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El corresponsal del eclipse

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El gobierno estadounidense desplegaba un mapa de España sobre la mesa. Era 1905 y la coincidencia del Congreso de Meteorología de Innsbruck con el eclipse total de sol les hizo pensar que su comisionado, Josep Algué, pudiera participar en las observaciones. La oferta de la Compañía de Jesús y la falta de expediciones españolas en Mallorca, les hizo decantarse por la Isla en una campaña que impulsó la creación del observatorio astronómico del Seminario.


«Escribimos al Prepósito Provincial de la ilustre Compañía de Jesús, que ha respondido a nuestra expectativa y nuestras peticiones nombrando una comisión científia presidida por el padre Josep Algué», escribía el obispo Pere Joan Campins en la Specola astronomica in Seminario. El edicto era la solicitud oficial para la creación de un observatorio en el Seminario de Sant Pere. Aquel anuncio de la llegada de Algué, uno de los mayores expertos mundiales en la materia, era una señal de buena suerte.

Además de un reputado astrónomo, Josep Algué era religioso, miembro de los jesuitas. Nació en diciembre de 1856 en Manresa (Barcelona) y ya en 1871 entraba en la compañía de Jesús. Sin embargo, la expulsión de los jesuitas de España le llevó a Toulouse. Regresaría a España para estudiar Humanidades en el monasterio de Veruela (Zaragoza) durante siete años, pero volvería a marcharse a la ciudad francesa para completar su grado en Teología.

Se ordenó sacerdote en 1888 y hay quien dice que ya entonces tenía una clara vocación por la astronomía y la meteorología. Algunas fuentes apuntan a que en 1890 estudió dichas materias en Barcelona, mientras que otras señalan que el encuentro con el científico y jesuita Federico Faura fue el verdadero punto de inflexión. Tras viajar juntos por Europa con el objetivo de adquirir material para el Observatorio de Manila (Filipinas) –fundado en 1865–, el catalán se formó en meteorología en la universidad de Georgetown con el profesor Hagen y en el observatorio de La Habana con Viñes.

Tras su llegada a Filipinas –entonces colonia española– en 1894, su carrera progresaría rápidamente. Aquel mismo año publicó un estudio sobre los tifones que le señaló como un pionero en la investigación del clima en el archipiélago. Sólo tres años después, se convirtió en director del observatorio tras la muerte de Faura. Con la guerra de 1898 entre España y Estados Unidos, el centro y el propio Algué pasaron a depender de la potencia americana.

Por aquella misma época, el obispo Pere Joan Campins culminaba en Mallorca su proyecto de renovación diocesana. Tras la introducción de asignaturas científicas en el plan de estudios del Seminario, planteó a la Compañía de Jesús la creación de un observatorio astronómico para el centro. La idea no era descabellada. Hacía años que el Vaticano contaba con su propio observatorio y el Papa León XIII se confesaba atraído por la astronomía. Además, la Isla se situaba en la zona de mayor visibilidad para el eclipse total de sol de agosto de 1905.

Mientras Campins enviaba su solicitud a la Compañía de Jesús, Josep Algué regresaba a Europa para asistir al Congreso Internacional de Meteorología de Innsbruck (Austria). Una coincidencia que le convirtió en el candidato idóneo. Comisionado por el gobierno norteamericano, se le invitó a estudiar el eclipse en el lugar que considerara más conveniente.

«La posibilidad ofrecida por el Obispo Campins hizo pensar a sus superiores en extender la línea de observaciones hasta Baleares», señala el investigador y ex director del Observatori de l’Ebre, Josep Batlló en Els observadors espanyols de l’eclipsi de Sol de 1905 a Mallorca. Así que la invitación desestimó la opción del Observatorio de l’Ebre (Tarragona), también fundado por los jesuitas. Su experiencia y su formación convirtieron a Algué en el director de la expedición científica a Mallorca, la única española. Ya en la Isla, se sumaron multitud de religiosos, entre ellos Antoni Canals, futuro director del observatorio palmesano.

El catalán no contempló observaciones astronómicas muy importantes. Los científicos se centraron en el estudio de la corona solar, una especialidad casi imposible para el religioso con el escaso material del que disponía el Seminario. Algué se centró en las observaciones meteorológicas y en los estudios magnéticos de la mano de su magnetómetro Dover. El objetivo era medir la variación de la declinación del campo magnético durante el eclipse así como de la electricidad atmosférica.

Según Batlló, el astrónomo dejó constancia de que preparaba un artículo sobre el trabajo realizado, pero nunca se llegó a publicar. Con la Segunda Guerra Mundial el Observatorio de Manila fue destruido y desapareció toda la documentación que pudiera existir de la expedición de Algué a Mallorca. su visita fue el impulso definitivo para la creación del observatorio del Seminario.

Se desconoce cuánto tiempo permaneció en la Isla pero, todo apunta a que pasó el resto de su vida en España. No regresaría a aquella Filipinas que había situado en lo más alto del escalafón en la meteorología mundial. En 1923, hacia el final de su vida, Algué era responsable de la creación de 159 estaciones meteorológicas y otras dos sísmicas y magnéticas. Creador de un sistema de alertas pionero, envió avisos con regularidad a Tokyo, Hong Kong y Shanghai.

Laura Jurado | Palma
/www.elmundo.es/

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