El rock hecho arte de Sonic Youth aterriza esta noche en Razzmatazz

BARCELONA. Sonaría raro y sería difícil de pronunciar, pero si a alguien le diese por fundar la sonicyouthología, seguro que los adeptos formarían larguísimas colas. Es lo que tiene llamarse Sonic Youth y ser una de las bandas más respetadas y reverenciadas de las últimas dos décadas: la pasión se convierte en devoción y los discos adquieren la trascendencia de escrituras sagradas del indie.


Tampoco es tan fácil encontrar a una banda que consiga poner de acuerdo a, pongamos, Neil Young y Enrique Morente, con el que colaboraron hace cinco años en Valencia, y que además siga siendo todo un ejemplo a seguir en la música independiente. Esta noche (20,15 horas) demostrarán por qué con su regreso a la sala Razzmatazz de Barcelona tras más de una década actuando exclusivamente en festivales.


Hablar de Sonic Youth es, en cierto modo, hablar del ideal de banda rock. O, mejor dicho, de la banda de rock total. Desafiante, independiente -a pesar incluso de haber pasado buena parte de su carrera en una multinacional- e inquieta. Sobre todo inquieta.

Los neoyorquinos, nunca mejor dicho, no saben estarse quietos y, desde que se estrenaron en 1983 con «Confusion Is Sex», no han hecho más que retorcer el noise, coquetear con la música experimental y elevar el rock alternativo a la categoría de arte contemporáneo -si no me creen, déjense caer por el CA2M Centro de Arte Dos de Mayo de Móstoles, donde la muestra «Sonic Youth etc.: Sensational Fix» repasa las innumerables conexiones artísticas de la banda neoyorquina-.


Ni siquiera la edad parece haberles restado pegada y, tras firmar cumbres como «Daydream Nation», «Goo» y «Dirty», Thurston Moore, Kim Gordon, Lee Ranaldo y Steve Shelley entregaron el año pasado el fiero y brillante «The Eternal», disco del que darán buena cuenta esta noche y con el que estrenaron alianza con el sello Matador dando por zanjada su relación con la todopoderosa Geffen.