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Nueva York se rinde a Picasso

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Picasso el pintor: El Guernica o Las señoritas de Avignon. Picasso el escultor: Cabeza de cabra, botella y vela o El futbolista. Estas son, sin duda, las dos facetas más conocidas del artista malagueño. Pero, Pablo Picasso también destacó como grabador, por ejemplo, con La paloma de la paz, y esa vertiente es precisamente la que se ha propuesto rescatar el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) con una exposición que abre sus puertas este fin de semana y cerrará el 30 de agosto y que recoge un centenar de los más de 2.400 grabados que nos regaló el pintor.


Con el título Picasso: temas y variaciones, la prestigiosa institución cultural neoyorquina repasa el impresionante proceso creativo del artista malagueño a través del grabado, centrada fundamentalmente en sus etapas azul y rosa. «Recorrer esta exposición nos deja de alguna manera ver por encima del hombro de Picasso para comprobar cómo tomaba decisiones en torno a sus obras, y también su forma de pensar», explicaba ayer a la prensa la comisaria de la muestra, Deborah Wye.


La idea del MOMA de recuperar la faceta de grabador de Picasso surgió a mediados de los años noventa, pero no ha sido hasta ahora cuando se ha materializado en una muestra que sigue de cerca los pasos de Picasso por su etapa abstracta, el cubismo y el surrealismo, a través de su constante experimentación con diferentes técnicas, desde aguafuertes y litografías hasta impresiones en relieve, todo ello desde un acercamiento al genio malagueño a partir de algunas de las series temáticas que marcaron definitivamente su obra.


El mundo mítico en torno a otro de sus cuadros más enigmáticos, Minotauromaquia, es uno de los pilares de la muestra, donde también se pueden contemplar algunos de los cien grabados de la serie Suite Vollarda de principios de los treinta. Detenerse ante ellos ayuda a comprender la evolución del mítico personaje en la mente de Picasso, desde una primera etapa en la que predomina su parte más bestial a otra en la que va adquiriendo rasgos más humanos, fiel reflejo de cómo fue evolucionando la propia vida del pintor.


A lo largo de los años Picasso supo combinar a la perfección el mito del Minotauro y la violencia de las corridas de toros, otro de los temas que mejor atinó a expresar el pintor, logrando crear una escena «enigmática y simbólica» al mismo tiempo, especialmente bajo la influencia del surrealismo. Buena muestra de esa etapa son dos de los linograbados llenos de color que más llaman la atención en la exhibición, Picador y Torero, que muchos consideran un hito de la impresión moderna.

LOS SALTIMBANQUIS / Sorprende también un grupo de grabados en torno a la figura de los saltimbanquis y el mundo del circo, así como las muestras de su particular acercamiento al mundo animal y una serie de imágenes abstractas que fueron creadas por Picasso para ilustrar St. Martorel, un libro de poemas de Max Jacob, uno de los amigos que hizo en su primera etapa en París. Una buena manera para acercarse a Picasso y a sus grabados, para entender lo que él mismo definió como su peculiar forma de «escribir ficción».


La del MOMA no es la única aparición de Picasso en el a veces inabarcable calendario cultural de este primer semestre, en el que una especie de «fiebre Picasso» parece estar haciendo estragos en Nueva York. Desde hace días cuelgan en las paredes de la galería Marlborough, a solo cuatro manzanas del MOMA, más de un centenar de grabados sobre las mujeres que inspiraron al pintor, mientras que el 27 de abril se inaugurará en el imponente Metropolitan otra muestra del malagueño con 250 de sus cuadros.

EMILIO LÓPEZ ROMERO
NUEVA YORK

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