Este artículo, al igual que el publicado hace unos días, nace como respuesta a la noticia sobre la campaña ´Educando en Igualdad´ del Ministerio de Igualdad y el sindicato UGT. En dicha campaña se recomienda –por razones que considero más ideológicas que psicológicas– apartar a los niños de la lectura de determinados cuentos de hadas calificados de ´sexistas´.
Muchas veces, los adultos podemos tener tendencia a querer proteger a nuestros niños del riesgo de determinadas situaciones, así como de lo que consideramos para ellos ´malas influencias´, sin saber que en casos como el que comento, se les puede perjudicar en su adecuado desarrollo, afectando entre otros aspectos evolutivos, tal y como les mostraba en el artículo anterior, a la capacidad del niño de acceder con facilidad, placer y motivación al mundo del lenguaje hablado, de la lectura y de la escritura.
La narración contada sin ser leída es variable en función de quien lo cuenta y de cómo lo cuenta y además, no adquiere el carácter de constancia y permanencia del objeto que necesita el niño/a a estas edades, cosa que si ocurre con lo escrito, que permanece. Además, contados sin leerlos, los cuentos se convierten en un reflejo personal de quien los cuenta, no en un reflejo de lo arquetípico del ser humano, constituido a través de cuentos pacientemente recopilados por sus autores y narrados desde tiempos inmemoriales bajo la forma de leyendas de transmisión oral, hasta su edición en imprenta como ha ocurrido con los cuentos de hadas clásicos. Los cuentos de hadas, por su temática de fondo, por su contenido, por su simbolismo, pero también por la forma, por la estructura de la narración que hace de continente, despliegan ante los ojos maravillados del niño, ese mundo de fantasía que tan bien conecta con los miedos y fantasías inconscientes que habitan su interior. Es como si a través de los cuentos –gracias al hecho de compartirlos leyéndolos, comprendiéndolos y disfrutándolos–, se iluminase su interior y así, la angustia de lo informe, la oscuridad temida de la noche, pero también y sobre todo de su mundo interno inconsciente, el miedo a lo desconocido, a la soledad y al abandono, se diluyesen en el psiquismo del niño/a, que además, puede entonces disfrutar de lo que ya tiene para él formas y palabras, de lo que es una historia, una narración con la que puede a la vez identificarse y distanciarse.
Todo esto es posible porque los cuentos de los que hablamos, sin que los autores lo hubiesen pretendido, sirven para crear un espacio en el que el niño/a, puede jugar creativamente con sus temores, ilusiones, fantasías, y objetos internos que luego podrá recrear y disfrutar en el momento de la soledad vivida antes de quedarse dormido. Los cuentos de hadas son un excelente remedio para ayudar a los niños no solamente a calmar sus ´nervios´ y sus ansiedades, sino también, para elaborar entre otras, la angustia de separación y de pérdida que viven antes de dormirse. Los cuentos de hadas son alimentos para el psiquismo del niño, estimulan su fantasía y cumplen una función terapéutica; primero, porque reflejan sus experiencias, pensamientos y sentimientos; y, segundo, porque le ayudan a superar sus ataduras emocionales por medio de un lenguaje simbólico, haciendo hincapié en todas las etapas -periodos o fases- por las que atraviesa a lo largo de su infancia. Cuando el niño lee o escucha un cuento popular, pone en juego el poder de su fantasía y, en el mejor de los casos, logra reconocerse a sí mismo en el personaje central, en sus peripecias y en la solución de sus dificultades, en virtud de que el tema de los cuentos le permite trabajar con los conflictos de su mundo interno.
Para que un cuento atraiga la atención de un niño, éste debe ser divertido y además, le debe provocar curiosidad. Para enriquecerlo, la narración debería estimular su imaginación, ayudarle a desarrollar su inteligencia, esclarecer sus emociones, y ayudarlo a reconocer sus dificultades, sugiriéndole las soluciones a los problemas que lo inquietan, fomentando la confianza en si mismo y en su futuro. Los cuentos de hadas suelen plantear, de modo breve y conciso, un problema existencial. La maldad está siempre presente igual que la bondad, pero nunca en una sola persona sino en dos personajes diferentes. En los cuentos de hadas el malo siempre pierde, de modo que la convicción que se transmite es de que el crimen no resuelve nada y de que además, el malo siempre pierde; de esta manera, los cuentos de hadas contribuyen de manera esencial en la temprana educación cívica del niño/a, así como en el aprendizaje y adquisición de normas éticas básicas, haciéndolo además de una forma más eficaz que la enseñanza de normas morales.
Los personajes de los cuentos de hadas no son ambivalentes, es decir que no son buenos y malos al mismo tiempo, como somos todos en realidad. Cenicienta es buena y las hermanastras son malas, ella es hermosa y las otras son feas, ella es trabajadora y las demás perezosas. Esta particularidad ayuda al niño a comprender más fácilmente la diferencia entre ambos caracteres. Las ambigüedades no deberían plantearse hasta que el niño no haya construido una personalidad relativamente firme y capaz de soportarlas. La disociación –desconexión de aspectos normalmente conectados entre sí– inconsciente que hace el bebé y el niño pequeño entre lo bueno y lo malo, reflejo de la necesaria escisión defensiva del yo primitivo del niño y del objeto externo, es necesaria para asegurarle un espacio psíquico libre de conflicto. Más adelante, con su evolución y tras las experiencias repetidas en las que la gratificación vence a la frustración, el placer supera al malestar y el amor se impone al odio, (entendido como frustración del amor), el niño podrá reunir en un solo objeto, interno y externo, todos los aspectos disociados e integrarlos en su psiquismo, accediendo así al sentimiento de culpabilidad, a la ambivalencia afectiva y también, a la capacidad de reparación. En los cuentos de hadas, los protagonistas, siempre niños o adolescentes, se enfrentan a los peligros de la vida sin contar, o sin poder contar con la ayuda de los padres, venciendo y superando los obstáculos que se les presentan en el camino de la vida con astucia, inteligencia, coraje, bondad, fantasía, magia, etc.
No obstante, también conviene precisar que la lectura de un cuento de hadas puede ser también fuente de angustia para el niño a falta de un contenedor psíquico adecuado por parte de quien se lo lee o se lo cuenta.
Juan Larbán Vera, psiquiatra, presidente de la asociación para la docencia e investigación en salud mental de las Pitiusas
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