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Humanismo y naturaleza

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No por esperada ha sido menos turbadora la noticia de la muerte de Miguel Delibes. Me había despertado demasiado pronto y luego el día amaneció turbio y gris. Había desaparecido de golpe el pleno cielo azul del día anterior. En ese momento y en esas condiciones, con desasosiego, me llegó la noticia de su muerte. Luego, puse la radio y alguien decía a través de ella que «Delibes se había muerto sin haber obtenido el Premio Nobel».

Poco necesitaba su vida y su obra de este galardón, por más que lo mereciera como el que más. Era quizá el Nobel, este premio un tanto desnortado de nuestros días, el que se merecía una obra de tanta autenticidad como la de Miguel Delibes.


Pensé luego en nuestra amistad: no basada en el vernos con frecuencia sino en la sintonía, en la mutua admiración (generosísima por su parte al recordarme siempre su afecto hacia mi libro 'La llamada de los árboles'); una preferencia suya que acaso se basase en dos lazos que nos podían unir al ejercer la literatura: humanismo y naturaleza.

En la obra de Delibes el término humanismo está lleno de perfiles y significados: remite a su carácter liberal, a su periodismo con contenido, a la galería de sus personajes humildes, a la llaneza del ser y del vivir la naturaleza. Porque en la naturaleza no sólo encontró su literatura sus raíces, el aire libre y puro que amaba respirar, sino que supo testimoniar sobre ella como un verdadero avanzado en los luego habituales temas del medio ambiente y de los problemas ecológicos. (No en vano dedicó a ellos su discurso de ingreso en la Academia, ceremonia en la que estuve presente.)


Estos dos rasgos de su obra nos remiten, en realidad, a uno sólo: al de la fusión -tan inusual en la literatura de nuestros días- que en él se dio entre vida y obra, entre el modo de ser y el modo de escribir.

De ahí nacía la coherencia de su labor como escritor. En este sentido, con la muerte de Delibes muere una forma de concebir la literatura y nos deja, como una herida aún abierta, esa consciencia de meditar y de sentir en nuestro medio rural, quizá nuestra asignatura aún pendiente; ese medio en el que nos reconocemos, en el que están nuestras raíces y al que todavía le debemos devolver -como él hizo- todo lo que se le ha arrancado: dignidad, amor, vida.


Me llama en esta mañana de la triste noticia un periodista para decirme que le señale un solo libro que yo prefiera de Delibes. Difícil es la elección, pero no he dudado en responder enseguida con un título: 'Mi vida al aire libre'. No es un libro 'clásico' de este escritor, pero a la vez sí lo es, por su sencillez y su transparencia, porque revela al ser humano antes que a la obra.


Pienso también ahora en la última carta que me escribió. Era la respuesta al envío de mi libro de relatos 'Leyendo en las piedras'. No entraré en los detalles de la misma, pero sí reflejo algo entrañable que en ella me decía: que, tras haberlo leído, le iba a pasar el libro enseguida a su hijo Germán para que él también lo leyese. Naturaleza y arqueología se funden en este libro mío, temas en los que ya Delibes había sido maestro en su novela 'El tesoro'.


Sí, en esta mañana gris y triste se nos va con la muerte de Miguel Delibes un tiempo, una manera de concebir la literatura, pero, sobre todo, un modo muy especial de ser y de estar en el mundo. Un mundo que llegaba y llega avasallador, a contracorriente de valores, de fidelidades, de aires puros. Detengamos esa hueca urgencia con la llaneza y la lectura de sus obras, detengamos esa prisa vana propagando su ejemplo.

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