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El origen de la 'Leyenda Negra'

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La llamada 'Leyenda Negra' es una de las cuestiones historiográficas que siempre despiertan el interés del público español. Ante este hecho se buscan respuestas de especialistas con la suficiente autoridad como para que su relato despierte confianza y sus opiniones ante un asunto tan espinoso y controvertido sean admitidas como válidas y equilibradas.

Por eso, lo primero que queremos aseverar es que el profesor Joseph Pérez, prestigioso hispanista, riguroso historiador y profundo conocedor del pasado de España, es un autor de probada objetividad que analiza profundamente los datos y las interpretaciones anteriores hasta avanzar las propias conclusiones a la vez con contundencia y con ponderación.


Y así lo hace en este libro, que sólo tiene paralelo en la bibliografía española en otro, asimismo excelente, publicado por Ricardo García Cárcel en 1996: La leyenda negra: historia y opinión. Organizado perfectamente, se abre con una introducción (donde se da cuenta de la aparición del término de 'leyenda negra' acuñado por Julián Juderías en 1914), sigue un cuerpo central (donde se discuten las principales acusaciones vertidas contra España a lo largo de los tiempos) y se cierra con una breve conclusión, que es una exhortación a aceptar sin trauma que España descubrió y conquistó América, que fue la potencia imperial hegemónica durante el siglo XVI y algo más allá y que produjo genios de la talla de Cervantes y Velázquez, aunque no de la talla de Descartes o de Newton.


En efecto, siguiendo el relato del autor, la requisitoria contra España se ha basado en tres pilares. Primero, la acusación de imperialismo, que se apoya sobre todo en la conquista de América y el sometimiento de los pueblos indígenas. Segundo, la acusación de intolerancia y de inmovilismo, al «permanecer fiel a una forma de civilización -la cristiandad- moribunda» desde mediados del siglo XVII.

Y tercero, la acusación de fanatismo, achacable a una sociedad inquisitorial que persiguió la libertad de pensamiento y no quiso participar en los grandes movimientos que caracterizaron «el advenimiento del mundo moderno: la revolución científica, el progreso técnico, la industrialización, la secularización del pensamiento».
Todo este alegato contra España contiene elementos objetivos, pero también esconde interpretaciones abusivas que exigen su matización.

En el caso de América no pueden negarse los horrores de la conquista ni la explotación laboral de los indígenas (paralela a la de los esclavos negros por parte de otras potencias, todo hay que decirlo), pero hay que valorar la crítica de los propios españoles ante los excesos de la colonización y el esfuerzo por regular mediante unas leyes justas las relaciones entre la población europea y la autóctona, al mismo tiempo que debe rechazarse cualquier acusación de genocidio, pues nunca hubo ni en la teoría ni en la práctica ninguna voluntad de exterminio.

En lo que respecta a la intolerancia, hay que señalar que era la moneda de uso común en la época y que la violencia inquisitorial española tiene su equivalente en otras latitudes: la sanguinaria guerra emprendida por los príncipes protestantes en Alemania, la persecución contra los católicos llevada a cabo con ejemplar perseverancia en Inglaterra o la matanza de miles de protestantes en Francia durante una sola noche, la Noche de San Bartolomé de 1572.

Lo más evidente es el indiscutible retraso de la ciencia y el pensamiento españoles durante el siglo XVII, aunque también aquí hay que recordar (hablando sólo de filósofos y científicos) la muerte en la hoguera de Miguel Servet (a manos de los calvinistas ginebrinos) o de Giordano Bruno (a manos de la Iglesia Católica), o también la humillante condena por Roma de Galileo Galilei, el exilio voluntario de René Descartes o el despiadado repudio de Baruc Spinoza por su propia sinagoga en la más permisiva Holanda.

El pensamiento sólo se liberó en Europa a partir de los avances de la Ilustración, que pudo arrinconar el oscurantismo de las iglesias (de todas las iglesias) a costa de un denodado combate, en el que, quizás sin la fuerza de un Voltaire, también participaron muchos intelectuales españoles del Siglo de las Luces, verdadera antesala del mundo moderno.


En definitiva, una monografía bien fundamentada (con numerosas notas y una selecta bibliografía) y bien argumentada que permite al lector conocer y, más aún, comprender las motivaciones de esta animadversión contra España, nacida en el conflictivo momento de su hegemonía como gran potencia católica, que fue vivida durante mucho tiempo por muchos españoles como una conspiración, pero que hoy cabe reconducir a sus justos términos, sin duda mucho menos dramáticos, como se esfuerza en demostrar con su sabiduría el profesor Joseph Pérez.

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