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El escultor Anish Kapoor inaugura hoy su controvertida exposición a cañonazos en el museo Guggenheim

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Un artista la ha emprendido a cañonazos con el Guggenheim pero su acción no tiene nada que ver ni con una postura contraria al nuevo proyecto en Urdaibai, una puesta en escena en clave irónico-crítica respecto a rituales próximos como el cañonazo festivo de la Semana Grande de Donostia ni tampoco como respuesta a los encontronazos territoriales en torno a la capitalidad vasca o el uso público de los campos de fútbol.

La realidad artística contemporánea, una vez más, vuelve a buscar la línea de flotación de la capacidad de sorpresa del espectador y visitante de museos a base de impactantes propuestas.

Esta vez, y hasta mediados de octubre, es el turno del artista indio Anish Kapoor (Bombay, 1954) que se sitúa ante el edificio de Gehry a la altura de anteriores intentos de abarcar y apropiarse de los colosales y sinuosos espacios del museo para dar rienda a suelta a su personal condición de pintor escultor desde la ruptura de los límites físicos y la manipulación de los materiales empleados en pintura y escultura (pigmentos, formas, escalas) para trascender sus funciones, procesos creativos y visiones preconcebidas de la obra acabada.

Kapoor niega, con todo, que haga arte para el público o trate de buscar intimidarle mediante dimensiones gigantescas o instalaciones desconcertantes por su ruptura con el acercamiento convencional. «No puedo ni quiero hacer arte para el público.

Me preocupa el espectador, al que trato de hacer reflexionar sobre aspectos como aquello que no se ve, y que los objetos y los propios materiales conllevan, además de su presencia material».

De esta guisa, se vuelca en indagar en la relación con el espacio a través de experiencias visuales y psicológicas. Lo hace construyendo artefactos y máquinas pensadas para producir piezas y series, mezclando acumulación y mínima expresión: «Busco un toma y daca entre espectador y objeto», aclara.

Kapoor ha dispuesto en la segunda planta de la pinacoteca y en la parte trasera del edificio una serie de instalaciones que juegan con el sentido convencional de la obra de arte mediante puestas en escena que mezclan la exhibición clásica con la instalación atípica. Formas geométricas surgidas de la acumulación de pigmentos que parecen emerger del suelo como icebergs, espejos deformantes, esferas de acero y monumentales engranajes desafian al espectador a compartir la exploración del artista de lo tridimensional buscando el efecto de mostrar 'obras autocreadas', que tratan de huir de la presencia de la mano del artista. En esa búsqueda, Kapoor muestra esculturas de cemento fabricadas aleatoriamente por una máquina de su invención y la estrella de la muestra, 'Disparos en el Rincón'.

Un cañón que, durante el tiempo que dure la exposición se dedicará a lanzar contra las paredes de la sala, cada hora, proyectiles de cera cuyos estallidos van a convertir la galería en un akelarre de impactos (pintura) cuyos restos (escultura) se irán acumulando en el suelo hasta alcanzar las 30 toneladas de peso. Es la manera de Kapoor de mezclar en un simbolismo extremo «sexualidad, violencia, la Historia de la Pintura y los límites que imponen a la obra el lienzo y el cuadro».

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