La imagen del Niño de Mula fue realizada para evocar un momento singular de la historia creyente de Mula. Tal como narran los documentos históricos y su leyenda, la aparición del Niño tuvo lugar en el paraje del Balate, por el año 1648, cuando un chico llamado Pedro Botía Artero, natural de Mula y huérfano, a consecuencia de la peste que asolaba la región el Reino de Murcia, estaba pastoreando sus ovejas y se le presentó un hermoso Niño con una cruz en su mano derecha, el cual se identificó y le dijo: «Toma mi Cruz y sígueme». Pedro, por su sencillez, no contó a nadie el hecho de la aparición hasta transcurridos bastantes años, se hizo religioso franciscano y falleció en el Monasterio de la Encarnación de Mula en 1717, donde fue sepultado su cuerpo. Las leyendas engrandecen la verdad de la historia mucho más allá de los detalles que la configuran, porque enriquecen los hechos al interpretarlos. Y las claves de interpretación de aquellos hechos son, por una parte, la vida del protagonista, en cuanto auténtico seguimiento de Jesús en la espiritualidad franciscana y, por otra, la palabra del Evangelio que se le revela. «Toma mi cruz y sígueme» resume lo fundamental de los relatos de vocación en los evangelios.
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