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Polanski y las Azores

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Admiro toda la sabiduría contenida en la malsana encerrona que un soberbio Roman Polanski nos regala en The Ghost Writer –aquí, un memo ha rebautizado la expresión inglesa para referirse al “negro” como El escritor y se ha ido a dormir tan tranquilo–. Recorro en este film eminente escenarios bien conocidos del “universo Polanski”: el hálito del mal que se enseñorea de cada plano, poco a poco, como una inmersión incontrolada en lo mefítico. La conspiración creciente –cómo no ver en el excelso Tom Wilkinson de este filme una emulación del Ralph Bellamy de La semilla del diablo, ambos brujos de la tribu–. Me siento inerme ante la fragilidad del hombre atrapado y la futilidad de sus braceos.

En mi mente queda la imborrable secuencia del recurso a un GPS como deus ex machina de la intriga. La forma en la que Ewan McGregor es quimérico inquilino de estancias cada vez más hostiles. De paisajes donde lo inquietante progresa, soterrado, en esa huida hacia adelante. Me emociona el cameo del nonagenario Eli Wallach. Me fascina la vena hitchcockiana del filme, al hacer del macguffin (la excusa para desenvolver el suspense) obra de arte.

Ah, por cierto, el macguffin de The Ghost Writer, que no es en modo alguno un film político, habla de un ex presidente británico, trasunto de Tony Blair, perseguido por el Tribunal de La Haya, acusado en su propio país de criminal de guerra por su papel como socio de Bush en la ilegal guerra de Irak.

Me surge la pregunta de qué sucedería si en nuestro país, tercer eje de las Azores, algún director se atreviese a filmar un thriller en el cual un Aznar ficcionado –imaginen: Resines con peluca y bigote leporino– tuviese que escapar de España a Estados Unidos y fuese reclamado por los tribunales internacionales por crímenes de guerra. Imagino los alaridos de la caverna mediática contra los cómicos. No dudo de que al director en cuestión le echarían encima al no poco mefítico Tribunal Supremo. Y que, como en los tiempos de Blas Piñar y Je vous salue, Marie en las puertas de los Alphaville, Esperanza Aguirre llamaría a la insurrección popular ante los cines donde se proyectase tal infamia.

Bueno, a Polanski también le persiguen, pero por un pasado menorero. No por hacer con Tony Blair, con una total normalidad, lo que, de tener como protagonista a Aznar, aquí llevaría al secuestro de la película. Me preocupa la salud de nuestra democracia. ¿O veré fantasmas, imbuido de los espectros que terminan por pasar por encima de Ewan McGregor?

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