Desde los griegos, la sed de poder, ambición, manipulación y violencia, han servido como punto de partida para crear textos dramáticos. Ximena Escalante, cuya pluma es reconocida por valerse de los mitos y reestructurar historias ya contadas, nos regala en Yo quiero un Profeta, la anécdota de Salomé, figura mítica que fue utilizada también por Oscar Wilde en el siglo XIX; en nuestro cine por Carlos Saura; y en la sexta noche del XIV Festival Universitario de Teatro, Fernando Rodríguez Rojero, al frente del Taller Universitario de Teatro de Ensenada, nos ofrece su interpretación del texto de la escritora de Fedra y otras griegas.
Salomé, hija de Herodías le pide a su rey Herodes Antipas la cabeza de Juan el Bautista, y éste anonadado por la apasionada sexualidad de Salomé, le concede la cabeza del Profeta. La manipulación de su madre frente al rey, le permite a la hija, lograr su cometido.
La relación entre los personajes del Profeta y Herodes, es de admiración y odio, respeto y miedo; Herodes teme al Profeta y sus visiones irreales, no palpables, pues le da pánico perder el liderazgo frente a su pueblo, debido a la fama del consabido Profeta.
La propuesta estética del montaje prometía una buena noche, pero el poder, las obsesiones y degradación de los personajes, se ven truncados por la estructura de las escenas, que en vez de favorecer el ritmo y la progresión, terminan en staccato. Una composición solemne, sobria y que crea una atmósfera atemporal y de incertidumbre, no se ve apoyada por un buen manejo de los recursos actorales.
Se vislumbra una propuesta escénica clara y elegante desde su concepción, pero que necesita ser respaldada por una actoralidad mejor construida y sustentada.
El simbolismo manejado en el montaje, favorece en algunas ocasiones, la acción dramática que transcurre entre las relaciones de los diez personajes que ocupan la escena.
Dentro de esta, vale destacar la iluminación diseñada por el mismo director, la propuesta de vestuario a cargo de Margarita Hernández; y el esfuerzo de estos estudiantes amantes del teatro, que a pesar de evidenciar su corto recorrido por la escena, lograron sostener el texto hasta el final, cosa que no sucedió con el montaje presentado por el grupo de Monterrey, el pasado lunes por la noche. Su entusiasmo se agradece y coadyuva nuestra afición general por el teatro.
Yo también quiero un Profeta, me hizo desconfiar de la verosimilitud de las profecías.
Esmeralda Ceballos
Estudiante de Crítica Teatral, 8vo. Semestre
Lic. en Teatro, UABC.
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