Tuviste un día lleno de estrés y luego te desvelaste. Te fuiste a la cama a sabiendas de que dormirías menos de seis horas. El despertador sonó. Sonó otra vez. Y volvió a sonar hasta que tu mente lo integró a tus sueños. Una hora después algo te despertó abruptamente y diste un salto de la cama mientras pensabas: “Me quedé dormida”. Te miraste al espejo: tu cutis reseco, los ojos hinchados y un humor de bestia.
Mientras avanzaba la jornada te sentías demasiado irritable. Y entonces, la ruptura: tres tazas de café, pastelillos de chocolate, ¡mmmh!, un plato de pasta con crema y tocino, galletas de mantequilla para acompañar el capuccino de la tarde… No podías pensar en comida saludable, tu cuerpo insistía: ¡Dame carbohidratos, muchos, ahora, uno tras otro! Al terminar el día volviste a casa sintiéndote fatal, le diste a tu cuerpo una bomba de estimulantes altamente engordadores. Y es que dormir poco nos pone más vulnerables de lo que pensamos.
Diversos estudios científicos han demostrado que dormir menos de siete horas y media al día nos puede provocar un desequilibrio generalizado que también se manifiesta en nuestro peso. De ahí que hoy en día escuchemos por todas partes acerca de la llamada DIETA DEL SUEÑO.
La famosa dieta del sueño no tiene que ver con el concepto alimentario de “dieta”, es decir, un régimen basado en suprimir, incluir o combinar ciertos alimentos con fines terapéuticos. Más bien, esta dieta intenta poner en orden todos los ciclos vitales a partir de uno de ellos: el sueño. La dieta actúa más o menos así:
Desde el punto de vista emocional, si dormimos mal nos ponemos irritables o ansiosas y tendemos a ingerir ciertos alimentos que nos reconfortan, generalmente altos en carbohidratos y proteínas necesarios para mantener al cuerpo activo y al cerebro alerta. Sin embargo, esta sensación de alivio es pasajera porque las calorías no sustituyen las horas de sueño. Si, en cambio, dormimos suficientes horas, nos sentiremos con más energía y claridad, por lo que nuestro cuerpo no nos pedirá raciones de comida hipercalóricas.
Dormir poco (y mal) nos provoca desajustes hormonales similares a los causados por el estrés. ¿Por qué? Cuando los sentidos no están tan alertas como deberían, nos volvemos vulnerables ante peligros o amenazas, y esto es interpretado por nuestro organismo como una situación estresante. Entonces, el cuerpo reacciona generando tres hormonas básicas: norepinefrina y adrenalina, cuya función es mantenernos alertas para huir o enfrentar amenazas; e hidrocortisona, que da la señal para acumular grasa en el área central del cuerpo, de manera que se tengan reservas para momentos difíciles o de gran tensión. Dormir lo suficiente hace que dejemos de poner a nuestro cuerpo en un “eterno momento difícil”, y es muy probable que nuestro abdomen pierda volumen naturalmente.
Un sueño reparador de siete horas y media es mejor que doce horas de mal sueño. Eso de reparador tiene mucho de cierto, ya que durante la noche nuestro cuerpo segrega sustancias (como la hormona del crecimiento) necesarias para la regeneración celular. Por eso hay que encontrar la manera de relajarnos antes de dormir y durante el sueño. Un baño caliente, una infusión relajante, una vela de aromaterapia, música o una lectura tranquila preparan al cuerpo para el descanso. Pero no hay que olvidar el “equipo”: colchón, almohada, pijama, cero iluminación, sábanas y cobijas también son determinantes para lograr una relajación profunda.
¿Comer o no comer antes de dormir?
Dicen los expertos que irse a la cama con el estómago vacío no es muy recomendable, ya que durante la noche el cuerpo también necesita nutrientes para cumplir con sus funciones básicas. Pero tampoco hay que exagerar. Una cena abundante en proteínas, platillos especiados y bebidas estimulantes es perfecta si después vas a salir a bailar; en cambio, si tienes que levantarte temprano al día siguiente, es preferible no ingerir café, chocolate, carne o irritantes después de las 5:00 de la tarde. Lo más adecuado es cenar ligero dos horas antes de irse a la cama.
Independientemente de la dieta o ración de sueño que cada quien necesite, parece ser que lo importante es establecer una rutina para dormir y tratar de respetarla siempre:
a) levantarse y acostarse todos los días a la misma hora
b) dormir, cuando menos, siete horas y media continuas
c) estar atentos a la calidad del sueño
¿Privilegio de princesa?
Buscando los llamados “casos de éxito” de esta dieta, me encontré con que JLo (entre otras figuras de la farándula) recurrió a la dieta del sueño para eliminar esos kilos “imposibles” de bajar después del embarazo. Pero ojo: se aventó una temporada durmiendo ¡diez horas diarias! Y una se pregunta: ¿Quién le cuidaba a los chamacos? ¿Quién le hacía la compra del supermercado? ¿Quién cocinaba mientras la bella durmiente recuperaba su figura de ensueño? Nada más y nada menos que un séquito de asistentes contratados para cumplir con todas esas labores plebeyas. Peeero…. Afortunadamente, también encontré otros testimonios de chicas que habían logrado sentirse mucho más ligeras y saludables con mejores hábitos de sueño.
Acá entre nos: ODIO LAS DIETAS. Soy de las que prefiere comer saludable, variadito, y eso de contar gramos, calorías o raciones de comida me genera estrés. Sin embargo, en las últimas dos semanas comencé a practicar la dieta del sueño. No está nada fácil establecer una rutina (sobre todo cuando hacemos doble o triple jornada), pero he ido organizándome poco a poco. Confieso que todavía no he notado que mis pantalones cierren con mayor facilidad, pero en el asunto de los cambios de humor, la dieta sí ha funcionado. Ahora ando con más energía, me siento más tranquis en todos los aspectos y sé que mi cuerpo, a largo plazo, me lo agradecerá con salud.
Por Luza Alvarado entre amigas
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