Cuidar la naturaleza

DA la impresión de que hemos olvidado que no sólo nuestro origen está en la naturaleza, sino que formamos parte de ella. Lo único que nos preocupa es dominarla y explotarla. Es preciso que nos demos cuenta de que la casa es uno de nuestros mayores bienes y que, por ello, debemos cuidarla; y en esta misma línea, podemos preguntarnos por las consecuencias que se hubiesen producido si las erupciones del impronunciable volcán islandés o si los temblores de la tierra o si la lluvia de los últimos meses hubieran durado algo más.
Llama poderosamente la atención de todos comprobar cómo un volcán puede dar al traste con el tráfico aéreo de media Europa o cómo unos temblores se llevan la vida de miles de seres de todas las especies, subrayando sobre todo las de los humanos o las cantidades de cultivos y casas inundadas en este largo y lluvioso invierno. Con frecuencia nos creemos invencibles y poderosos, pensamos que nuestras vidas son interminables y maravillosas y no nos damos cuenta que somos frágiles y débiles.
Tenemos una existencia infinita en posibilidades, pero finita en las concreciones de la realidad; podemos ser muchas cosas y tan solo llegamos a ser unas pocas de ellas. Un volcán activo, unas lluvias insistentes y abundantes, un planeta tembloroso o una vena caprichosa que se rompe en nuestro cerebro u otra que se obstruye en el corazón reducen esas infinitas potencialidades, incluso las deja reducidas a ninguna porque llega la muerte.
Esta es la realidad más cruel de nuestras existencias y a ellas hemos de acostumbrarnos. Cuando se consigue, todo cambia. Saberse frágil y limitado no sólo responde a la sensatez del que se conoce, sino que fortalece a quien así lo percibe en los demás. Todos los animales saben que no se puede morder la mano que les da de comer y no podemos ser nosotros menos. Poseemos el don inigualable de la inteligencia, nos concebimos como seres sociales y tenemos que respetar a quien proporciona lo que necesitamos para vivir, esa es la naturaleza. Hemos de atenderla para que no sólo la disfrutemos en el presente, sino que la puedan disfrutar nuestros hijos y sucesores. Cuidarla y respetarla es obligación de todos y de cada uno allí donde se encuentre; y los que tomen las decisiones políticas e industriales tendrán que saber que representan a un pueblo que tiene entre sus prioridades la supervivencia de la naturaleza.
No puede ser que debajo de cualquier piedra del campo aparezca una lata arrugada de refresco o que los márgenes de riachuelos y ríos estén tristemente adornados por las más diversas bolsas de basuras o que los alrededores de las muchas papeleras que hay en las calles o campos estén repletas de las más diversas suciedades. Y si las emisiones de anhídrido carbónico o la política de las aguas es competencia de los gobiernos, de cada uno de nosotros es todo lo mencionado en estas líneas. Si disfrutamos de las maravillas de nuestras tierras y cielos, con sus muchas criaturas animales y vegetales, es porque se nos dio sin pedirlo y otros lo supieron mantener, y los regalos de tal calibre se deben compartir con los que queremos.
Conservar lo heredado y mejorarlo no solo es necesario sino de obligado cumplimiento, porque nuestros hijos y nietos deben tener la posibilidad de acceder a las mismas puestas de sol que nosotros o al florecimiento de los árboles en primavera o al sabor exquisito de una fruta o a tantas excelencias que nos regala nuestra madre tierra. No hay excusas para no cuidar los inmensos dones de una naturaleza sabia y cariñosa, que algunas veces expresa su enfado con un poder descontrolado. Se cometen muchos fallos a diario en la tarea propuesta; seamos inteligentes, aprendamos con los errores de los demás y no seamos tontos de los que sólo aprenden con los propios.


JOSÉ MARÍA FERNÁNDEZ CHAVERO | PSICÓLOGO CLÍNICO Y MÁSTER EN BIOÉTICA