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Enamorado de la paz Luz Nereida Pérez

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Antes de proclamar la paz con tus labios, siéntela en tu corazón. (Francisco de Asís)
Paz… P-A-Z… Tres letras para conformar una palabra de apariencia pequeña, pero de alcance apoteósico. Fue la palabra que más pronunció Jesús de Galilea y constituye la base de la satyagraja de Mahatma Gandhi. Es la médula de la filosofía del budismo y fue fulcro vital para Francisco de Asís. Estas tres letras, esta sencilla palabra, es también centro vital y Norte de la voz nacional masculina de Puerto Rico: Danny Rivera, a quien muy merecidamente se le dedica el XXXVII Festival de Claridad, que esta edición conmemora.



El compromiso de Danny Rivera con la paz destila infaliblemente en todo momento de su existencia. Lo apreciamos en su caminar acompasado, su tono de voz siempre bajo, su absoluta humildad como ser humano y como artista, en la completa ausencia de ejercicios de ego, en su total atención para quienes le hablan, en su trato para con su esposa, sus hijas e hijo, sus amigos… Su casa, rodeada de nuestra exuberante naturaleza tropical, es un enclave por excelencia para la infalible práctica cotidiana del acto de la meditación, tan esencial para alcanzar la paz interior. Danny Rivera es paz: un enamorado, comprometido y vinculado por siempre y para siempre con la paz como lo proclama en una de sus producciones discográficas, cuyo título hemos tomado prestado para encabezar hoy este espacio. Compromiso llevado hasta el extremo de la desobediencia civil y las subsecuentes consecuencias del encarcelamiento en nombre de la paz y la justicia para el amado pueblo de Vieques.


Vivimos en una sociedad de violencia, de contiendas, de disputas, de guerra... Basta mirar a nuestro alrededor para ser testigos cotidianos de actos hostiles: la madre que azota al niño en plena fila del supermercado, el conductor de autos que cree que a bocinazo limpio todo se resuelve, los niños y jóvenes que pelean a puños en las escuelas, las parejas que se insultan a viva voz, se empujan y se agreden... A ello se añade la violencia interna que experimentamos ante la inseguridad física en que vivimos por el robo, el asesinato, la violencia contra los niños y contra la mujer, la pérdida de empleos, los cambios climáticos que prepotentemente hemos provocado... Estas incertidumbres suelen ser complementadas por explosiones emotivas que revierten en convertir a unos y a otros en chivos expiatorios, obviando la sacralidad de la vida y el derecho inalienable de todos y todas a la dignidad. En resumen, vivimos, pero no convivimos: carecemos de la esencia de la paz.


En su libro Roots of Violence in the US Culture. A Diagnosis towards Healing, el fraile franciscano francés Alain Richard expone cuatro principios fundamentales para la convivencia: “1. Los seres humanos no pueden existir sin interrelacionarse; 2. Todos tenemos el derecho a nuestra dignidad individual y el deber de reconocer la dignidad de los otros y otras; 3. Nadie es dueño absoluto de la verdad. Ninguna cultura es dueña absoluta de la verdad. Cada cual ve y sirve a tan solo una fracción de la verdad; y 4. Para poder vivir de forma no violenta, es necesario poder aceptar el riesgo de sufrir antes de imponer sufrimiento en los otros u otras”. La práctica de la paz requiere, pues, que se trabaje en pro de la justicia. Precisa de tolerancia, autocontrol, amor al prójimo, capacidad para el sacrificio… Demanda aquello que el Viejo Testamento denominó sh?lôm o mishp?t porque la paz ha de estar siempre precedida de la justicia, del sentido de equidad que se alcanza cuando se llega a un relativo balance entre conciencia y corazón.


El sacerdote holandés Henri Nouwen (1932-1996) escribe, en su libro El sanador herido, que todo verdadero revolucionario tiene que ser primeramente un místico porque quienes caminan por la senda de la paz y la justicia reciben el llamado inalienable de desenmascarar el aspecto ilusorio de la sociedad humana. Para este teólogo, el misticismo y la revolución son dos facetas del mismo intento por propiciar el cambio radical. Concluye Nouwen que tanto los místicos como los revolucionarios tienen que erradicar de sí mismos la necesidad egoísta de vivir vidas seguras y protegidas y encarar, mediante la introspección, la propia miseria individual para poder entonces adquirir la capacidad para desempeñar la tarea de equilibrar la justicia en nuestro entorno.


El homenajeado del XXXVII Festival de Claridad, nuestro Danny Rivera, reúne dentro de sí tanto las cualidades del místico como las del revolucionario y ha sido ello lo que le ha transformado en un indiscutible forjador de paz. Por ello, ante ti, amigo querido, me inclino en un namaste. De este modo, el Dios que en mí habita saluda y reconoce a ese mismo Dios que en ti vive en total plenitud.

Comentarios a: luznereida63@aol.com

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