«Una comarca donde el hombre y la Tierra están en sintonía»

Pilar Quijada
Hemos quedado con Odile Rodríguez de la Fuente en el kilómetro 73 de la carretera de Barcelona. Desde allí, después de los saludos pertinentes, nos conduce a uno de sus lugares favoritos, para lo cual sorprendentemente se adentra por un polígono industrial. Después enfila un camino de tierra mientras el ruido del tráfico queda atrás. El primero en bajar del coche es Eco, el perro de Odile, que enseguida desaparece y su nombre repetido para convencerlo de que vuelva rompe el silencio y da pie a algunas bromas.

Cuando finalmente aparece, nos adentramos por un sembrado situado en lo alto de uno de los páramos que caracterizan estas tierras alcarreñas. Tras unos minutos de agradable paseo sólo perturbado por las ráfagas de viento propias de este lugar, llegamos «al borde de la Alcarria, donde se desploma a la zona más baja en dirección a Madrid. Desde aquí hay unas excelentes vistas de la capital, de la Sierra, del pico Ayllón y de muchos pueblos de Guadalajara. Es un sitio espectacular, insospechado y con poca gente», explica Odile, que preside la Fundación que lleva el nombre de su padre, Félix Rodríguez de la Fuente.
A pesar de su cercanía con núcleos urbanos como Torija, pueden verse corzos, que Eco persigue sin tregua, y también jabalíes: «Solemos encontrarlos por aquí y le encanta perseguirlos. Lo obedece todo menos la orden de no ir a por ellos». Y aclara que sospecha que su actual mascota debió pertenecer a una rehala antes de que ella lo acogiera cuando la abandonaron a la puerta de su casa.
Mientras hablamos, se percibe un agradable olor a tomillo, «estos aromas proporcionan tranquilidad. Sales al campo, y enseguida cambia el olor. Huele a trigo, a mies, otras veces a tierra mojada anunciando tormenta... Ir andando y levantando las fragancias de las plantas aromáticas es una maravilla. Te las llevas a casa impregnadas en la ropa o en el pelo del perro. Los olores nos conectan con nuestro cerebro más primitivo y despiertan emociones», comenta Odile, que está convencida de que el contacto con la naturaleza proporciona un sinfín de beneficios.
Unos beneficios a los que ella personalmente no quiere renunciar, por lo que no podría vivir día a día en la ciudad donde dice sentirse únicamente como un visitante, en especial por la contaminación acústica y los olores urbanos: «Lo que me llevo de paseos por lugares como éste son sobre todo sensaciones. Principalmente sensación de libertad, de calma, de conexión con algo que te trasciende completamente. Y me ayuda a darme cuenta de que somos ciudadanos de un planeta en medio de un universo y esa reflexión me ayuda sobre todo a relativizar».
Capacidad de observación
Dice que una de las cosas que más agradece de cómo la criaron de pequeña es «haber desarrollado la capacidad innata de percepción con la que todos nacemos, pero que en muchos casos, sobre todo cuando vives en una ciudad, se pierde». El contacto con la naturaleza, además ayuda a poner en hora nuestro reloj biológico: «Antes se hacía todo mucho más atemperado por los ciclos de la vida y de la Tierra y se vivía en armonía total con ellos. La naturaleza ayuda a sintonizar con esos ciclos naturales. Ahora ya casi no tenemos sentido de las estaciones pero los habitantes de zonas como esta eran muy conscientes incluso de los ciclos lunares, que seguían para plantar y cosechar. Estoy convencida de que vivir desconectados de estas pautas tiene mucho que ver con la salud mental y emocional. Algo tan sutil como pisar la tierra seguro que a nivel energético tiene una función y tal vez algún día la Ciencia lo descubra».
Los habitantes de La Alcarria desde antiguo han adquirido esa sabiduría natural que da la conexión con su tierra, destaca Odile, algo que le gustaría mostrar si rodase un documental sobre esta comarca: «El hombre lleva conviviendo con la naturaleza miles de años y se ha integrado en los procesos naturales. Es muy importante mantener una cierta domesticación del paisaje, aunque pueda sonar contradictorio, para conservarlo. Ahora estamos viendo cómo el abandono del medio rural y las formas de ganadería extensiva o la agricultura tradicional repercuten negativamente en la naturaleza.
Me interesa mucho esta relación del hombre en armonía con la tierra que veo aquí, en La Alcarria, en las formas de producción tradicionales, que ahora llamamos sostenibles, y en la biodiversidad asociada a esta forma de vida, desde las colmenas que ayudan a la polinización de las plantas, a la ganadería que disemina las semillas y hace una labor de limpieza al comer parte del matorral, que en caso contrario puede dar lugar a incendios en verano».
El canto de los abejarucos que revolotean sobre nuestras cabezas da pie a esta joven bióloga a recordar que durante mucho tiempo estas aves fueron perseguidas porque se alimentan de abejas, «una labor de limpieza, porque eran las más débiles. Y ahora estos himenópteros están en serio peligro». Otro pájaro, esta vez un cuco, marca el fin a nuestro agradable descanso en esta atalaya desde donde se divisa la campiña en dirección a Madrid. «Desde aquí se contemplan unos atardeceres fantásticos. Me gusta venir al caer la tarde para ver la puesta de sol. Me siento en estas rocas, con mi vinito, la tortilla, el chorizo y el pan, con mis perros. Y luego me gusta quedarme a ver las estrellas y volver andando a la luz de la luna».
Mientras desandamos el camino que nos devuelve al paisaje urbano, hablamos de la importancia para Odile de continuar el camino que inició Félix, un pionero en educación ambiental que sembró el gusanillo por la naturaleza en varias promociones de biólogos, «la parte más importante para mí del legado de mi padre», asegura. Y Odile desde la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, quiere seguir esa estela, pero con su propio estilo, adaptándose a los tiempos.