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Un coeficiente intelectual bajo aumenta el riesgo cardiovascular

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Investigadores del Medical Research Council de Reino Unido han descubierto que el coeficiente intelectual influye en la aparición de enfermedades cardiovasculares, siendo el segundo factor de riesgo más determinante sólo por detrás del tabaco y muy por encima de otros como la obesidad o la hipertensión, según publica en su último número la revista «European Journal of Cardiovascular Prevention and Rehabilitation».


Para llegar a este hallazgo, los investigadores se basaron en un estudio de población de 1987 que incluía datos de 1.145 personas de 55 años de media del oeste de Escocia, a quienes se les hizo un seguimiento durante 20 años recopilando información sobre su estatura, peso, presión arterial, tabaquismo, actividad física, estudios y trabajo. Además, se evaluó la capacidad cognitiva mediante una prueba estándar de inteligencia general.

Tras introducir todos estos datos en un modelo estadístico con el fin de cuantificar la relación de nueve factores de riesgo con la mortalidad cardiovascular, comprobaron que el tabaco es el factor de riesgo más importante, seguido de un coeficiente intelectual bajo, con una mortalidad similar en ambos casos.

Para medir la importancia relativa de la asociación entre los distintos factores de riesgo se utilizó un "coeficiente de desigualdad", que engloba el riesgo relativo de que se produzca un determinado resultado (muerte por enfermedad cardiovascular) en la población más desfavorecida (con mayor riesgo) respecto de la más favorecida (con menor riesgo).
De este modo, el coeficiente relativo de desigualdad resultante para los cinco factores de riesgo principales fue de un 5, 58 en el caso del tabaco, seguido del coeficiente intelectual (3,76), bajos ingresos (3,20), presión sistólica (2,61) y escasa actividad física (2,06).

Los investigadores destacan "una serie de mecanismos posibles" por los que un bajo coeficiente intelectual podría traducirse en un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, y destacan entre ellos la aplicación de la inteligencia a comportamientos relacionados con la salud -como fumar o hacer ejercicio- y sus resultados -obesidad o presión arterial-.

Según añaden en el estudio, otra posibilidad es que el coeficiente intelectual constituya un "registro" de agresiones relacionadas con el entorno, por ejemplo, una enfermedad o nutrición deficiente, acumuladas a lo largo de la vida. "Desde el punto de vista de la salud pública, existe la posibilidad de incrementar el coeficiente intelectual, como podrían apuntar los resultados de pruebas realizadas en programas de aprendizaje y preparación preescolar", comentó David Batty, autor de la investigación. Además, aseguró que tras este hallazgo habrá que adaptar las campañas de prevención en función del nivel intelectual de los ciudadanos.

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