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La carraca vuelve a sonar en el Obradoiro

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Ahora que en la Iglesia Católica soplan aires favorables a la liturgia de tiempos de Trento (1545-1563), con la recuperación de la misa en latín y de espaldas alentada por el cardenal Antonio Cañizares, la catedral de Santiago recobra un símbolo que cayó en el olvido hace ya medio siglo, con Juan XXIII y Pablo VI.

El concilio Vaticano II (1962-1965) erradicó numerosas costumbres y rituales y liberó a las iglesias de la prohibición de tocar las campanas en Semana Santa, en las misas y actos solemnes celebrados entre el jueves santo y el sábado de Gloria. En todas las catedrales, por ello, había grandes carracas, instrumentos de percusión capaces de emitir un carraspeo inmenso, e inmensamente triste, que recordaba la muerte de Jesús.

La campana representa la voz de Cristo. La carraca, en cambio, reproduce el estruendo y el temblor de tierra que, según los textos bíblicos, tuvo lugar tras la crucifixión. Después del último concilio, casi todos los templos católicos fueron arrumbando la tradición de hacerla sonar durante el período de tres días de duelo del Triduo Sacro. Solamente algunos, como la catedral de Sevilla, preservaron la costumbre. El Cabildo de Santiago, por su parte, eligió acallarla. Y la vieja matraca, que había cantado todas las semanas santas desde al menos, según se ha investigado ahora, el siglo XVIII (es posible también que desde el XVII), empezó a deteriorarse en lo alto de la torre del Obradoiro que precisamente lleva su nombre; mirando de frente el monumento, la de la izquierda.

La idea de recuperar este patrimonio sonoro de Compostela fue del actual Cabildo, y el Consorcio de Santiago puso a andar el proyecto. La antigua carraca no estaba en condiciones de volver a sonar. Así que se bajó con una grúa y se llevó al taller de un lutier y restaurador de reliquias desvencijadas, Fernando López, en la parroquia de San Xoán de Calo (Teo). Previamente, otro fabricante de instrumentos musicales, José Iglesias, de Santiago, recibió el encargo de recuperar la historia de la matraca.

Y resultó mucho más difícil de lo que parecía, porque prácticamente nadie, ni siquiera los canónigos, se acordaba de nada. La música sorda de la lengüeta tableteando sobre el eje dentado no había quedado grabada para la posteridad, que se sepa, en una cinta magnetofónica. Así que Fernando López tuvo que partir de cero, ser fiel al artilugio original en sus materiales y dimensiones para lograr el mayor parecido, aunque nunca se podrá comprobar cuánto se semeja la voz de la nueva carraca a la de su antecesora.

Todo el proceso de recuperación ha costado 57.000 euros, 37.000 aportados por la Sociedade Anónima de Xestión do Plan Xacobeo y 20.000, por el Consorcio. El lutier que construyó la réplica (y ahora restaurará la original como pieza de museo) necesitaba encontrar, para fabricar la caja de resonancia en forma de cruz griega, unos tablones de castaño extensos y uniformes. Los buscó en varios lugares y al final terminó localizándolos en el municipio de As Nogais. La carraca se compone de esta estructura externa de 2,5 metros de ancho por 2,5 de alto, y en el centro lleva el percutor y la rueda dentada, que se acciona haciendo girar con fuerza un manubrio de hierro.

Ayer, al fin, la pieza, de unos 200 kilos, quedó instalada en forma de cruz de san Andrés sobre una de las paredes internas del campanario. A partir de ahora se harán pruebas de sonido, y en Semana Santa, durante el triduo, la matraca de Santiago será estrenada oficialmente.

Costó lo suyo subirla. A las ocho de la mañana, los trabajadores de la empresa Neorsa colgaron del gancho el artefacto embalado y la grúa empezó a elevarlo. El viaje, del suelo de la plaza al ojo derecho de la torre, unos 70 metros, porque la cumbre de los campanarios gemelos está a 74, duró 1 hora y 45 minutos. Pero la instalación completa, con el lento emplomado que la dejó adherida a la pared, se prolongó hasta entrada la tarde. Mientras el director del proyecto y los obreros trabajaban arriba, el arzobispo oficiaba la misa solemne de 12, con botafumeiro y las naves de la basílica abarrotadas. Habían coincidido varias peregrinaciones colectivas con pañuelos de colores al cuello.
SILVIA R. PONTEVEDRA

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