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El derecho de autor y los cuentos de hadas CAROLINA BOTERO

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¿ES EL DERECHO DE AUTOR la única forma de estimular la creatividad?, se pregunta este texto, concebido en la era de la red, en la que todos pueden crear a la velocidad de un clic.


Érase una vez una joven princesa, llena de virtudes y muy bella, quien por algún motivo necesitaba ser salvada…, un caballero príncipe azul, corajudo y buen mozo, dispuesto a correr aventuras por estar con ella… El cuento describe la aventura, el romance y nos lleva al momento esperado en que los dos se casan y se pronuncia el “vivieron felices y comieron perdices”. FIN.

El vestido blanco, el vals, la fiesta, el “hasta que la muerte los separe” y la ilusión de vivir felices por siempre es el final ideal de los cuentos de hadas. Desde pequeños nos criamos esperando estos desenlaces felices, pero ¿cuántos encontramos al príncipe o la princesa del cuento? Y si lo encontramos, ¿cuántos nos casamos con él/ella? Y si nos casamos, ¿cuántos vivimos felices comiendo perdices? Sí: por rutas diversas a ésta, muchos encontramos una vida feliz y/o satisfactoria similar o equivalente.

El libreto de los cuentos de hadas es una plantilla para casi cualquier actividad humana y el derecho de autor no es la excepción. Los creadores de todo tipo sueñan con firmar ese contrato que en el modelo de la industria creativa les da fama y fortuna a unos cuantos, los mismos que sí pueden decir que comen perdices por cuenta del derecho de autor. Pero lo que sabemos es que muchos otros no lo logran o que ni siquiera les interesa y, sin embargo, vivimos en un mundo que nos repite constantemente que sin el derecho de autor no habrá creatividad, se acabarán muchos empleos, no habrá respeto por las creaciones: que el derecho de autor te garantiza un final feliz.

Lo cierto es que hay muchas formas de crear y muchas de ellas existen aún fuera del derecho de autor o en sus límites. Los niños son creativos por naturaleza y lo hacen sin pensar en él. Industrias como la moda y la culinaria son cada día más creativas e incluso productivas (recientes cifras muestran su crecimiento exponencial, que contrasta con el estado crítico que autoproclama la industria creativa que se apoya en derecho de autor, como la música). Comunidades hoy fuertes, como la del software libre o la que reivindica la idea de la cultura libre, se soportan en esquemas que modifican la lógica del derecho de autor, etc. En estos casos, como en otros tantos, hay un común denominador: la protección, que el derecho de autor privilegia, no se aplica por uno u otro motivo.

La verdad es que hay muchas actividades que dependen de las formas no “proteccionistas” del derecho de autor y sus actores también forman parte de la economía. Pensemos en las bibliotecas (todavía entre nosotros el préstamo de libros es una actividad libre y legal), en los noticieros de televisión (que pueden reproducir obras protegidas sin contraprestación económica y de hecho sus titulares son felices cuando esto sucede), en las pastelerías (que cada día ofrecen pasteles con la cara de Barbie o de Barney), en las escuelas (que soportan su actividad en mostrar y dejar que sus estudiantes jueguen con contenido protegido), etc.

Las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones implican un gran cambio en el libreto del cuento, puesto que facilitan y potencian otros escenarios de creatividad, producción, difusión, acceso y (¿por qué no?) éxito, distintos a los que ofrece el ideal de la industria creativa. Internet visibiliza y difunde eso que antes ocurría en entornos locales y privados, lo hace público y así evidencia éxito en otras formas creativas que no están presentes en ese trillado libreto del cuento de hadas.

Al final lo que ha demostrado internet es que creadores somos todos y que fuera del libreto se pueden comer perdices también. Apostar por un entorno pluricultural y multidiverso debería ser nuestra meta. No concentrarnos en una única forma de creatividad, sino estar dispuestos a aceptar un contrato social (legal) que les dé cabida a todas en forma creativa, debería ser la apuesta. Imaginen un entorno en el que se reconozcan las particularidades de la industria, de una cultura libre tecnológica, de comunidades ancestrales, de comunidades académicas, de colectivos urbanos, la tuya, la mía… ¡Vaya reto el que tienen nuestros legisladores!

* Abogada especialista en derecho e internet. Es una de las líderes de Creative Commons en Colombia.

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