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Hernán Rivera gana el Alfaguara con las andanzas de un iluminado

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Apegado al paisaje inhóspito del desierto de Atacama, que marca la vida de sus habitantes, el escritor chileno Hernán Rivera Letelier (Talca, 1950) fue proclamado ayer ganador del 13° Premio Alfaguara de novela, dotado con 175.000 dólares (unos 129.220 euros) por el libro

El arte de la resurrección, en el que se toma como excusa las prédicas de un iluminado que se cree Jesucristo para denunciar una realidad social injusta. El jurado presidido por Manuel Vicent valoró «el aliento y la fuerza narrativa» de Rivera Letelier, así como la creación de una «geografía personal a través del humor, el surrealismo y la tragedia».


Esta es la 12ª novela de Rivera Letelier –entre las anteriores destacan La Reina Isabel cantaba rancheras, El fantasista y La contadora de películas– para la que se ha inspirado en un personaje real, el Cristo de Elqui, que en los años 40 predicaba por tierras chilenas sobre la inminente llegada del fin del mundo. En la ficción del escritor, el autoproclamado hijo de Dios emprende por las zonas de las minas de sal la búsqueda de una prostituta devota de la Virgen del Carmen.


La zona de las minas de salitre, al norte del país, en pleno desierto de Atacama, es un escenario recurrente en la obra de Rivera Letelier. Incluso su personaje, el Cristo de Elqui, se ha ido colando en novelas anteriores, hasta que el escritor decidió darle rango de protagonista. Este personaje real inspiró también a Nicanor Parra un libro de poemas.


En cuanto a las prostitutas, él mismo reconoció ayer, en conversación telefónica, que hay quien le llama el escritor de las putas, personas a las que, afirma, se les coge cariño en medio del desierto.

DESIERTO Y RELIGIÓN / Rivera Letelier fue «explotado» en las minas de sal, donde trabajó 30 años. Residente en la actualidad en la ciudad de Antofagasta, llegó al desierto con 12 años, junto a su padre, un predicador evangelista del que ha tomado la retórica religiosa para el libro.


«Antes del desierto, yo no era nada», comentó ayer con ironía el autor, que se encuentra casi confundido con el árido paisaje en el que ha vivido durante más de 45 años y que es su fuente de inspiración. «No puedo escribir sobre otra cosa porque el desierto soy yo», añadió.


La obra ganadora de la presente edición del premio Alfaguara es también una forma de homenaje a los hombres y mujeres que conquistaron esa tierra hostil a finales del siglo XIX y que conoció uno de los momentos cumbre de la represión antiobrera de principios del siglo XX: la matanza de Santa María de Iquique que inspiró a numerosos artistas latinoamericanos de la pasada centuria.

MERCEDES JANSA
MADRID

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