencia: los esfuerzos del autodidacta por aprender los rudimentos de su oficio, su pasión por el color, la importancia dada a la figura humana, los ciclos de la naturaleza o su afición a la literatura, entre otros. "Aunque amo el paisaje, amo aún más la figura humana, pero es lo más difícil", escribió en una ocasión Van Gogh, que, hijo de un pastor protestante e inicialmente misionero él mismo, se sintió siempre atraído por la gente humilde como los campesinos, tan próximos a la naturaleza, o los trabajadores manuales.

Como explica la comisaria de la exposición, Dumas, las cartas muestran a un Van Gogh que nada tiene que ver con el genio loco de la leyenda sino, por el contrario, a un artista metódico, tremendamente disciplinado y sistemático, pero también apasionado en su búsqueda de la verdad más profunda.

Lo que hoy nos fascina al leer la correspondencia de Van Gogh es precisamente el encontrarnos con un hombre que, lejos de perseguir la fama rápida, como tantos pseudoartistas de hoy, no se siente nunca satisfecho con lo logrado, e intenta superarse continuamente en una lucha casi titánica por vencer las que reconoce como sus limitaciones.

Van Gogh se nos presenta como un hombre que no se desanima nunca pese a no recibir reconocimiento ni recompensa por sus esfuerzos: según Dumas, apenas vendió uno o dos cuadros en su vida pese a la condición de marchante de su hermano, que le prestaría, sin embargo, una para él indispensable ayuda financiera y moral hasta el final.

A través de cartas y pinturas, la exposición ofrece un fascinante recorrido por la fulminante carrera de Van Gogh: desde sus comienzos de torpe dibujante preocupado por la perspectiva hasta sus obras maestras como su autorretrato de 1888, su bodegón con cebollas, los retratos de La Arlesiana, de la familia del cartero Roulin, del médico Paul Gachet o los paisajes expresionistas de Auvers.

La exposición londinense, que estará abierta desde el sábado hasta el 18 de abril, acaba con la última carta que envió a su hermano el 23 de julio de 1890, sólo cuatro días antes de suicidarse de un disparo en el pecho en medio de uno de esos campos de trigo que le fascinaban. En ella, Vincent daba las gracias a Theo por el billete de cincuenta francos que éste la había enviado, incluye unos apuntes de unos cuadros que acaba de pintar y le pide material de pintura para él y un artista holandés que se hospedaba en el mismo albergue.

Joaquín Rábago (Efe) / Londres

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