Juan Cruz (Tenerife, 1948) supo, ejerciendo el oficio de editor, que tenía que acostumbrarse a la naturaleza inflamable de los egos, a las susceptibilidades y las exigencias con que los escritores ponían de manifiesto su necesidad de ser queridos. Desde la dirección de Alfaguara, que ocupó entre 1992 y 1998, y a lo largo de una extensa carrera como periodista cultural, Cruz presenció escenas en las que grandes maestros de la literatura exhibían una fragilidad conmovedora.
El autor ha volcado esas vivencias en Egos revueltos (Tusquets), libro merecedor del Premio Comillas en el que rememora ese entorno literario que ha conocido sin sacar "la daga del resentimiento", sino desde la "gratitud" a unos creadores en cuyo retrato ha buscado "la soledad, el desamparo, lo que es común en los escritores, que necesitan el mimo de los lectores o de los editores para subsistir".
-Su perspectiva es tajante: ningún escritor escapa al avance de su ego.
-Ningún escritor, ni nadie. El ego es un instrumento de la vida, sin el cual es imposible avanzar en nada. No se puede escribir, ni siquiera leer; no se puede vivir sin ego.
-Efectivamente, en materia de egos, nada es lo que parece: Onetti y Azcona, aparentemente tan descreídos, estaban muy atentos a lo que se publicaba de ellos...
-Absolutamente. Para mí, eso era parte de su encanto: frágiles, estupendos, llenos de entusiasmo hasta el final de sus vidas (o un poco antes: a ambos los amargó mucho la idea atroz de la muerte) y plenos de interés por lo que los demás dijeran de ellos. Eso es lo que les dio valor de futuro a sus respectivas obras: siempre estaban queriendo ser mejores, para que les quisieran más.
-Uno de los atractivos del libro es descubrir a autores consagrados en una vulnerabilidad absoluta: un Cabrera Infante mudo tras una crisis nerviosa, Cela con su miedo a la soledad, un Borges que necesita ser ayudado con la vichysoisse al estar ya ciego...
-Todos ellos prolongaban en sus obras el centro de su melancolía; ninguno se salvó, de los que yo he conocido, de esa mordedura dulce, y todos escribieron para ser mejores, como Onetti y Azcona. La gente es mejor por carta, decía Bryce en La amigdalitis de Tarzán, y todo el mundo que escribe es, me parece, mejor que lo que tocamos de ellos. Con excepciones, claro. Azcona era una excepción. Era mejor como persona, aún.
-A algunos lectores les sorprenderá encontrarse con egos desmedidos como los de Octavio Paz o Benedetti. Pero hay otros autores, como es el caso de Ayala, que proyectan una imagen más acorde con la realidad...
-Creo que no se sorprenderán los que les conocieron. Benedetti era un amigo muy querido, pero tenía ese rejo del egocéntrico, del suspicaz; era inevitable para él. Pero era un ego aceptable. El de Octavio Paz era el ego de un hombre muy inteligente que no soportaba que tú no supieras que lo era. Benedetti era mucho más sencillo.
-Hablemos de su faceta de editor. Uno de los episodios más emocionantes que admite haber vivido fue la recuperación de Aldecoa. Y usted apostó por el cuento cuando nadie lo hacía en España.
-Sí, ese es uno de los hallazgos de mi paso por Alfaguara. Descubrí a Aldecoa en Tenerife, por la pasión de un amigo suyo, y no paré hasta que se produjo ese rescate. Eso me hace muy feliz. Como haber descubierto (por decirlo así) ese cuento tan emocionante de Manuel Rivas, La lengua de las mariposas. De esas cosas se tiene que enorgullecer uno como de respirar.
-También como periodista tuvo momentos gloriosos: Bacon le concedió una entrevista por la coincidencia de que ambos eran asmáticos; Bergman le confesó en un clima de complicidad que no sabía por dónde continuar.
-Sí, eso es lo que tiene de bueno el periodismo. Que al fin y al cabo es tan sólo una conversación en la que te encuentras con gente que te sorprende. Ahora bien, hay que dejarse sorprender. ¿No le parece?
-En su obra, usted aclara algunos malentendidos, pero se ve muy claro que no le interesan los ajustes de cuentas.
-No, odio el odio, odio el resentimiento, odio el rencor, odio la venganza. Pero para estar a la altura no hay que odiar tan sólo esos sentimientos perversos. Hay que trabajar para erradicarlos. Y la memoria es un buen ejercicio gimnástico contra el odio. Ajustar cuentas lo hacen los mezquinos y los contables. Y yo no sé restar, yo sé sumar. Soy un mal contable, y no quiero ser mezquino.
-El conjunto desprende la nostalgia de quien observa una fiesta que ha acabado. Hay compañeros de viaje que se han perdido, y está la incertidumbre por el futuro de la edición como telón de fondo.
-El futuro de la edición depende de los buenos libros. Lo otro, me parece, son gaitas en vinagre. Si hay buenos libros habrá buenas editoriales, y habrá muchos lectores. Lo otro es una guerrilla de soportes que, si me lo permite, cada día me aburre más.
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"La memoria es un buen ejercicio gimnástico para erradicar el odio"
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