Gota de Leche.- Producción: Japón, 1946.- T.O.: 'Utamaro o meguru gonin no onna'.- Duración: 106 minutos.- Dirección: Kenji Mizoguchi.- Guión: Yoshikata Yoda (según la novela de Tamezo Mochizuki).- Fotografía: Shigeto Miki.- Música: Hisato Osawa y Tamezo Mochizuki.- Montaje: Shintaro Mayamoto.- Intérpretes: Minosuke Bandó, kinuyo Tanaka, Kotaro Bandó, Hiroyo Kawasaki, Toshiko Iuzaka, Kyoko Kusajima, Eiko Ohara y Shotaro Nakamura.
Si felizmente afortunada fue la elección de las dos primeras películas que el Cine Forum La Gota de Leche eligió para iniciar su ciclo La pintura en el cine, con Modigliani (2004) y La ronda de noche (2007), no cabe duda que el título que hoy nos ocupa es la más perfecta muestra del cine japonés de todos los tiempos con uno de los más eminentes directores de la cinematografía nipona, Kenzi Mizoguchi, y cuyo mejor recuerdo nos remite a esta misma casa, donde hace aproximadamente algo más de un año se proyectaba Cuentos de la luna pálida de Agosto (1953), obra maestra de este genial realizador nipón. Precisamente en el año 2004 la Editorial Planeta lanzó dos packs de DVD con diez de sus más importantes películas que nos permitieron revisar y en algunos casos conocer la extraordinaria filmografía de Mizoguchi, que con Akira Kurosawa, Nagisa Oshima, Kaneto Shindo y Shokei Inamura, componen ese quinteto del más espléndido cine del país.
La película que hoy consideramos es algo más que una mera biografía de Utamaro un artista genial e independiente, ajeno a tendencias y dogmas académicos, sin atender a las servidumbres del orden establecido, miembro destacado del movimiento Ukiyo-e. Su frase proverbial se hizo tan indeleble como su pintura: "Yo pinto sin temor al poder y a la espada". Concentrado en ello, esto le permitió lograr un ideal de belleza artística casi inalcanzable. Sus mayores faltas en ese sentido por las que fue condenado a pasar cincuenta días esposado sin poder pintar, ya que sus grabados habían ofendido al Shogun, no fueron más allá de la analogía que traza entre una idea casi mística de la belleza y la hermosura de una mujer que, en su caso, tenía como modelo los esculturales cuerpos de prostitutas, cortesanas y geishas, las habituales hembras de Mizu-shobai, ese mundo flotante, habitado por las víctimas de la marginalidad, el desarraigo y la pobreza.
Toda esa visión de este mundo no se produce en base al realismo sino que suponen una representación idealizada, inmaterial, realizada sobre un dibujo altamente expresivo. Estamos ante un arte pictórico basado en escenas de teatro, actores, meretrices del popular barrio de Yoshiwara en Tokio, extraordinariamente conocido entre los siglos XVII y XIX. Todo ello se traduce en la película de Kenji Mizoguchi y todo deviene en un hermoso melodrama cautivador y apasionante. Una serie de arrebatadores planos-secuencias, junto a solemnes travellings, no hacen prácticamente necesario el montaje, lo cual constituye toda una lección de cine para quienes se afanan en el aprendizaje de la mejor cinematografía.
La película constituye toda una valiosa aportación, no muy frecuente hoy día, a la poética en el cine, a la concepción de una visión estética del arte cinematográfico, unida a la mayor corrección técnica a la máxima delicadeza en la expresión fílmica. Todo lo cual hace más estimulante la belleza femenina, tan importante en esta película, tan propicia a la fascinación que provoca este hermoso trabajo. Hay una arrebatadora exposición plástica, nunca más conveniente, una sensualidad implícita expresada con candor y en suma uno de los homenajes a la pintura más extraordinarios que el cine haya llevado a cabo a lo largo de su historia. Una obra maestra.
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