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La tecnología, llave del futuro

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Una apuesta por la receta de siempre, la tierra, sí, pero con una vuelta de tuerca. El modelo de Semilleros Ferrero es ejemplo de rentabilidad en el mundo rural. ¿Dónde está la clave? En dos aspectos igualmente importantes: una inversión elevada y una vida dedicada a sacar adelante un negocio, el de uno mismo.

De sus más de 5.000 metros cuadrados de producción de semillas hortícolas salen buena parte de los productos de toda la región. De hecho, sólo compite con otro conjunto de invernaderos en Castilla y León, que triplica la superficie a cubierto y que se sitúa en la localidad leonesa de Valencia de Don Juan. De ahí también sale la otra iniciativa original de Micereces de Tera.

Es la fábrica de conservas naturales Benaventera, impulsada hace tres campañas por cinco socios, entre los que se encuentra la cooperativa TEO, y que ahora intenta abrirse campo en el difícil terreno de la distribución y la venta. Dos modelos complementarios, uno consolidado y otro que busca ganarse su futuro. Dos iniciativas que demuestran que la receta del futuro está en el pasado, sí, pero con un giro de 180 grados.


Para Roberto Ferrero, un joven que acaba de superar la treintena, la relación con su negocio es prácticamente su vida. Al frente de sus invernaderos lleva ya una década y sus planes no son distintos de lo que manda la ley de la empresa: invertir, amortizar y mirar al futuro. «Hacemos todo tipo de planta hortícola: desde perejil o alcachofas, hasta las lechugas, los tomates o el pimiento, que es el producto estrella, del que hago el millón de unidades, siempre sobre pedido», apunta el emprendedor de Micereces. Después, ese millón de plantas se irán a parar a las huertas y terrenos de cultivo de Benavente y Los Valles, amén de los pedidos que viajan por el resto de la provincia, León y Valladolid.


Pero, ¿dónde está la clave? Habitualmente, los propios productores hortícolas realizaban el semillero ellos mismos, de forma artesanal. La diferencia está en la especialización. «Me piden tal fecha, lo encargan, yo programo las siembras y tienen la planta el día exacto. Yo garantizo un producto con un control sanitario y de calidad», explica Ferrero, quien explica el avance de adquirir la planta en lugar de producirla. «La ventaja de este producto es el taco, el cepellón. Entrego la planta entera y así no sufre en el trasplante porque lleva toda la raíz, lo que hace que lleve una ventaja de veinte días».


En resumidas cuentas, que el agricultor realiza un desembolso inicial que acaba amortizando cuando llega la cosecha. El origen está en los invernaderos de Semilleros Ferrero, un espectáculo de color, germen de una enorme superficie de cultivo. «Cuando nacen las plantas, esto parece un campo de fútbol», bromea Ferrero, acostumbrado a recibir visitas de escolares, además de sus propios clientes, que se acercan a Micereces en temporada para coger las provisiones e iniciar el cultivo.


El calendario es tan simple como desalentador para quien no profese un amor especial por esta actividad, tan gratificante para Roberto como esclavo es su tiempo. «Entre octubre y diciembre, preparamos la campaña y desde enero hasta julio, estoy sembrando todos los meses sin parar. La siembra fuerte es justamente ahora, en marzo», reconoce el joven productor.


Una iniciativa ya consolidada, que empezó cuando vio hace diez años, cuando se dio cuenta que la demanda de planta crecía cada año. Desde entonces, los invernaderos y la maquinaria que emplea en la siembra se ha ido superando. Tecnología cada vez más avanzada para mantener la humedad y la temperatura a capricho frente a la arbitrariedad meteorológica y un mimo especial por cada una de las miles de plantas que crecen inicialmente para abastecer huertas y campos.


Uno de ellos no dista ni un kilómetro de los semilleros de Roberto Ferrero. Es la propia fábrica Benaventera, que acude a los invernaderos para comprar las plantas de pimiento. «Avanzamos ocho días en la recolección y al final, nos acaba saliendo más barato que hacerlo nosotros», explica Isaac Furones, uno de los cinco socios de Benaventera, una fábrica de conservas de productos de huerta, que atesora ya 16 especialidades distintas: desde el pimiento asado, entrecallado, o frito al ajillo hasta la sugerente cebolla confitada, pasando por las tradicionales guindillas, el tomate frito natural y lo más innovador: mermeladas de tomate rojo, verde, pimiento, cebolla y uvas.


La idea la trajeron Juan Brel y Flor Martínez. Formar una sociedad para dar un paso más en la vieja receta: no quedarse en la producción de la joya de la corona de Los Valles, el pimiento. Sino ir más allá, transformarlo y acceder a los mercados bajo el sello de un producto de calidad. Sobre el papel, todo muy bonito. En la práctica, antes de la emprender la actividad, varios muros que sortear. «La idea la tenía todo el mundo, pero nadie se echaba para adelante. Al principio, veníamos veinte, después la mitad. Cuando se habló de dinero, ya veníamos tres», explican Isaac Furones y Arancha Arteaga, dos de los socios de Benaventera. Lo cierto es que las aportaciones iniciales pusieron rumbo al proyecto hace tres años.


El otro muro se alzaba casi más elevado aún, quizá estirado por el efecto de la crisis. Es la distribución, la verdadera bisagra de los proyectos. Y es que la mitad de las empresas se caen en los dos o tres primeros años de vida. Quien salva el obstáculo, toma oxígeno y llega a otear el horizonte. En ello andan estos productores de conservas, que han rentabilizado el sello «Artesanos de Castilla y León» con la obtención de la etiqueta «Tierra de Sabor», que la Junta de Castilla y León intenta introducir, en principio con éxito, en las cadenas de distribución regionales. De hecho, por estas fechas, los trabajadores de Benaventera se afanan para cumplir con un voluminoso pedido que llegará a las grandes superficies de la cadena francesa «Carrefour» de toda la región. «Vamos a ver si resulta. Si es así, seguiremos llevando conservas», apuntan desde la joven fábrica.


«Este año hemos vendido un 30% más que el año anterior, pero miras las letras que tienes que pagar y ves que todavía no llegas», se repite Isaac Furones, quien no escatima en optimismo para seguir adelante. Las cifras avalan el sueño, pero queda mucho esfuerzo por hacer. La clave está en la apuesta que hagan los consumidores entre productos que valen un euro y una materia prima de origen desconocido y otros que rozan los tres euros, pero donde se ven las huertas de Micereces de Tera al trasluz. Y después en el sabor. Con esos ingredientes, ¿cómo no se va a apreciar la diferencia?


De momento, Benaventera produce unos 25.000 kilos de pimiento al año, aunque son conscientes de que el futuro está en la demanda, porque ellos pueden llegar a producir diez veces más, tal y como permite la inversión materializada en la nave, el horno, el autoclave y el resto de elementos, imprescindibles para trabajar, ser competitivos, pasar los filtros de los sellos de calidad y llegar al mercado en condiciones óptimas. «Esto tenía que llevar veinte años funcionando», se dicen. Pero no ha sido así. Y ésa es la trinchera que separa el desarrollo de quienes van a la cola. Nunca es tarde, dice el dicho. Sobre todo si la receta, como la del pimiento benaventano, es buena.

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