El libro de Apocalipsis es un libro profético (Ap. 1:3). Es claro que toda profecía posee un cumplimiento histórico y literal determinado, y que puede ser, con relación al tiempo, de corto, de mediano, y de largo plazo. Es probable en este último que su contenido sea escatológico, y digo, probable, porque ciertas profecías considerablemente lejanas del Antiguo Testamento, como por ejemplo, de la primera venida de Cristo y de su muerte expiatoria, se cumplieron hace aproximadamente veinte siglos con él.
Las profecías del libro de Apocalipsis se encuentran relacionadas con acontecimientos aun no cumplidos. Podemos mencionar algunos como la salida del Antricristo Final, la Gran Tribulación Última, la Parusía del Señor Jesucristo, el Juicio de las naciones, el Reino de Dios en la tierra, el Juicio de los incrédulos y su destrucción en el Lago de Fuego.
En los capítulos 4—22 se examinan las situaciones que están relacionadas con «las cosas que sucederán pronto», es decir, antes, durante y después de la segunda venida del Hijo de Dios al mundo. El libro de Apocalipsis muestra que Cristo reinará, literalmente, con poder y gloria el mundo por mil años, pero antes tendrá que retribuir a sus enemigos, a los que se rebelaron contra Dios y su Palabra, con castigo pavoroso y mortal.
Es importantísimo además decir, que los símbolos utilizados en el Apocalipsis no requieren que sean interpretados “simbólicamente”.
El lenguaje figurado es ostensible en tal libro, no existe la menor incertidumbre en esto.
El lenguaje figurado deberá interpretarse contextual y culturalmente, como lo comenta un erudito de las Escrituras, y no figuradamente, ya que esto daría un resultado oscuro y erróneo de lo que se ha querido comprender correctamente desde un principio.
El símil, la metáfora, la parábola, la metonimia, son parte del lenguaje figurado hallado en el libro de Apocalipsis. En resumen: Estas figuras literarias son utilizadas para entender lo que son verdades, propiamente, literales. En esto, Gigot comenta:
«Si se emplean las palabras en su significado natural y primitivo, el sentido que expresan es el sentido literal propio; mientras que, si son usadas con un significado figurado y derivado, el sentido, aunque todavía literal, es generalmente llamado sentido metafórico o figurado. Por ejemplo, cuando leemos en San Juan 1:6, “Hubo un hombre enviado de Dios el cual se llamaba Juan”, es claro que los términos empleados aquí son tomados propia y físicamente, ya que el escritor habla de un hombre real cuyo nombre real era Juan. Por lo contrario, cuando Juan el Bautista, señalando a Jesús, dijo, “He aquí el Cordero de Dios” (Jn. 1:29), es claro que él no usó la palabra “Cordero” en el mismo sentido literal propio que hubiera excluido toda metáfora o figura, y hubiera denotado algún cordero real. Lo que él quiso expresar inmediata y directamente, esto es, el sentido literal de sus palabras, fue que, en el sentido derivado y figurado, Jesús podría llamarse “el Cordero de Dios”.
En el primer caso, las palabras son usadas en el sentido literal propio; en el último, en su sentido tropológico, metafórico, o figurado . . . ¿Tiene algún pasaje de los Escritos Sagrados más de un sentido literal? . . .todos admiten que, por cuanto los libros sagrados fueron escritos por hombres, y para los hombres, sus escritores naturalmente se ajustaron a la ley más elemental de comunicación humana, que demanda que las palabras de un orador o escritor sólo tengan un sentido preciso, inmediato y directo. . . ».
Los amilenaristas han abrigado ciegos que Ap. 20:1-10 es una recapitulación de los sucesos que se exponen en los capítulos precedentes. Dejan a un lado el carácter profético e histórico del libro para aplicar una interpretación alegórica, que es irrelevante e ilusa, de tal forma que el Reinado de Cristo en el mundo ha sido fantásticamente espiritualizado. La Biblia alude consistente que los «mil años» es un tiempo concreto en el que Dios instalará un Reinado mundial después del abatimiento de todos los sistemas terreno-horizontales. Cristo regirá personalmente en justicia y santidad este Reino, en sujeción amorosa al Padre y Dios.
Un detalle que necesita ser intensamente considerado en el libro de Apocalipsis, es la locución «y vi». Esta expresión aparece en el libro de Apocalipsis siete veces (Ap. 19:11—20:15) y nos indica la progresión cronológica entre un acontecimiento y otro. Por ejemplo, el capítulo 19 de Apocalipsis expone la segunda venida de Cristo al mundo en gloria poderosa y la aniquilación de sus enemigos que serán devorados por las aves del cielo, por orden angélica. El capítulo 20, que está hilado cronológicamente con el 19, exhibe el encadenamiento de Satanás en el Abismo, el establecimiento de la Teocracia de Cristo en la tierra, los sucesos post milenarios como son la derrota de Gog y Magog, la destrucción del diablo en el Lago de Fuego, el Juicio del Gran Trono Blanco, y la resurrección de los muertos para su condenación, muertos que tendrán la misma suerte que el diablo y sus huestes en el Lago de Fuego que arde con Azufre.
Fue el método literal de interpretación empleado en el rabinismo antiguo y que Jerónimo censuró por considerarlo sin causa como herético, de menor valor que el alegórico o espiritualista, emanado de la sincrética y torcida Escuela Catequística de Alejandría, cuyo propósito principal fue el de conciliar el pensamiento de la filosofía griega con la Ley de Moisés. Filón identifica con igualdad la filosofía de los griegos con los escritos de Moisés. Para él esto era exactamente lo mismo. Filón trató de concertar el judaísmo religioso con el paganismo griego del mundo.
La espiritualización del contenido de las Escrituras por el método alegórico, vino a traer, al quitarle el verdadero valor de su contexto literal, una serie de fábulas y extrañas mitologías que rompieron con la naturaleza objetiva de las promesas hechas por Dios a Abraham. Estas promesas se traducen en la culminación del Reinado milenario de Cristo y de sus bendiciones ofrecidas a quienes se mantuvieron fieles al Señor mientras caminaban en esta tierra de la etérea vanagloria y de las maldades más abominables y perversas, en un Reino futuro y tangible como las rocas y las flores, como el agua y las bestias, como las personas que pululan a diestra y siniestra sobre este mundo palmario, y que no es en vano decir, por demás.
El método literal de interpretación fue uno reconocido y aplicado en el Nuevo Testamento para la interpretación trasparente y sensata de las escrituras vetero-testamentarias. Fue uno empleado por Cristo y sus apóstoles, por los Padres de la Iglesia Primitiva, mucho antes que el método de alegorización se utilizará con la intención de conformar los escritos de Moisés con los de la filosofía griega germinada en las densas sombras del mundo.
La evidencia histórica nos muestra que en los dos primeros siglos de nuestra era la enseñanza de un Reino escatológico y literal fue patente en la Iglesia de Cristo. Desafortunadamente, el dogma amilenarista de San Agustín, con toda su sarta de errores y patrañas, desalojó el método literal genuino de interpretación bíblica para desplegarse insulso y avieso, en colosal virulencia, por todo el mundo antiguo, y hodierno, prosigue en su perjudicial inherencia tergiversando las profecías apocalípticas en las iglesias fundamentalistas que hablan de las realidades objetivas de la Teocracia Universal de Cristo.
Terrible, ¿no?
Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD).
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