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Las 'rimas traducidas' de Bécquer

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Bécquer solía repetir la cita del poeta y político francés Lamartine "la mejor poesía escrita es aquella que no se escribe". Sin embargo, en aquellos días en que se distanció de la poesía, lejos de poner freno a su espíritu creativo, el sevillano continuó con su universo lírico refugiado, en muchas ocasiones, bajo un seudónimo, lo que ha dado lugar a numerosas atribuciones más o menos fundadas.

Mucho se ha escrito, impulsado por un fervor becqueriano, sobre la etapa en la que el sevillano trabajó como traductor francés (idioma que dominaba porque se crió en la casa de su madrina Manuela Monnehay, francesa de origen y poseedora de una valiosa biblioteca de clásicos europeos) cuando trasladó su residencia a Madrid, pero pocas certezas hay sobre estas transcripciones del autor de Rimas.

A la luz de nuevas investigaciones, uno de estos recientes hallazgos es el que ha realizado el malagueño Agustín Porras, profesor de Lengua y Literatura en un instituto de Madrid. Buen aficionado al mundo de las letras (dirigió las revistas Poesía, por ejemplo o La primera piedra), este psicólogo de formación encontró en portales de compraventa en internet, como Ebay, la manera de dar con ejemplares prácticamente inexistentes en los catálogos. Fue en 2006, cuando descubrió las obras que conforman los fondos de la Biblioteca Gaspar y Roig, un sello que a partir de 1868 publicó en español los libros de aventuras que triunfaban en el resto de Europa, como los de Julio Verne, y en el que, según algunas misivas de la época dirigidas a Francisco de la Iglesia, trabajaron los hermanos Bécquer, Valeriano como ilustrador y Gustavo Adolfo como intérprete.

"Hace ya varios años que he venido reuniendo y analizando una gran parte de las obras del registro de Gaspar y Roig, fundamentalmente aquellas que corresponden a los años previos a la muerte de ambos hermanos [Gustavo Adolfo murió en diciembre de 1870, tres meses después que Valeriano] con la esperanza de encontrarme con alguna obra traducida por él; pero -explica Porras- una y otra vez encontraba los nombres de Nemesio Fernández Cuesta, J. Vicente y Caravantes, Vicente Guimerá... además de un desconocido D. F. de T."

Estas siglas -D. F. de T.- corresponden, según interpreta Porras de una manera tan lógica como sorprendente, a la manida fórmula Don Fulano de Tal, bajo la que se escondería la identidad de Gustavo Adolfo Bécquer. Esta broma "viene a contradecir la injustificada fama de taciturno" con que el poeta ha pasado a la historia, pues, por ejemplo "Cartas desde mi celda también contiene algún pasaje guasón". Su razonamiento se apoya en la infinita curiosidad con que ha estudiado el año escaso, entre 1868 y 1869, en que ambos hermanos convivieron con sus hijos en Toledo, ya separados de sus respectivas mujeres. Fue en esta época de dificultad económica cuando Valeriano dejó de lado los pinceles para concentrarse en las viñetas y Gustavo Adolfo en las traducciones. Y es que, para Porras, todo encaja: "Valeriano necesitaba una persona de confianza que le tradujera esos pasajes para ilustrarlos después".

El volumen que contiene Abdallah o El trébol de cuatro hojas (cuento árabe) seguido de Aziz y Aziza, de Eduardo Laboulaye es uno de los editados en Gaspar y Roig e ilustrado por Valeriano. Según Porras, "no sólo la impecable traducción aparece envuelta en una muy reconocible atmósfera becqueriana, sino que la decena larga de poemas que surgen intermitentemente a lo largo del relato, recreados ahora bajo la estructura de coplas y romances, no son sino 15 nuevas rimas del poeta de Sevilla". Para el malagueño, aunque se trate de aparentes traducciones, es evidente el derroche de creatividad que dejó en ellas Bécquer, inmerso como estaba en aquellas fechas en la reelaboración de los poemas perdidos (recogidos más tarde en el Libro de los gorriones).

La firma D. F. de T se plasma asimismo en la traducción de William El Grumete, de Mayne-Reid, un relato de aventuras que "se lee con el mismo placer que las Leyendas". Y, en una nueva prueba del ingenio becqueriano, el poeta firmaría la traducción de El príncipe perro, de Laboulaye, como Don F. de T. y C. (don Fulano de Tal y Cual). 140 años después de su muerte Bécquer sigue sorprendiendo.

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