En 1998 Francis Veber, rodó una excelente película de cuyo guión, también obra de teatro, era además autor:
La cena de los idiotas. Muchos de ustedes la recordarán, pero por si acaso dejen que les haga una breve
sinopsis. La película contaba el peculiar ritual gastronómico que ocupaba a un grupo de adinerados parisinos,
consistente en competir entre ellos para dilucidar al fin, quien era capaz de invitar a una cena a la que
semanalmente se convocaban, al mayor de los idiotas.
El idiota, ajeno al auténtico propósito de la cena, exponía sus opiniones y su particular visión de la vida a un
auditorio que, en un ejercicio de inusitada hipocresía, fingía estar interesado en el discurso del idiota invitado,
cuando en realidad solo esperaba poder medir con precisión la auténtica dimensión de su idiotez.
A diferencia de François Pignon, protagonista de la obra de Veber, Francisco Camps no ha construido la Tour
Eiffel con cerillas, eso es cierto. Él nunca ha sido hombre de miniaturas ni de baratijas. Su arquitectura es
más faraónica, y lo que mejor se le da, es lo inmaterial, de ahí su obra maestra de construcción: una catedral
de corrupción y ridículo. Como a Pignon, a Camps también le montaron el viernes una cena. Centenares de
rostros bronceados bajo el sol de agosto y trajeados de blanca y almidonada ropa volvieron, porque ya habían
estado allí, a Teulada, para intentar establecer la magnitud Camps.
Allí, alienado de la realidad que le circunda, Camps renunció a cualquier propuesta política a una comunidad
sumida en la peor crisis institucional y económica de su historia, mientras él está ocupado en diseñar
estrategias para zafarse de la acción de la justicia y de los que le tienen ganas en su partido, y por eso, todas
sus respuestas se limitaron a una colección de metáforas vegetales de dudoso mérito literario. Dejó claro que
no piensa abandonar el aforado parapeto de su escaño y, si Calígula se proclamó ante sus estupefactos
senadores Dios, él, ante su selecto séquito de togados palmeros, sencillamente, se proclamó inmóvil. Olvidó
Camps que ya se ha movido varias veces. Una de ellas, la más sonada, desde el Palau de la Generalitat al
Palau de Justicia y desde su escaño al banquillo en el que le interrogó el juez del Tribunal Superior de Justicia
valenciano.
Camps volvió a abochornar a propios y extraños con su mesiánico discurso: "El que no es como yo no es
valenciano". Mientras, Ripoll buscaba, después de tanto despreciarlo, de nuevo acomodo en el cesto de las
manzanas podridas.
Rajoy ponía kilómetros por medio para no tener que oír a Paco, su Paco, decir aquello de que todas sus
desgracias son culpa de Zapatero, consciente como es el gallego, de que fue él y no Zapatero quien le presentó
a Correa. En todo caso, ¿cómo no entender a Rajoy? Quién va a querer asistir a un funeral en Teulada
pudiendo estar de boda en Málaga.
Ante el pasmo de su auditorio, se adentró Camps en los pantanosos caminos de la retórica que Blasco le
presta, y sorprendió a su público recetando ansiolíticos a la oposición, digo yo que en calidad de marido de
farmacéutica. Atrevido argumento, sin duda, viniendo de alguien que a menudo suscita la incógnita sobre si el
origen de sus inexplicables euforias parlamentarias es sólo física.
No sé si al final Camps salió en el mismo furgón en el que le llevaron. Resulta chocante, con el miedo atávico
que Camps tiene a las furgonetas, pensar que se subió a uno de estos artefactos solo para evitar a la
ciudadanía congregada en la puerta del evento. No sé si su abogado le recomendó que vaya acostumbrándose
a este tipo de vehículos o lo hizo para poder llevarse a casa la tarta que, según las crónicas le regaló el
aspirante a sustituto, Esteban González Pons, mientras le cantaba aquello de Happy birthday mister
president vestido de Marilyn. Solo se que leer la prensa el día después, produce un escalofrío de vergüenza
ajena. Pero además, y acabando por dónde empecé, permítanme una pregunta: ¿Los adinerados parisinos del
PP, ya han determinado la auténtica dimensión y categoría de su invitado o van a ser necesarias, para una
más correcta evaluación de su nivel, más invitaciones a cenar a Camps?
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CARMEN NINET La cena de Camps
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