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Los Magos, ejemplo de ciencia y fe

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En una homilía dulce y hogareña, Benedicto XVI presentó ayer a los Magos de Oriente como ejemplo de personajes de gran talla en la ciencia y en la fe, conocedores de la astronomía y de la historia, que no se avergüenzan de pedir indicaciones a las autoridades religiosas judías.

La misa de la Epifanía tuvo un sabor de fiesta familiar, pues las familias acuden con niños pequeños, y muchos de ellos recibieron un beso o una caricia del Papa.


El Niño Jesús que preside las ceremonias desde su cuna en el centro de la basílica de San Pedro da al inmenso templo un aire familiar. Como todo el mundo, el Papa estaba ayer contento, y realizó muchos recorridos en zigzag por el largo pasillo central para saludar a niños a ambos lados de las barreras, mucho más separadas desde el incidente de la Misa del Gallo.


En su homilía y en el saludo del Ángelus, el Santo Padre reflexionó sobre el hecho de que no fuesen a Belén «los poderosos y los reyes de la tierra sino los magos, personajes desconocidos en Judea, quizá vistos con sospecha pero, en todo caso, dignos de atención particular».


Hombres humildes


Aunque la imagen de «reyes» ha triunfado en la tradición popular, el Evangelio no les identifica como tales. Según el Papa, «eran sabios que observaban los astros y conocían la historia de los pueblos. Eran hombres de ciencia en sentido amplio, que observaban el cosmos, considerándolo como un gran libro lleno de signos y de mensajes divinos para los hombres».


Además, «su saber no les llevaba a considerarse autosuficientes, sino que estaba abierto a nuevas revelaciones y llamamientos divinos. De hecho no se avergüenzan de pedir instrucciones a las autoridades religiosas judías».


El Papa comentó que en lugar de pedir información a los expertos en las Escrituras, los magos «podrían haber dicho nos bastamos nosotros solos, no necesitamos a nadie, evitando, según la mentalidad contemporánea, cualquier «contaminacion» entre la ciencia y la Palabra de Dios». En cambio, escuchan la profecía sobre el lugar del nacimiento del Salvador, la toman en serio y «apenas se ponen en camino hacia Belén vuelven a ver la estrella, casi como confirmación de la perfecta armonía entre la investigación humana y la Verdad divina».


El Santo Padre explicó que en la cultura oriental los regalos de oro, incienso y mirra simbolizan «el reconocimiento a una persona como Dios y Rey», confirmando el gesto de que «postrándose, le adoraron».

Según afirmó Benedicto XVI en sus palabras, «estos personajes venidos de Oriente no son los últimos sino los primeros en una larga serie de personas que, a lo largo de todas las épocas de la historia, saben reconocer el mensaje de la estrella».

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