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Cuando la tierra pierde su eje

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El terremoto de Chile ha podido desviar un poco el planeta y acortar los días como se dijo esta semana, pero ni se ha comprobado con satélites, ni tendría la más mínima importancia. De hecho, este fenómeno se ha producido otras veces por causas tan dispares como las mareas o los movimientos del núcleo. Incluso puede repetirse cuando la faraónica presa de las Tres Gargantas de China se llene de agua


Ocurrió en 2004. Un gran terremoto submarino provocó una serie de tsunamis en playas de la costa del océano Índico y un científico de la agencia espacial italiana se apresuró a decir que como consecuencia se había desplazado el eje de rotación de la tierra. Diversos medios de comunicación –entre ellos algunos españoles– se hicieron eco de lo que eran solo unos datos preliminares de un hecho que, aun en caso de confirmarse, no tendría la mayor importancia.


Cinco años después, el hombre vuelve a tropezar con la misma piedra. La historia se repite, esta vez con diferentes nombres. El 27 de febrero de 2010 en Chile, un potente terremoto provoca un tsunami. Un investigador de la NASA realiza un informe en el que asegura que éste ha movido ocho centímetros el punto de equilibro del planeta y diarios de todo el mundo recogen la noticia. El científico en cuestión, Richard Gross, se pasa el día atendiendo a la prensa mientras sus colegas no dan crédito a la enorme expectación creada. En España, científicos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) prefieren no hacer declaraciones oficiales debido a lo apresurado del tema. Por fortuna, desde el Instituto Geográfico Nacional, el experto en sismología y física interior de la Tierra Carlos López está dispuesto a arrojar luz sobre el asunto. El científico confirma la sospecha: la información, además de «poco precisa», no tiene mayor trascendencia.

Hechos «imperceptibles»
La noticia en cuestión, publicada por la NASA el 1 de marzo, tan sólo dos días después de producirse el terremoto, proporcionaba los resultados de un cálculo teórico «preliminar» de cómo la rotación de la Tierra debería haber cambiado tras el seísmo. Según Gross y sus compañeros del Laboratorio de Propulsión Jet de California (Estados Unidos), este cambio habría acortado la duración de un día de la Tierra en alrededor de 1,26 millonésimas de segundo y habría desplazado la línea sobre la que se equilibra la Tierra aproximadamente 8 centímetros –lo que para la agencia es «tal vez lo más impresionante»– como consecuencia de una nueva distribución de la masa terrestre por el movimiento que ha provocado en ella el terremoto.
Sin embargo, lo que para la NASA es tan asombroso para López es un cambio «muy normal», además de «prácticamente imperceptible». «Le estamos dando demasiada importancia a un asunto que no tiene ninguna relevancia desde el punto de vista científico, ya que ese tipo de variaciones han sucedido y seguirán sucediendo muchas veces», asegura el experto. De igual modo opina Miguel Sevilla, vicedirector del Instituto de Astronomía y Geodesia del consejo Superior de Investigaciones Científicas y la Universidad Complutense de Madrid, de la que además es catedrático. «Dicho así parece asombroso pero es algo que sucede todos los días. El eje de rotación está continuamente moviéndose y no se puede predecir», comenta el científico sobre los datos publicados por la NASA.

