Galicia está que tiembla Anxel Vence

Aunque los incendios no se hayan cebado este año con la fronda de nuestros bosques de Caperucita –toquemos madera–, lo cierto es que los gallegos no podemos vivir verano alguno sin sobresaltos. A falta de llamas apocalípticas como las del ardiente estío de 2006, Galicia ha comenzado a disfrutar, en cambio, de una tanda de terremotos que anoche quedó inaugurada con un par de seísmos de baja intensidad en tierras de Lugo. Esto ya es tan tradicional como los fuegos del Apóstol o los de Bouzas.

Tranquilícense los peregrinos, veraneantes y turistas en general. Los terremotos son casi tan habituales como la lluvia en este país: y sus daños resultan aún menores que los causados por el agua que cae de las nubes. Puede llegar a contarse más de un centenar de ellos cada año, pero el carácter discreto y tranquilo de los seísmos gallegos hace que apenas se les note. Tanto es así, que a menudo sólo tenemos noticia de estos desasosiegos de la Madre Tierra por los comunicados del Instituto Geográfico Nacional que se encarga de tomarle el pulso al subsuelo.
Los de la pasada noche fueron terremotos de chichinabo, por así decirlo. Con módicas intensidades de entre el 2,6 y el 3,5 en la escala Richter, los sismos fueron percibidos tan sólo por los habitantes más sensibles y/o insomnes de la ciudad de Lugo y el municipio de Taboada. Otras veces, cierto es, el ramalazo llegó hasta lugares tan distantes del epicentro lucense como Vigo o Santa Uxía de Ribeira, donde la falta de costumbre abonó el pánico entre la población; pero lo normal es que las regurgitaciones de la Tierra resulten de pronóstico leve.
Tiempo atrás, llegó a sospecharse que los desarreglos del subsuelo guardaban relación con la presencia de un gobernante de carácter tan volcánico como Don Manuel I al frente de los destinos de Galicia. Parecía lógico que alguien motejado con el sobrenombre de “Ciclón de Vilalba” desatase en sus momentos de mayor irritación los temblores sísmicos que tienen su epicentro en Lugo, la provincia natal de Fraga. La hipótesis, francamente tentadora, perdería fuerza al continuar los terremotos cuando un gobierno tripartito apartó a Don Manuel del trono.
Una segunda teoría, de orden menos científico que mágico, apunta a la existencia de un multitudinario pueblo de gnomos, elfos y ninfas de las aguas que, aprovechando las corrientes subterráneas, vivirían felices y ocultos bajo la capa terrestre del país. Los más aventurados sugieren que esa fabulosa población residente en las profundidades del Reino es la que produce, en su diario trajín, los movimientos telúricos que agitan a los vecinos de Lugo y sobresaltan de cuando en vez a los de otras partes de Galicia.
Infelizmente, esa lírica explicación ha sido refutada por las sólidas si bien mucho menos sugerentes pesquisas de los científicos. Un grupo de investigadores de la Universidad de Vigo descubrió, en efecto, que la causa de los temblores de tierra que agitan –aunque no mucho– a este país obedece simplemente a una falla en el subsuelo galaico. Situada aproximadamente a la altura de Viveiro, esa grieta subterránea ayudaría a entender los cientos de seísmos que desde hace años sacuden a nuestro particular Triángulo de las Bermudas acotado por los municipios de Becerreá, Sarria y Triacastela.
Quiere decirse que los dos movimientos de anoche entraban dentro del guión previsto por la ciencia y no debieran suscitar por tanto inquietud alguna. La falla de Viveiro no es para nada comparable a la de San Andrés en California; y aunque la tierra gallega se muestre algo nerviosa estos días, ningún peligro hay de que se abra en canal y se trague a los vecinos de este país tal que sucedió allá con el célebre y muy cinematográfico terremoto de San Francisco. Aquí, las únicas películas del género de catástrofes son las que nos proporcionan de tanto en tanto las mareas negras de chapapote. Esas sí que dan miedo y no los pequeños calambrazos de la tierra.
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