Raúl Torres está al frente del programa de Médicos del Mundo en Mauritania, el país de los talibes, los niños mendigos. «Hay todo un futuro por construir y quiero ser parte»
La actualidad internacional ha puesto el foco esta semana en Mauritania tras la liberación de la cooperante Alicia Gámez, mientras dos de sus compañeros siguen secuestrados por Al Qaida. La cara doméstica, diaria, del país no es mucho más alentadora: «En Mauritania mueren 686 mujeres durante el parto por cada 100.000 nacidos vivos, mientras en España esa tasa es de 3,9 mujeres; solo un 57% de los partos son atendidos por personal cualificado, casi la mitad de la población no tiene acceso a agua potable, dos de cada tres no cuentan con saneamiento básico?». Los datos los aporta sobre el terreno Raúl Torres, coruñés (aunque manchego de nacimiento, llegó a Galicia con 16 años) que coordina la delegación de Médicos del Mundo en ese territorio.
«Mauritania -matiza tras las últimas noticias- es un país acogedor y tolerante con quienes venimos de fuera, agradecen nuestro trabajo. Pero los conocidos y desagradables acontecimientos de las últimas fechas han obligado a quienes trabajamos en el mundo de la cooperación a adoptar una serie de medidas de seguridad que habían sido innecesarias en los casi 20 años de presencia de Médicos del Mundo».
Raúl llegó a inicios de año a ese lugar de la costa atlántica africana. Aunque es su primera experiencia directa en el terreno, es el tercer país del continente que visita por su vinculación a la cooperación internacional, tras Mali y Senegal. «Aquí se conocen otras formas de concebir el mundo, se aprende a relativizar necesidades y, sobre todo, se toma conciencia de que formamos parte de un mundo en el que, o caminamos juntos, o no podremos llegar muy lejos».
Los dos proyectos
El programa de Médicos del Mundo se centra en dos planes. El primero es en el sur, en la frontera con el río Senegal, en una comunidad rural a la que se ayuda a mejorar sus servicios de atención sanitaria primaria para reducir los casos de malaria y de enfermedades diarreicas. El segundo, con la colaboración de la Xunta, se centra en la salud sexual y reproductiva en dos barrios de la capital, de Nuakchot. El mucho papeleo al que hace frente deriva en la construcción de centros sanitarios (maternidades primordialmente), letrinas, acceso al agua, formación del personal sanitario y educación en salud para las poblaciones más vulnerables. Entre estos últimos, los llamados niños talibes, de la calle, huérfanos. «Viven en condiciones de hacinamiento e insalubridad, se ven obligados a mendigar y prácticamente no tienen acceso ni a educación ni a sanidad. Cuando los conocí no pude evitar comparar su infancia con la mía y pensar cómo determina nuestras vidas el lugar en que naces», dice el coruñés.
Raúl tiene un niño de poco más de dos años. «Llevé especialmente mal el día de su cumpleaños y no pude disfrutarlo con él», admite. Su mujer y el crío llegan estos días a Mauritania para quedarse a su lado. Su ausencia, admite, ha sido lo peor en estos tres meses en el país. Pero tiene claro dónde está su sitio: «Desde la primera vez que pisé África, supe, sin duda, que este era mi sitio en el mundo. No podría explicar racionalmente el porqué, hay un componente instintivo». «No concibo vivir mi vida de espaldas a una realidad como la que se palpa aquí; aquí hay todo un futuro por construir y yo quiero ser parte», remata.
Rubén Santamarta
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