Medir la desviación
Según explica Sevilla, las medidas del eje de la tierra provienen de satélites y se tienen siempre «a posteriori», al menos 15 días después del suceso. Es decir, que para obtener un dato real habrá que esperar al menos una semana más. «Este hombre [en referencia a Gross] se ha atrevido a predecir y a calcular por su cuenta y ahora tendrá que ver si las medidas de los satélites confirman su teoría», afirma el catedrático. También López hace una observación al respecto: «los datos son muy agradecidos y siempre que los juntamos sale algo, pero habría que ser un poco más precavido y seguir un criterio científico que llevaría un tiempo bastante mayor que el que ha tardado este señor, por muy prestigioso que sea y aunque provenga de la NASA». Además, aunque sus cálculos sean acertados, «tampoco pasará nada». En respuesta a este semanario, el propio Gross así lo reconoce: «el movimiento es tan pequeño que no tendrá ninguna consecuencia».
Tanto el experto del CSIC como López coinciden en que en la naturaleza se producen otros fenómenos «mucho más fuertes» que están cambiando la dirección del eje de rotación de la tierra –como el movimiento del núcleo terrestre o las mareas– «y no les damos importancia». «Un terremoto o el la erupción de un volcán, o incluso el vuelo de una mariposa en el amazonas, también pueden modificar la duración de los días, pero son causas episódicas», asegura Sevilla. El propio Gross de alguna manera lo reconoce: «en principio, cualquier cosa que mueva masa alrededor o en la superficie de la Tierra puede causar movimientos en la rotación de la Tierra».
En la información que publica la NASA, Gross recuerda el maremoto producido en 2004 y asegura que, según sus cálculos, este debería haber reducido la duración de los días 6.8 microsegundos (millones de segundos). Sin embargo, a pesar de haber sido éste más fuerte que el ocurrido en Chile, en este caso el eje terrestre se habría movido un centímetro menos (siete en total), por dos motivos. El primero es que, mientras que el terremoto de Sumatra sucedió cerca del Ecuador, el de Chile se produjo en las latitudes medias de la Tierra. El segundo, que la falla responsable del terremoto de 2010 se sumerge bajo la superficie de la Tierra con mayor inclinación, «lo que aumenta su efectividad para mover el eje».
Nada de esto sorprende a López y Sevilla. «En ambos casos la filosofía es la misma: en un terremoto de esa magnitud puede haberse desplazado un trozo de falla de cerca de mil kilómetros de longitud y eso provoca un cambio en la posición de las masas de las rocas y de todo lo que hay en la Tierra». Si ese cambio se traduce en una separación, ésta gira más lento, «Es lo mismo que sucede cuando un patinador extiende los brazos y comienza a girar más despacio», asegura López. Si, por el contrario, el patinador cierra sus brazos, su velocidad aumenta.
Lo mismo le ocurriría a la Tierra en caso de agruparse en un mismo punto una gran cantidad de masa: giraría más deprisa y los días serían más largos. Es lo que podría suceder si, por ejemplo, se llenase la Presa de las Tres Gargantas de China, como consecuencia de la llegada de ese agua que antes no estaba. A juicio del experto del Instituto Geográfico Nacional, lo más grave de tener toda esa carga junta sería una posible «sismicidad inducida». Es decir, que esa sobrecarga podría generar por sí sola nuevos terremotos, aunque éstos, no obstante, «se podrían prever y no serían muy grandes», puntualiza López. «Aún así, la tierra es muy fuerte y ninguno de estos hechos provocaría un cambio mínimamente apreciable. Para que lo notásemos tendría que haber un cataclismo exagerado, como que por ejemplo todo el continente americano se situara en medio del océano Pacífico y, aún así, tampoco sería destructivo», sentencia Sevilla.

Cuestión de relevancia
Por todo ello, López cree que hay cuestiones «muchísimo más importantes» a las que dar respuesta. «Nos interesa mucho más qué efecto ha tenido en las personas, en los edificios o en la naturaleza. Por qué no ha destruido tantos edificios como debería por su magnitud o por qué no se avisó a los sitios donde podría haber llegado la ola del tsunami provocado por el seísmo», señala López. «Que no avisasen a los cinco minutos puede estar justificado – ya que tras el terremoto se tarda un tiempo en detectar si se va a producir un tsunami y si la ola llegará a la costa– pero que no lo hiciesen después ya tiene menos sentido», asegura López. «En Chile, la armada marina era la que tenía que dar el aviso y no lo hizo, así que lo importante ahora es averiguar qué pasó para que no vuelva a suceder, y para ello deberemos revisar los informes técnicos y científicos», concluye López.
Esther Paniagua

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