Un conejo se esconde entre el tomillo. Un aguilucho lo atisba desde el cielo. Mientras, canta el jilguero y recolecta miel la abeja. «La importancia de los ciclos de la Madre Naturaleza…. Hay cosas que en el colegio no te enseñan», piensa María Alfonso Hernández. Nunca antes fue tan consciente del valor intrínseco y la sabiduría de la tierra.
María trabaja desde los 22 años en la empresa familiar: «Un viñedo prefiloxérico de la variedad autóctona de Toro (Zamora)». Gracias a su entrega y la de los suyos han recuperado quince hectáreas de un terreno árido, erosionable e improductivo a priori. Ahora, tres años después, han conseguido un cultivo fértil, que supone, además, un valioso abrigo de la biodiversidad característica del monte bajo. «Conejos, jabalíes, zorros, abejas, aguiluchos, jilgueros y multitud de insectos se cobijan entre el tomillo, la lavanda, los encinares o los pinos. ¡Nuestros compañeros de tarea todo el año!», declara feliz.
Las condiciones climáticas extremas – casi 3.000 horas de sol anuales y temperaturas de 14 grados en invierno y 40 en verano-, el estrés hídrico de la zona provocado por las escasas precipitaciones, así como la presencia de depredadores e insectos han fortalecido las cepas de María.
«Igual les ocurre a los seres humanos frente a las adversidades». Sin pesticidas, herbicidas y otros productos químicos que debiliten la planta, el secreto de su éxito reside en el abono natural, la poda tardía y la recolección de 800 gramos de fruto selecto por cada vid, confiesa la joven.
Reciclaje y ahorro
La preocupación de Los Alonso Hernández por el medio ambiente va más allá del suelo: «Usamos un pequeño tractor de manera puntual para arar y triturar el sarmiento. El gasto en electricidad y agua es mínimo, pues prima la artesanía. Y reutilizamos el plástico y el cartón correspondiente a la etapa de embotellado y embalaje como aislante para golpes y ruidos durante el traslado de nuestra mercancía».
Tesón y desarrollo rural
El viñedo emplea a veinte personas durante las épocas de vendimia y poda. Pero siempre hay dos personas velando por su buen funcionamiento.
Los mecánicos, por ejemplo, se contratan cuando procede chequear la maquinaria, así como los sumilleres especializados que colaboran en los cursos que organiza María.
La empresaria se encarga de la producción, comercialización, comunicación e investigación de la marca familiar. «La única función que no desempeñamos es el análisis de muestras». Para ello cuentan con laboratorios particulares.
Pero disponen de seis casas rurales para recibir a sus huéspedes. El enoturismo es otra de las «ramas» de su negocio, que produce más de 2.000 botellas de vino al año. Un tinto de calidad, además. Así, al menos, debió entenderlo el jurado del Premio al Mejor Productor Ecológico de Castilla y León, cuya máxima distinción consiguieron en 2008. Hoy su caldo posee las máximas puntuaciones a nivel mundial; «otorgadas por el gurú norteamericano Robert Parker», comenta orgullosa María.
RUTH PILAR ESPINOSA
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