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Las esculturas de Ramón Garza

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El 13 de mayo, con flores a María, fui a la inauguración de una hermosa y sorprendente exposición de esculturas de mi amigo Ramón Garza, a las ocho en punto de una primaveral tarde no menos hermosa por cotidiana.

Al museo de Bellas de Artes de Murcia, que según las estadísticas dicen que es uno de los menos visitados de España, no fui yo como a diario iba aquél al otro sevillano a copiar las maravillas de Murillo y Rafael; no, como ya digo, fui a ver a Ramón Garza que inauguraba la nueva sala de exposiciones temporales en el Pabellón Contraste, y me encontré con el presidente de la Comunidad Autónoma de Murcia, Ramón Luis Valcárcel que asistía a las explicaciones del artista ante su obra. Y me permití una boutade: me acerqué al presidente y le dije: «Yo no he venido aquí a verte a ti, he venido a ver a mi amigo Garza». Después de la nota irónica le pregunte: ¿Cómo estás? Y me respondió: «De mejor en mejor, bien». Para rematar la situación le dije: «Yo te veo fantástico, gracias por apoyar a estos artistas». Y ahí quedó la cosa. Y lo dije de corazón, como de corazón digo que la exposición de Garza me parece sorprendente. Ramón Garza siempre pensó que la pintura era pura geometría. Por eso esas líneas en sus figuras, ese movimiento y esa belleza que nos muestra en sus piezas tienen la esencia de lo verdadero, frente a las imposturas de otras naderías a las que llaman arte. Estas esculturas tienen su música y su poesía y hasta su pintura escondida en lo más recóndito del alma. Ramón ha pergeñado su particular bestiario escultórico y nos muestra su caballo ganador, su miura, su centauro, su unicornio, su banco de peces y sus sorprendentes meninas y sus sirenas aladas con una ternura tan sencilla como la vida misma, una sencilla ternura no exenta de un cierto toque irónico que en una segunda mirada más reflexiva, ahora, las piezas pueden tornarse en líneas y formas de categoría sublime.
No quería yo hablarles de las cualidades artísticas de Ramón, que ya lo hacen otros, en el estupendo catálogo con excelentes fotos y diseño de Ángel Fernández Saura. Yo les quería hablar de los sentimientos de Garza, acerca de la pintura y la escultura, y conocimiento no me creo que me falte, con Garza he navegado algunas veces por los antros de las noches murcianas de la década de los 80 y principios de los 90 bebiéndonos el néctar de la vida, en busca del santo grial de la inspiración, sorbiendo a tragos gozosos las madrugadas de las noches oscuras, conversando con los maestros Párraga y Cacho, acerca de lo divino y lo humano; hablábamos surrealistamente de los grupos musicales Pulpo Seco e Ingeniería Urbana, que nunca montamos. Ramón en sus tiempos juveniles compartió el arte con la guitarra rítmica con Los Rangers. Y la música siempre formó parte de su estudio y de su coche 4-L en la que los Siniestro Total sonaban a toda cebolla. Alguna que otra noche nos encontramos con su padre Federico García Izquierdo, gran poeta, el gran Federico. Don Federico, un gran personaje de la ciudad de Murcia, influyó mucho en Ramón. En una entrevista periodística que le hice a Ramón en 'Diario-16', a principios de los 90, me decía: «Yo podía haber sido poeta, lo que pasa es que mi padre leyó algún verso mío y me dijo que me retirara. Efectivamente lo dejé, pero sí que me animó y me compró unos pinceles y unas pinturas para jugar con las cosas de las artes plásticas, tal vez porque él las dominaba mal».
Sigo mirando el catálogo, y me acuerdo de su perro 'Pancho', cariñoso y fiel a su amo, que de vez en cuando mostraba cariñosamente los dientes, por si acaso. Y sigo recordando la entrevista, porque entonces Garza tenía su más y sus menos con la pintura; me decía: «Durante todo este tiempo no es que esté absolutamente peleado con la pintura. Lo que pasa es que yo me tomo muy en serio la pintura y me parece que el mundo está lleno de pinturas por todos sitios… no sé, es un poco agobiante». Y proseguía: «Efectivamente nos hacemos mayores y a mí ya no me sirven los planteamientos pictóricos conocidos si no hay una sorpresa, algo que me motive realmente a investigar en ello, prefiero entonces flirtear con la escultura». Ese flirteo anunciado durante esas fechas, hoy se puede ver en esta exposición como se tornó en un amor apasionado y consolidado. Así son las cosas. Hace unos años Ramón se retiró del mundanal ruido, lo último que me dijo era que lo que quería ser realmente era poeta. Después de bastantes años, no me esperaba esta sorprendente exposición. Las esculturas de Ramón Garza, en esa nueva sala, también pueden ayudar un poquito a llevar nuevos visitantes al Museo de Bellas Artes.

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