La Alhambra fue un nuevo Oriente para Matisse :Francisco Jarauta

Francisco Jarauta es uno de los filósofos españoles que mejor conjuga pensamiento y arte. Ha dedicado tres años a preparar la exposición más importante de Matisse que se ha realizado en España, en el palacio de la Alhambra que cambió la vida y la pintura al artista francés. Se reúnen por primera vez las tres obras que pintó en nuestro país.


El discurso de Jarauta emana como la escritura. Habla con puntos y comas, subraya las palabras que le interesan alargando su línea de tiempo, las arrastra, y las disfraza con extranjerismos nada impostados. En su boca, resulta natural mezclar el francés con el ruso mientras habla de su gran amiga “madame Antonova”, la directora del museo Pushkin con la que ha colaborado estrechamente para recrear el histórico viaje del artista hace 100 años a la fortaleza granadina.

-¿Se podría hablar de un ‘efecto Alhambra’ en Matisse?
-Siempre que se han estudiado sus relaciones con la cultura islámica se han analizado a partir de Marruecos y de Tánger. El viaje a España se había considerado anecdótico. Pues no es así. La visita a España reorientó su programa como pintor. Bodegón Sevilla II presenta una novedad reconocida por los críticos.

-También ‘Rincón del estudio’, obra clave.
-Cuando viaja a Moscú comienza tres grandes cuadros que finalmente desembocan, como si fuera una liberación, en el Rincón del estudio. Fue una respuesta a todo lo que había visto después de su viaje por Europa. Había visitado Sevilla, el museo de artes decorativas, la exposición de Múnich, las colecciones de iconos rusos de la galería Tretiakov con su mecenas Schukin... Y se le pusieron sobre la mesa los grandes problemas que un pintor se puede plantear. Los resolvió con ese giro artístico.

-Fue un empeño personal que ese lienzo estuviera.
-Es uno de los grandes cuadros de Matisse. Y fue posible traerlo gracias a la estupenda amistad que tengo con madame Antonova, para mí la última zarina. A sus ochenta y tantos años tiene un temperamento brillante.

-También eligió la foto del catálogo.
-En la primera propuesta se había elegido una foto de Man Ray que no funcionaba. Le convertía en un burgués de gran dignidad, envejecido, mirando de una forma que no era su mirada como pintor. Elegí una fotografía –no sabemos quién es el autor– que está totalmente quemadita, pero que le retrata fielmente con sus anotaciones. Se le ve elegante, con su barba crecida, sujetando esas cartas escritas es nuestro país y que evidencian el matiz reflexivo en Matisse. El año 1911 es el más importante de su vida y su formación.

-¿Qué valor tiene esa correspondencia?
-Siempre pensé que del viaje a España existiría un cuaderno en el que él iría tomando notas. Tenía que estar en alguna parte. Pasé toda una larga semana buscándolo en los archivos del Pushkin. Movimos todos los cartapacios, pero no apareció. Luego descubrí que él dibujaba los objetos que más le atraían en las propias cartas.

-¿Y qué halló en las 37 cartas?
-Matisse pasa de lo doméstico, lo trivial, a islas de reflexión. Son como catas en las que se refleja su propia experiencia y dice lo que piensa. Sus famosas notas sobre el pintor, el color y el ornamento son verdaderas joyas.

-Sus comentarios sobre el Prado no son generosos...
-No. Cuando Manet llegó al Prado en 1964 dijo emocionado: “Por fin he descubierto al mayor pintor que ha existido: Velázquez”. Sin embargo, lo que escribe Matisse es completamente neutro. A mí me irritó un poco. Un pintor que no se emociona con Velázquez y Goya me resulta sospechoso. Pero él iba buscando algo distinto. No vino a Madrid para ver a Velázquez, ni a Goya, sino que anhelaba otra cosa: Andalucía, donde estaban los restos que descubrió en Múnich a través de los fotógrafos que habían estado en la Alhambra.

-Y con Francisco Iturrino.
-Sí, le ayudó a orientar su viaje. Le introdujo en el contexto sevillano: participó en tertulias, acudió a los tablaos... ¿Qué otro artista de su época lo hacía? ¿Imaginas a Degas frecuentando las bailarinas y los figurantes de los burdeles?

-También escribe a su esposa, que se lamenta por la duración del viaje.
-Amélie sospecha. Le pregunta: “¿Qué estarás haciendo? Este viaje no era para que fuese tantas semanas...”. Él le explica que ha descubierto otra manera de trabajar: “Estoy contentísimo, inspirado, encontrando nuevas orientaciones para mi trabajo...”. Pero resolverá esos celos de una manera elegante. Le compra un mantón de manila, se lo envía a París y la pinta con él. “Voilà, era para ti”, zanja.

-¿Qué Oriente descubrió Matisse?
-Orientes, por haberlos, hay muchos. En el siglo XIX, Lady Hamilton, la esposa del embajador inglés ante la Gran Puerta a Estambul, escribe unas cartas que se publican en París. En ellas habla de los perfumes del hammam, del ruido del zoco, de las especias... Y todos los que viajaban en el gran tour a Italia para descubrir el mundo clásico cambian de dirección y van a Estambul y a la Alhambra. Oriente comienza a estar más cerca, a alimentar el mundo fantástico. Comienza una moda orientalista. Cuando en 1851 se pone un patio alhambresco en el Crystal Palace, el pabellón para la primera exposición universal, todos los palacios ingleses quieren tener uno, incluso Buckingham. Nos liberan de una operación estúpida que fue dominante en la cultura francesa. Los Teófilo Gautier, Chateaubriand… todo lo que ven en España son gitanas, bandoleros y poca cosa más.

-La ‘Carmen’ de Bizet.
-Sí, termina siendo la síntesis de todos los tópicos.

-Pero las modas cambian...
-A partir del siglo XVI, la cultura que triunfa es la del Renacimiento y la perspectiva determina la dirección del arte. La otra cultura, que era el mundo bizantino, sobrevive en el mundo eslavo con los iconos rusos. Es una relación que se revisita una y otra vez. Él lo dice de una forma maravillosa: “La revelación ha venido de Oriente”. Para él hay varios Orientes: el islámico, el de Moscú... Llegará a Tahití y descubrirá uno nuevo. Tuvo la libertad de viajar en todas las direcciones a los múltiples Orientes.
Begoña Marín. Madridwww.intereconomia.com