San Romero de América

En la catedral de San Salvador está enterrado un hombre con una bala en el corazón. El miércoles, día 24, se cumplirán 30 años de su asesinato. Se llamaba Óscar Arnulfo Romero y fue arzobispo de San Salvador. Estos días su tumba recibe muchas visitas.

Algunos son turistas atraídos por la historia y el personaje; otros, la mayoría, son salvadoreños que acuden a rezar por su alma, a hablarle y hacerle peticiones.

No tengo mucha información sobre cómo se hacen los santos. Sobre cuáles son las claves que hacen que el Vaticano eleve una figura determinada a los altares.

No sé qué pesa más, si la vida que ha llevado o la muerte que ha tenido. La bala que acabó con la vida de monseñor Romero fue disparada por un francotirador contratado por la extrema derecha. Lo mataron mientras celebraba misa y, en cierto modo, lo mataron porque decía misa. Porque monseñor Romero no separaba el compromiso religioso del social y político de denuncia de la pobreza y la desigualdad.


Por eso lo mataron, porque señaló al Ejército y al Gobierno como los máximos responsables de la violencia y la injusticia que en esos tiempos sufría El Salvador. Han tenido que pasar 30 años y ha tenido que llegar al poder un presidente de izquierdas para que el Gobierno de ese país accediera a investigar el asesinato.


No sé cuánto tiempo tendrá que pasar para que el Vaticano escuche las muchas voces que piden la canonización de Romero. Antes, para iniciar un proceso de este género, había que esperar como mínimo 50 años. Ahora parece que se puede ir mucho más rápido, si tomamos como ejemplo el caso del fundador del Opus Dei.

Pero me temo que los factores ideológicos y el poder de influencia, no de los santos, sino de sus devotos, son un elemento determinante. No importa. Al margen de lo que decida el Vaticano, quienes piden que lo hagan santo ya lo consideran como tal. Lo dice la gente que estos días lo visita en la catedral, lo dice Pere Casaldàliga cuando se refiere a él como san Romero de América y lo dijo el día de su funeral otro mártir latinoamericano, Ignacio Ellacuría, al afirmar que, con Romero, Dios había pasado por El Salvador.

FRANCESC Escribano