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El observador de estrellas admirado por Alfonso X

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EN el 854 Muhammad I había levantado un fortín al Norte de Toledo para reforzar la frontera septentrional de Al Andalus y la pobló con militares. En torno a ella fue creciendo una pequeña ciudadela con mezquita que, con el correr del tiempo, contaría con importantes edificios, incluidas las dependencias del cadí.

De los sillares de la mezquita de la Almudaina, afloró la iglesia de la Almudena; del palacete, el Palacio Real y del conjunto de la fortaleza la medina de Mayrit, la actual capital de España, en la que vino al mundo en el 950 Abu l-Qasim Maslama, conocido por El Madrileño (al-Mayriti) a pesar de haber llegado siendo muy niño a Córdoba, la capital del bastión militar que era Madrid.

Cuando llegó, la ciudad califal era referencia de las ciencias y las artes; la astronomía gozaba de una importancia primordial que le venía dada, como en tantas otras materias, por la concepción religiosa de la población mayoritaria, ya que el Islam lleva implícito el conocimiento de la orientación para orar en dirección a la Meca y hacerlo en cinco momentos concretos al día. Además, los sirios habían importado lo que para ellos era casi ciencia: lectura de estrellas, interpretación de sueños, horóscopos o el estudio de la fisonomía. De esta última se cuenta cómo a Abderramán I, cuando jugaba a las puertas de las estancias de su abuelo en Damasco, le vaticinaron que estaba destinado a crear un imperio tras pasar por tremendas vicisitudes. Consolidado ese reino lejano, se importaron hasta aquí las costumbres, ritos y jerarquías cortesanas, en las que jugaron un importante papel tanto los astrónomos cuanto los alquimistas.

En las escuelas cordobesas Abu l-Qasim Maslama estudió primero con el sabio Abu Ayub Ábd al-Gafir, experto en números y autor de un tratado sobre los repartos sucesorios.

Era el tiempo del esplendor de Alhakem II y de la confluencia de la gloria en Medina Zahra de Abu l-Qasim Maslama, considerado el "Euclides de España", el mejor como astrónomo y matemático, y de Albucasis, "padre de la cirugía" y antecesor de Averroes y Maimónides. Otro coetáneo de ambos, Ibn Hazm, dejó escrito que no había más sabios en materia de tablas astronómicas como Maslama e Ibn al-Samh.

Aunque hay quien asegura que casi toda su vida transcurrió en Córdoba, otros como Emilio Galindo Aguilar dicen que viajó por Oriente, y a su vuelta "adaptó las Tablas astronómicas de al-Juwarizmi al meridiano de Córdoba, reemplazando el meridiano de Arin por el de la capital del califato", sosteniendo el mismo autor que fijó la situación de los planetas al comienzo de la Hégira. Fue capaz de llevar a cabo observaciones astronómicas en el siglo X y determinar la longitud celeste de la estrella Régulo, además de perfeccionar el astrolabio o el planisferio de Ptolomeo. Concluye Galindo en que "se discute su paternidad en algunas obras consideradas demasiado excéntricas para la rigurosidad científica del gran matemático", haciendo mención a Gayat al-Hakim (o El acierto del Sabio) que sería traducido por Alfonso X unos 200 años después. Se trata de un compendio de saberes sobre la brujería y los amuletos, tan presentes estos últimos en la cotidianidad y la cultura andalusí, que aún prevalen en nuestros días como la Manos de Fátima o los exvotos cristianizados.

Pero no destacó sólo en matemáticas, astronomía y ciencias similares, si no que también fue autor de obras sobre aritmética práctica-comercial y cálculo. En La Distinción del Sabio toca asimismo la alquimia, adelantándose a las teorías que consagraron a Antoine Laurent de Lavoisier como "el padre de la ley de conservación de la masa". Igualmente, su opinión llegó a ser imprescindible como perito tasador de tierras y contador partidor de legados testamentarios.

Creó escuela siendo uno de sus discípulos más destacados Ibn al-Jayyat (el hijo del alfayate), a quien enseñó aritmética y geometría e inclinó hacia la astrología, especialidad que le dio fama y lo posicionó como favorito de diversos príncipes ya en la etapa de los taifas. Posiblemente otra de sus alumnas, que por su condición de mujer no prosperó de igual modo que Ibn al-Jayyat, fuera su hija Fátima, de la que apenas quedan referencias hasta el punto de cuestionarse si es sólo una leyenda, aunque autoras de prestigio la alzan como la primera astróloga andalusí. Se la conoce por el sobrenombre del padre (al-Mayriti), y se le atribuyen el Tratado del Astrolabio y colaboraciones en la obra de su progenitor (Correcciones de Fátima), algo frecuente entre las mujeres andalusíes, alumnas de sus familiares más cercanos y una vez alcanzada la condición de Maestras o Sabias, consagradas a la enseñanza, veladas tras una cortina. Permanecían solteras y su trabajo era considerado una obra piadosa y, por consiguiente, sin remuneración.

Con la ayuda irreconocida de esta hija, o a solas, Abu l-Qasim Maslama apuntaló los pilares de la Ciencia, que ya habían cimentado en Bagdad, ciudad referente y cofre de la sabiduría de todos los tiempos y lugares, desde los sirios a los persas pasando por los helenos. Al-Andalus recogió el legado, engrandeciéndolo con su poso occidental, y lo transmitió a una Europa que lo convertiría en el Renacimiento, casi coincidiendo con la pérdida del reino nazarí.

El Sabio que tanto tuvo que ver con el esplendor del califato, murió en Córdoba en 1004 habiendo vivido aquí la casi totalidad de sus 54 años.

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