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A la caza del próximo terremoto

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Un estudio científico que en 2009 ya advertía de un potente seísmo en la zona de Concepción (Chile) reabre el debate de si es posible predecir estos movimientos. Actualmente hay varios proyectos en el mundo que avanzan en la predicción sísmica

ARACELI ACOSTA | MADRID
El terremoto que sacudió Chile la madrugada del pasado 27 de febrero ha reabierto el debate de si se pueden predecir estos devastadores movimientos sísmicos. Una investigación publicada el año pasado en una revista científica y dirigida por el profesor Ruegg, del Instituto de Física del Globo, en París, afirmaba literalmente que «en el peor escenario, el área [Concepción-Constitución (Chile)] ya tiene un potencial para que se produzca un terremoto de magnitud 8 o 8,5 en el futuro próximo». Se equivocó bien poco, pues el terremoto fue de 8,8, y el lugar era el correcto, pero ¿qué hay del cuándo?
Sin duda, la pregunta que con mayor frecuencia se le hace a un sismólogo es: ¿para cuándo el próximo seísmo? La respuesta es sencilla: en cualquier momento. Y es que, de media, cada año se estima que se producen más de un millón de estos movimientos telúricos, pero con una magnitud que no alcanza los 3 grados en la escala de Richter.
Pero si la pregunta fuera cuándo se va a producir un gran terremoto, la cosa cambia. «Sabemos dónde van a ocurrir, pero no cuándo», afirma María José Jurado, geóloga investigadora en el Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera de Barcelona, perteneciente al CSIC.
Así, en el mapa global de riesgo sísmico están marcadas claramente en rojo las zonas donde pueden producirse estos grandes movimientos, áreas todas ellas donde las placas tectónicas entran en contacto. Ahí «puede verse claramente que donde se producen los terremotos es donde los esperamos», explica Jurado. «Todas las zonas que salen en las noticias porque hay grandes terremotos están previamente marcadas en el mapa. No suelen ocurrir terremotos grandes fuera de esas zonas», puntualiza.
Los terremotos se dan en zonas de convergencia de las placas tectónicas, que se desplazan a velocidades variables pero muy lentas, de unos cuantos centímetros por año. El movimiento y el consiguiente «roce» entre placas puede ser lateral (como el caso de la falla de San Andrés), o bien la fricción se produce porque las placas «chocan» y una llega a introducirse por debajo de la otra (subducción de placas). Esto último es lo que ocurre en los casos de Chile y Japón; y ese mismo proceso de colisión de placas y formación de pliegues tectónicos dio lugar, hace millones de años a la formación de los Pirineos, la cordillera Bética, los Alpes o los Himalayas.
En las costas de Chile es la placa de Nazca la que se mete por debajo de la placa suramericana. Esto pasa desde hace millones de años, y periódicamente el proceso «salta» y «rompe», desencadenando el movimiento instantáneo que libera una cantidad ingente de energía y da lugar a las ondas sísmicas. Hasta épocas recientes, explica Jurado, la investigación se basaba sólo en observar las ondas sísmicas. Sin embargo, en los últimos años se han dado pasos importantes en el estudio de la deformación en superficie.
Seguimiento con GPS
Es el caso de la investigación del profesor Ruegg sobre Chile. El hecho de que la placa de Nazca se deslice bajo la placa suramericana provoca una progresiva deformación en la superficie terrestre, y eso es lo que midió con GPS el equipo de investigación. Esa observación, junto al conocimiento de la sismicidad histórica a partir de los registros conocidos, y la proyección estadística de los terremotos y sus ciclos, les hizo concluir que debía producirse «una liberación de la energía acumulada por esa deformación en un tiempo próximo».
La investigadora del CSIC explica que «estamos muy lejos» de conocer qué día se va a producir un movimiento de estas características. «Pero hasta donde somos capaces de predecir ahora nos sirve para estar alerta». En este sentido, Jurado está convencida de que lo que sí se podría haber evitado en Chile son las víctimas del tsunami posterior si se hubiera contado con una red de alerta eficiente.
Así, explica que con el conocimiento que tenemos «sí se pueden adoptar decisiones sobre las zonas en que sabemos que van a ocurrir grandes terremotos: hay que tener establecidas las redes de alerta y de información a la población para poder evacuar y minimizar las víctimas, y luego reducir el riesgo también con el tipo de construcciones».
Perforar las fallas
Pero la investigación continúa. El último paso que permite la tecnología es ir a perforar las fallas en la zona donde se ubica el hipocentro del terremoto. «Ir al sitio donde se genera la noticia», explica Jurado de forma gráfica. Y ella precisamente participa en un proyecto internacional que pretende culminar en 2012 con la instalación del primer observatorio de terremotos a 6.000 metros de profundidad en el océano Pacífico.
El proyecto se desarrolla en la fosa de Nankai, una zona de convergencia de dos placas tectónicas, a unos 100 kilómetros de la costa este de Japón, donde en los próximos 30 años se esperan terremotos de magnitud superior a 8 grados.
Se trata de una zona de subducción donde la placa del Pacífico se hunde y desliza a razón de unos cuatro centímetros por año por debajo de la placa euroasiática. «La idea es llegar a esta falla relativamente accesible, a 6 o 7 kilómetros de profundidad, y con diferentes tipos de sensores ver cómo evoluciona justo antes de que ocurra el próximo terremoto, durante el mismo y después», dice Jurado. Hasta ahora se ha perforado hasta unos 3.000 metros.

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