JORGE MARTÍ Si nuestra sociedad no se ha vuelto loca, le falta poco. Nuestros adolescentes son aleccionados desde muy pequeños en un modelo de cuerpo basado en la delgadez extrema que una persona normal sólo puede alcanzar si es adolescente y no come.
Se impone un modelo juvenil y anoréxico de belleza que los diseñadores de moda, hipócritamente, dicen no defender mientras hacen pasear cuerpos anoréxicos por las pasarelas de moda. Sin embargo, por otro lado, como sólo los adolescentes siguen yendo de forma masiva al cine, triunfan aquellas películas que insinúan cuerpos femeninos con curvas llamativas.
Piensen en el éxito masivo de las diversas entregas de Piratas del Caribe. Como es obvio que no es la sutileza de sus diálogos ni la profundidad de su argumento lo que justifica su éxito, habrá que explicarlo por el desfile de guapos y guapas que propone. Los de Disney saben cómo llenar de adolescentes un cine y no lo hacen exhibiendo cuerpos hambrientos. Esa contradicción provoca un cortocircuito social: las adolescentes pasan hambre para estar guapas pero sólo consiguen estar esqueléticas.
Otros cortocircuitos. Las actrices pasan masivamente por el quirófano para retrasar el paso de los años y/o adecuarse al modelo de belleza que las películas para adolescentes imponen en el gusto del público, no siempre adolescente. Se hinchan los labios, se esculpen el pecho, se operan los pómulos, y acaban pareciéndose cada vez más unas a las otras porque, si los directores de casting encuentran que su aspecto físico no despierta la libido del público masculino –supongo que lo miden a partir de las reacciones físicas que ellos mismos experimentan–, no serán contratadas en las películas taquilleras, que son las que dan fama y dinero. Sin embargo, las operaciones estéticas que son las que les permiten seguir trabajando pasados los 30 años, edad a partir de la cual empiezan a ser rechazadas por ser demasiado mayores, están mal vistas en el mismo mundillo que las olvida si no se operan. Por eso la mayoría de actrices que se han operado declaran no haberlo hecho: mienten con esos mismos labios que acaban de recibir un injerto de colágeno. En una época en que el modelo de belleza cinematográfico o televisivo es más artificial que nunca, las actrices se ven obligadas a declarar públicamente que comen lo que les da la gana, no sudan durante horas en el gimnasio y no han puesto su cuerpo y su carrera en manos de los cirujanos estéticos.
Parece ser que en el casting de la próxima entrega de Piratas del Caribe, serie que ha exhibido con anterioridad todo un catálogo de pechos femeninos operados, se ha excluido a las actrices que se hayan operado el pecho. No necesitan la ayuda de la cirugía: ya retocarán digitalmente los cuerpos que no exciten lo suficiente al público. En estos temas se está imponiendo una hipocresía que nos lleva a no aceptar la realidad y a las personas como somos. Las inyecciones de botox convierten el rostro de muchas actrices en máscaras inexpresivas, pero ¿quién va al cine para ver una buena actuación? O dicho de otra manera, ¿qué llena una sala de cine, una interpretación de calidad o un buen cuerpo retocado?
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La dictadura estética
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