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Un siglo endulzando a los torrevejenses pasteleros Monge

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Centenario. Muy pocas cosas han logrado permanecer en Torrevieja inalterables durante cien años. La tercera generación de pasteleros Monge celebra el centenario de un negocio familiar que ha venido endulzando la vida de los torrevejenses desde 1910. Ahora con versión renovada de su tarta "Torrevieja".


D. P.
Hace ahora cien años la vida en TorrEvieja giraba en torno al mar, y aunque la construcción de un puerto era todavía una demanda de la población que tenía en el comercio marítimo su principal riqueza, por el mar llegaban influencias de puertos grandes como Barcelona.
Y allí dirigió sus pasos el joven Antonio Monge, a la capital de la burguesía y de una restauración modernista que tenía su expresión más refinada para el consumo de lujo en las pastisseries. De la escuela barcelonesa regresó Antonio con la intención de abrir su propia tienda, y un recetario donde las cremas, los hojaldres y los chocolates irían tomando forma en su obrador cambiando el componente popular de los dulces tradicionales en exquisiteces de autor.
A escasos metros del mar y de su puerto, la pastelería Monge ha ido siendo testigo de la misma historia de Torrevieja. Y de las manos de los abuelos, Antonio y María, fueron saliendo tocinos de cielo, almojábenas, suaves merengues con forma de tetas de monja y caramelizados palos catalanes, que convirtieron el nombre de Monge en una institución.
Del abuelo fue también la idea de comercializar un tortel de almendra que mantuviera intacta su frescura pese al paso de los días y pudiera trasladarse con los visitantes que regresaban a casa en aquel turismo comarcal de baños de principios de siglo XX. Sería un dulce souvenir. Luego lo fue para los primeros visitantes extranjeros en la década de los sesenta, los "chanes", que es como se denomina al turismo foráneo de forma cariñosa en Torrevieja.
Almendras, huevos, frutas confitadas, limón. Cien años después y para celebrar la efemérides familiar, retoman Julio -tercera generación de maestro pastelero- y su hermana Mari Carmen, la antigua receta del pastel de almendra, convirtiéndola en la estrella del establecimiento. Como garante de sabor, unos ingredientes naturales que no han variado con el paso del tiempo. Como sello de autenticidad, la silueta de uno de aquellos veleros de sal que anclaban en la bahía torrevejense, espolvoreada de azúcar. Convertida ahora en baza promocional con la fotografía del abuelo documentando el alto valor de un producto que es el mismo de hace 100 años.
Recuerdan que "en los años 40 hubo que ayudarse con la elaboración de pan, combinando la panadería y la pastelería". "Los utensilios, muy rudimentarios y puramente artesanales, necesitaban muchos brazos, horno de leña, cernido de harina, amasado a mano en artesa, batidos de horquilla de rama de árbol...".
La mecanización llegaría en los 50, cuando sus padre Julio y su tía Marisol comenzaron a llevar el negocio. Ahora las tortas de miel, el pastel de almendra y las tetas de monja, los dulces de siempre, conviven en los mostradores de la pastelería, con creaciones de estilismo y repostería de vanguardia. Creaciones de Julio, que combina las recetas del abuelo "a través del aprendizaje con su padre y de los veteranos empleados del obrador, con lo aprendido de los mejores maestros pasteleros del momento".
Siguen estando a pocos metros del mar, recién empezada la calle Chapaprieta, y su establecimiento es paso obligado de forasteros y de torrevejenses, que tienen el local como lugar de encuentro y de tertulia, reconoce Mari Carmen, renovado ahora singularmente con fotos antiguas de la historia de la pastelería y de aquella ciudad tranquila y marítima que ya es pasado.

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