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Por qué los elefantes no vuelan: la verdad sobre el diseño inteligente

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El autor de este artículo, el profesor de Genética de la Universidad de Vigo David Posada, critica otro anterior del economista y matemático Juan Calaza, publicado en este periódico el pasado 4 de abril, en el que mostraba su desacuerdo con la persecución académica que sufre el diseño inteligente.


El pasado domingo 4 de abril, el Sr. Calaza diserta sobre el abuso que ejerce la secta (neo)darwinista sobre la la teoría del diseño inteligente (DI). Sepan ustedes que cualquier científico un poco serio, darwinista o no, pero con conocimientos someros de biología molecular, es consciente de que el DI se apoya en una visión esencialista y obsoleta, desmentida en todos sus aspectos por los avances de la biología, la química y la física durante los últimos 20 años. El concepto de complejidad irreducible, introducido por el bioquímico Michael Behe, no es más que una reproducción a nivel molecular del argumento del reverendo Paley de finales del s. XVIII: si caminando por una playa nos encontramos un reloj, la compleja configuración de sus partes nos llevaría a concluir que alguna inteligencia superior debió crearlo. La supuesta demostración matemática del DI por parte del evangelista William Dembski, profesor de filosofía en el Seminario Teológico Bautista del Sudoeste en Texas, es un chiste. Está plagada de errores y falacias de todo tipo y ha sido refutada además de por Olle Häggström, por Richard Balwin, Mark Perah, Wesley Elsberry, Jeffrey Shallit, Jason Rosenhouse o Martin Nowak, éste último profesor de Matemáticas y Biología en Oxford, Princeton y Harvard.
No sorprende el hecho de que la gran mayoría de los proponentes del DI no sean biólogos, pero sí el hecho de que no se preocupen más en aprender conceptos básicos. El señor Calaza afirma que el mecanismo aleatorio de la selección natural (SN) no puede explicar la complejidad del universo. Claro que no. Cualquier estudiante de biología sabe que la SN no es aleatoria, y que un mecanismo aleatorio nunca podría propiciar la adaptación de los organismos al medio. Lo que sí es aleatorio es el mecanismo que genera la diversidad biológica –la mutación–, sobre la que actúa la SN favoreciendo la reproducción de unas variantes sobre otras. El poder de un mecanismo así es patente si nos fijamos en las distintas razas de perros, fruto de sólo unos cientos de años de selección artificial. Por supuesto, no todo en evolución es SN, y en opinión de muchos biólogos evolutivos entre los que me incluyo, existen procesos aleatorios no adaptativos que también juegan un papel relevante, especialmente a nivel molecular.
Claramente, el DI trata de esconder sus verdaderas intenciones religiosas a base de usar ejemplos y terminologías bioquímicas. El peligro principal es que los estudiantes o sus padres lo confundan con una alternativa científica a la teoría evolutiva. Por eso en revistas como Nature o Science se critica al DI, al creacionismo, a la curación mediante magia y a un largo etcétera de teorías pseudociencientíficas, lo cual evidentemente no les presupone ningún valor. El DI no es más que un engaño pergeñado por el ultraconservador Discovery Institute. Como sentenció el juez ¡luterano y republicano! John Jones III en el famoso juicio de Dover (Pensilvania, 2005), "el DI es un mero reetiquetado del creacionismo que pretende eludir la prohibición judicial de 1987 sobre la enseñanza del creacionismo como ciencia en las escuelas públicas". Argumentar que el DI no se explica en las aulas por culpa de los darwinistas es lo mismo que decir que la astrología no forma parte de los planes de estudio por culpa de los astrónomos. Los proponentes del DI nunca han publicado un artículo en ninguna de las decenas de miles de revistas del Science Citation Index que usan un sistema de revisión por pares. No se trata de ningún tipo de veto por parte de una secta. Sencillamente, la amplia mayoría de la comunidad científica, incluyendo la Academia Nacional de las Ciencias de EEUU, exige evidencias científicas, experimentos formales, observaciones contrastadas o predicciones cumplidas, y el DI no ha aportado hasta ahora ni una sola prueba.
La existencia de un modelo probabilístico, independientemente de su complejidad o formalidad técnica, no nos dice nada sobre la explicación que pueda llegar a aportar del mundo que nos rodea. Los modelos matemáticos no son útiles para explicar la naturaleza si no se ajustan a los datos biológicos disponibles, tal y como ocurre con el modelo del Sr. Dembski, que se basa en conceptos genéticos completamente erróneos. El campo de la evolución molecular se asienta sobre un sólida base teórica de carácter matemático-estadístico que ha dado lugar a modelos tremendamente útiles y en constante revisión. Al igual que los evangelistas del DI, podríamos diseñar un modelo matemáticamente perfecto –aunque el suyo no siquiera es correcto– para explicar por qué vuelan los elefantes. A continuación deberíamos recorrer los circos en busca de Dumbo, o alternativamente escribir artículos y libros de ciencia-ficción.

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