Se podría pensar que el cometido primordial de los medios de comunicación es informar, educar o divertir.
Pero es una verdad elemental que los medios son, ante todo, empresas con ánimo de lucro pensadas para promocionar e incitar al consumo de todo tipo de artículos y fruslerías. En el caso de la televisión y la radio, el propósito se alcanza con el señuelo de la programación, que se encarga de inmovilizar al sujeto mientras se lo somete al martilleo de andanadas interminables de comerciales repetitivos.
Esta lógica económica ha nivelado la televisión colombiana por lo más bajo y la ha convertido en un basurero de telenovelas del peor gusto, y en un sumidero de programas parasitarios de chismes y farándula. Inclusive canales con una decidida orientación científica o educativa como History Channel y Discovery, aunque conservan algunas series de buena calidad, tampoco escapan a esta lógica, y han venido en un lento proceso de degeneración que parece converger con el tiempo al deplorable estado en el que se encuentran los canales nacionales.
Es triste ver cómo los productores, movidos por el afán de capturar una audiencia cada vez mayor, han optado por llenar los espacios con esoterismo y seudociencia ramplona: cazadores de ovnis, historias de ultratumba, profecías mayas, teorías conspiratorias, anticristos, profetas apocalípticos… Un negocio lucrativo que aprovecha la credulidad de una audiencia que ha demostrado tener un apetito insaciable por lo oculto y lo sobrenatural.
Y sus realizadores ni siquiera se afanan por mostrar alguna inventiva, porque es más fácil aprovechar la fragilidad de la memoria y reciclar de cuando en cuando los mismos cuentos infantiles sobre profecías apocalípticas y personajes misteriosos dotados de prodigiosos dones adivinatorios.
Este año han decidido reencauchar a Nostradamus, acomodando sus profecías a los eventos históricos y políticos más recientes. No es difícil percatarse de la manera cómo los realizadores de esta serie orquestan el engaño. El truco es en esencia el mismo que se ha usado tantas veces, y consiste en manipular los escritos originales --deliberadamente ambiguos--, falsificando detalles, suprimiendo lo que resulte inconveniente y tomando apartes de algunas líneas para fusionarlos con otros y ajustar así, a posteriori, una predicción que parece asombrosa.
En un excelente artículo de David Galeano en la página de Escépticos de Colombia (Julio de 2006), el lector puede enterarse de la manipulación que se hace de los textos originales de Nostradamus a fin de acertar con una de sus más célebres predicciones, la del ataque terrorista del 11 de septiembre. Se ha repetido que este médico y astrólogo francés del siglo XVI predijo la destrucción del World Trade Center cuando escribió lo siguiente: "Durante el año del nuevo siglo y nueve meses vendrá el gran rey del terror... A los 45º el cielo será incendiado. El fuego se avecina a la gran nueva ciudad. En la gran ciudad de York habrá dos grandes colisiones donde se destrozarán dos gemelas, después a corto tiempo vendrá el caos y la gran fortaleza caerá, después comenzará la tercera guerra mundial, cuando la gran ciudad arda en llamas".
Pero como explica Galeano, lo que se hizo fue una alteración intencionada de algunas líneas del texto original --Centurias astrológicas--, y una fusión de la décima centuria del cuarteto 72 con la sexta del 97, para que se lea "Durante el año del nuevo siglo y nueve meses vendrá el gran rey del terror”, en vez del original que dice: "En el séptimo mes del año de 1999 vendrá el gran rey del terror", y que obviamente malogra la predicción.
La supuesta alusión a las torres proviene de la cuarteta 87: "Dos grandes rocas rodarán una sobre la otra como si fuera un molino y los ríos se volverán rojos". Y luego dice: "Tras agitarse la tierra, el fuego del centro de la tierra causará un terremoto alrededor de la Ciudad Nueva", un párrafo que es mejor suprimir por razones obvias, como lo es el resto de la sexta centuria del cuarteto 97: "En el instante en que la gran llamarada se expanda, saltará la voluntad desde lo alto, cuando alguien vaya a querer pruebas de los Normandos”.
Pero sin necesidad de entrar en una discusión hermenéutica, la pregunta obvia es ¿por qué estas visiones del futuro jamás han servido para que ningún astrólogo o profeta haya predicho el lugar y la fecha de algún acontecimiento importante para la humanidad, o para alertar sobre una catástrofe? ¿Por qué será que los “expertos”, con sus barbas de profeta bíblico y sus atuendos ridículos vienen a confirmar estas visiones después de ocurridos los hechos, y nunca antes? ¿Y si lo sabían, por qué no ayudaron a salvar miles de vidas?
Klaus Ziegler
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